Amel me invitó a celebrar el mes sagrado de Ramadán al hotel Intercontinental. Ella era la única mujer qatarí miembro de alguna facultad en Education City y enseñaba literatura en lengua inglesa en Carnegie Mellon University. Era mi contemporánea y desde que nos presentaron nos entendimos muy bien, como si nos conociéramos de toda la vida.
—Los hoteles instalan carpas tradicionales en los jardines y en la playa. En el interior puede haber un majlis o mesas con sillas al estilo occidental y venimos a celebrar durante la noche —me explicó de camino al hotel en su camioneta BMW5, la más grande de la marca: —¿Sabes qué es un majlis?
—Sí, un espacio donde se reúnen los hombres.
—También se refiere a la reunión de personas en torno a intereses religiosos, políticos o sociales comunes, así que también las mujeres se reúnen en majlis. Ah, y también es la asamblea legislativa, ahí solo se admiten hombres, pero la de Qatar, sí permite que participen mujeres.
Al caminar por el hotel pasamos tiendas de lujo que mostraban zapatos y bolsos en los aparadores. Los precios eran exorbitantes y, aun así, las qataríes los pagaban
—La abaya solo deja ver nuestros zapatos y bolsos, es lo que nos diferencia en público —Su explicación tenía sentido.
También noté que estaban modificando las abayas, habían comenzado a incluir algunos diseños con colores discretos. La de Amel tenía encaje negro en los puños y dejaba ver su camisa de rayas verticales de manga larga: rosa mexicano con verde esmeralda. Lucía muy elegante.
Nos sentamos en una carpa para mujeres. Hubiera podido ordenar alguna bebida alcohólica, pues en los hoteles estaba permitido servirlas, pero no lo hice porque Amel no bebería por ser musulmana y también porque, para mi muy grata sorpresa, había agua de tamarindo, tal como la que bebemos en México. Se estila durante Ramadán, como el jugo de albaricoque, que ordenó Amel. Lo que sí hice fue aceptar que ordenara una shisha para mí. El mesero trajo una caja con varias latitas de tabaco y esta vez escogí sabