Diario de Metrowest (fragmento)

Credit: Tracy King/Adobe Stock

 29 de diciembre

     Estuve pensando en la estructura de la novela, y en el comienzo. Pensaba comenzar diciendo: “Nunca fui un hombre violento”, después de todo es así, nunca lo he sido. En una parte voy a meter un cuento que escribí en el taller de Vera (que, por cierto, Gustavo todavía no ha podido conseguir su número), y bueno, otras cosas más que seguiré pensando. Son las 10.15. Shane tiene en su cama un pastel que hacen con galletas. Acaban de cerrar el piso para hacer la limpieza antes del cambio de turno. Había varios viendo una película de acción, pero cuando cierran el piso apagan la televisión y hay que hacer silencio. Gustavo me acaba de decir que me voy a perder el show del miércoles, porque los raperos están organizando otro recital. Le dije: “Dios te escuche”. Me tiró buenas ondas para mañana, mi día de corte.

      Traté de dormir, pero no pude: el televisor estaba muy fuerte. Espero poder dormir, aunque sea un par de horas, si no en la mañana me va a dar sueño antes de las nueve, cuando esté en una pequeña celda donde me meten para esperar a que me llame el juez. La oficial Syndic está a los gritos porque hay un grupito que no se calla, y Shane cortó el pastel a la mitad y se lo llevó a uno de los cubanos sin que la oficial lo vea. Un viejo pelado que tiene como 55 años se levantó de la cama con el papel higiénico en la mano, y caminando hacia el baño un chico de unos 20 años se burló de él (no sé qué le dijo) porque el viejo tiene problemas intestinales y va a cada rato al baño hace varios días. Y el viejo se acercó a su cama y le dijo al pibe que lo va a romper a trompadas, y la oficial se levantó de su escritorio y le dijo al viejo que vaya al baño, y al pibe que se calle. La oficial Syndic tiene bastante paciencia. Hace rato, la cama que desocupó el Maje, la ocupó un chico de rastas de unos 22 años, un chico muy tranquilo, y al viejo Cherokee no le gustó, parece que es porque el chico es moreno, y a Cristopher tampoco, que está en la cama de al lado. Lo miraban con cara de asco e insultaban en voz baja.

     En la televisión dijeron que mañana va a llover. Me gusta la lluvia, lo voy a tomar como un buen presagio.

 

30 de diciembre

     En la mañana no llovió y el viaje en bus hacia la corte fue bastante cálido, hasta que me metieron en la pequeña celda durante dos horas con cinco tipos más esperando que me llame el juez. La buena noticia es que me sacaron los cargos; la mala, que aún tengo una retención de inmigración. Eso quiere decir que ahora toda decisión sobre mi libertad la toma inmigración. Tengo que esperar a ver cuál va a ser esa decisión, pero lo más probable es que, mientras tanto, me trasladen a Krome, que es una cárcel donde están los que no tienen estatus legal, en espera de ser deportados, o para recibir un asilo político o algún otro milagro para permanecer legalmente en los Estados Unidos. No me siento apenado ni nervioso; todo lo contrario: al fin terminó la espera sobre las decisiones de la corte y eso es un gran alivio. Pero la pesadilla aún no termina, sigo a la espera de algo que no sé cómo va a terminar. Por otro lado, cuando salimos de la corte al medio día y subimos al bus para regresar a Metrowest, había comenzado a llover.

     Ahora son las 11.30 de la noche, ya metieron el desayuno en los hornos y trajeron la comida especial que están repartiendo. Hace rato estábamos hablando con Gustavo, acostados en las camas, y se acercó el Abuelo y Alejo, y el Abuelo contó que estuvo preso desde el año 1989 hasta el 2001 por asesinato, y luego de esa condena estuvo 12 años más de probatoria. Pero luego siguió haciendo cagadas y ahora está acá por violar la probatoria. Contaba que en la probatoria tenés que salir del trabajo e ir a casa y te pueden llamar al teléfono en cualquier momento, y cuando ellos quieran (la policía) pueden entrar a tu casa y revisar tus cosas buscando drogas. Alejo me había dicho que está acá porque lo detuvo la policía y le encontró una pipa de marihuana, y ahora contó que tampoco tenía licencia de conducir porque no tiene papeles, o sea: no tiene estatus legal en este país, y dijo que tiene una retención de inmigración.

 

31 de diciembre

     Estuve pensando en el comienzo de la novela, y saco mis papeles de debajo de la colchoneta donde tengo anotaciones, y en varios de ellos está la frase: “Nunca fui un hombre violento”. Cualquiera que los vea va a pensar: “Está muy traumado el pobre tipo”. Pero no, es el primer párrafo. Estoy acostumbrado al procesador de texto de la computadora donde uno puede modificar el texto fácilmente. No pasa lo mismo con este diario que estás leyendo, donde voy volcando mis pensamientos como me van saliendo, y sí, pienso a veces alguna frase antes de escribirla, pero en muy pocas ocasiones. En cambio, cuando escribo un cuento, o en este caso el comienzo de esta novela, soy de corregir mucho, probar diferentes frases, y casi nunca me siento conforme en los comienzos, pero de a poco las palabras van fluyendo y tomando su lugar. Incluso aún no sé si voy a terminar usando esa frase en el comienzo.

     No pienso en ella con rencor, solo espero que ella y el niño estén bien y tengan una vida feliz. Ya no tengo rencores con nadie.

     Este año se ha pasado muy rápido, pero fue un buen año en cuanto a mi escritura. Volví a escribir después de cuatro años. Eso es un motivo de felicidad enorme, llevo años pensando en escribir una novela, pero antes las cosas no me fluían, ni los pensamientos ni las palabras. Pero no fueron años desperdiciados, los ocupé en muchas lecturas y reflexiones acerca de la escritura, leyendo y pensando en cómo está hecha la obra que se lee o de qué manera fue escrita. Por eso ya se ha dicho una infinidad de veces, que para aprender a escribir lo que hay que hacer es escribir y leer mucho. Sé que no soy un gran escritor, solo es algo que disfruto mucho y me apasiona, es lo que yo soy, un escritor. Me apenaba pensando en mi computadora que no sé si voy a recuperar; ahí tengo fotos y algunos proyectos de escritura, pero ya no, ya no me apena, lo que ahí había lo puedo volver a escribir.

     Hace rato Edmond discutió con un cubano porque el tipo sacó su basura, sacudió su cama y dejó la mugre tirada junto a la cama, donde pasa la gente, y Edmond le dijo que lo iba a romper y se levantó y le dijo que lo siga al baño. Yo le dije a Edmond que no se busque problemas, que lo deje ahí. La cosa es que al cubano no le quedó otra que ir, porque al lado le dijeron que en el baño lo estaban esperando, y se veía a Edmond caminar de un lado a otro y el loco fue y Shane fue detrás para calmar las cosas. No sé qué se dijeron, pero el cubano salió del baño con una escoba y limpió el piso.

     Acá dentro es un día como cualquier otro, no hay comida especial de fin de año ni nada. Esta tarde comimos puré de papas con un pedazo de carne de hamburguesa, una rodaja de pan, frijoles verdes y el paquetito con cuatro galletas. En el grupo que estaba viendo televisión había un colombiano que tiene los brazos tatuados con el nombre de sus hijos y le estaba tatuando la estrella de David en la mano a un estadounidense de veinticinco años. Usaba una aguja negra, que parecía un pedazo de alambre, y le iba raspando la piel con movimientos muy cortos, y mojaba la aguja en una tapa de desodorante con tinta de birome. Al tipo le duele bastante, así que se lo va haciendo por partes. En la televisión pasaban un recital de fin de año en Times Square donde van pasando varios músicos y apareció Queen tocando “We are the champions” con un vocalista que no conozco, y Brian May hizo el solo de guitarra igual que la versión original. Definitivamente eso fue lo mejor que he visto en la televisión desde que estoy preso. Ahora son las 11.40, Gustavo duerme y sigue bastante apenado. Edmond está escribiendo en la cama de abajo. La gente ve televisión y juega a las cartas, y más allá se ve los siete teléfonos ocupados.

     Pienso en Dios y me siento agradecido. Estoy deseando y pidiendo a Dios en mis pensamientos que bendiga a toda la gente del mundo, y pienso en vos que me estás leyendo. Que Dios te bendiga.

2020

1 de enero

       Anoche se hizo una cuenta regresiva por el año nuevo en la televisión, y acá la gente se sumó en 5, 4, 3, 2, 1 “¡Happy new year!”. Nos deseamos feliz año nuevo, luego estuvo el piso abierto hasta la una, y apagaron las luces.

     Esta tarde mandaron a la clínica al viejo Cherokee, porque se estuvo quejando de su dolor de cintura, y cuando volvió le habían robado su radio con auriculares. El pobre viejo estuvo insultando y caminando por todos lados, hasta que acusaron a uno que parece que era inocente, porque le revisaron todo y no encontraron nada, pero antes de eso el viejo lo insultó y casi se pelean. Sucedió lo mismo con otro que le dicen el japonés, pero esta vez al viejo lo vino a buscar otro oficial y lo trasladaron a otro sector. Porque hay una regla: si hay una pelea o discusión y estás en tu cama o junto a ella, no te hacen problemas, el que tiene problemas es el que viene a tu lugar. En este caso el viejo estaba buscando problemas en el lugar del japonés, y como ya le habían advertido, se lo llevaron. Al rato también se llevaron al japonés, y no dijeron por qué.

     Siempre que hay una pelea y los trasladan de sector, los oficiales buscan a cinco testigos y les hacen firmar un papel. Es lo que pasó en este caso, porque seguramente a alguno le agregaron cargos. No estoy seguro, pero supongo que se llevaron al japonés porque fue el que se robó la radio. Acá hay una cámara en cada esquina y en el baño también, así que es una estupidez muy grande robar algo, pero hay algunos que no pierden las malas costumbres. Todo este incidente fue después de que trajeran la comisaria. Estaba el piso abierto y todos intercambiando mercadería. Es el momento más caótico de la semana y el único donde los oficiales permiten tanto alboroto. Yo tuve bastante suerte porque Gustavo me regaló una pasta de dientes, café y unas sopas instantáneas, Shane dos sopas (como la semana pasada), y Alejo una bolsita de papitas y una sopa.

      Gustavo estuvo de buen ánimo hoy, incluso se reía de mí junto con Edmond, porque Alejo ya me ha regalado otras cosas. Es un tipo muy amable y me cae muy bien. Es delicado al hablar y dice que es modelo de ropa interior. Yo me reía junto con ellos y les decía bromeando que ya no quiero saber nada de mujeres, que me voy con Alejo para Colombia. En ese mismo rato, Gustavo se fue a charlar con el Abuelo y me quedé leyendo en la cama, y Edmond estaba en la suya y se acercó un chico moreno, de rastas, a hablar con él y a pedirle un diccionario (Edmond tiene dos), porque es uno de los raperos que escribe, y le estaba diciendo que está cansado de los hispanos, que nunca hacen silencio y no dejan dormir. Edmond le dijo que lo comprende, porque él también está cansado de esas cosas, pero que debe tener paciencia y no juzgar a la gente por el lugar de dónde vienen. También le habló de unos pasajes de la biblia y el chico le dio la mano y se fue tranquilo.

      Soñé con mi mamá: Estaba en su casa, era de noche y alguien llamó a la puerta. Fui a ver por la mirilla quién era, pero no pude, porque en el piso había mierda de perro, así que no podía alcanzar a ver por la mirilla, porque si me adelantaba pisaba la mierda. En ese momento apareció ella detrás de mí, como a diez pasos, queriendo saber quién era, pero no dijo nada, solo me miraba. Y yo le dije: “Mamá”, sintiendo cariño por ella, y de repente di un paso hacia ella y me di cuenta de que caminaba doblado hacia un costado y tenía una joroba. Me sentí un bicho raro en el sueño, y eso es todo.

15 de enero

        Son las tres y media de la tarde. Estaba tratando de dormir y escuché movimiento, y me siento en la cama para ver, y la oficial Symonette estaba avisando a tres que junten sus cosas para irse. Uno de ellos es el boricua Ed, que se acercó y nos dio la mano a Gustavo y a mí, también saludó a otros; y el otro es Alan, que entró conmigo el 20 de noviembre y nos enviaban juntos a la corte. Me había dicho que lo tienen que trasladar al condado de Brower, porque es de allá. Salió rápido y no saludó a nadie. Recordé la primera vez que estuvimos esposados frente a la juez, nos temblaban las manos y no podíamos estar quietos por los nervios. Es lo mismo que sentí cuando tenía que dar una exposición frente a la clase en la facultad: una especie de adrenalina; la diferencia es que en la corte no sentís ningún placer.

     En la facultad estudié un profesorado de lengua y literatura. Ahí pasé al segundo año y tuve que abandonar, porque mi papá enfermó de cáncer y luego murió. Es una facultad nocturna y los estudiantes tenían un promedio de 25 a 40 años. Yo tenía 34 años en el 2014 y había decidido estudiar en la noche después del trabajo, cosa que había postergado mucho tiempo. En el 2015 pasé a segundo y fue cuando mi papá enfermó. Una noche fuimos con mi madre a ver el médico que trataba a mi papá, y mi mamá nos dijo a mi novia que nos acompañaba, y a mí, que esperáramos en el auto. Ahí nos quedamos esperando como media hora, y era una situación muy incómoda porque mi madre, como siempre fue costumbre en ella con la mayoría de mis amigos, trataba muy mal a mi novia, le ponía mala cara y ni siquiera la saludaba. Actitud que con mi hermano mayor no tenía, ya que con los amigos de él era todo risas y alegría. En fin, ahí estábamos, esperándola, hasta que vino y me dijo que tenía que ir con el médico porque nos tenía que decir algo, y que mi novia se quedara en el auto. Así fue, subimos a un segundo piso y entramos al despacho del médico con mi madre. Ella siempre seria y enojada cuando estaba conmigo, pero le cambiaba completamente el semblante cuando había otra persona.

     Pero estábamos en el despacho del médico, sentados, y el médico me dijo: “A su papá le quedan tres meses de vida”. Mi primera reacción fue de desprecio, pensé: “Este tipo no puede venir a decirme, así sin más, cuanto tiempo de vida le queda a mi padre”. Salimos del despacho y bajamos al auto. Mi novia estaba sentada en el asiento del acompañante y mi madre le abrió la puerta para tomar ese lugar, y yo le dije: “Mami sentate atrás, ella ya está ahí”. Y le cerró la puerta con fuerza, dando un portazo, y se sentó atrás. Como dicen, se podía cortar el aire con una navaja volviendo a casa, por lo densa que estaba la situación. Yo tenía una mezcla de bronca y tristeza por lo que dijo el médico, y fue algo que me tomo dos años entender, o quizás aceptar, que lo que dijo el médico fue dicho con una certeza empírica y profesional. Además, mi papá tenía cáncer de mediastino, algo que solo un milagro podía salvar. No hubo ningún milagro, mi viejo murió en mis brazos dos meses después en el hospital.

      Hay una gran canción de Gustavo Cerati, que hizo con Soda Stereo, que se llama “Té para tres”. En ella cuenta cuando estaba con su madre y su padre, y les habían dado la triste noticia de que su padre tenía cáncer terminal. Hay dos versiones de esa canción, la de estudio, y la versión en vivo del disco Confort y música para volar que es, a mi entender, uno de los grandes discos del rock argentino. En esa canción, Cerati agrega una parte instrumental de un blues del flaco Spinetta que se llama “Cementerio Club” del disco Artaud de su banda Pescado Rabioso, otro gran disco. Fue un gran gesto de Cerati, a modo de homenaje hacia el Flaco, y siguiendo con mi orgullo argentino: una obra maestra de la música y de la poesía:

Las tazas sobre el mantel

La lluvia derramada

Un poco de miel no basta.

El eclipse no fue parcial

Y cegó nuestras miradas

Te vi que llorabas por él.

 

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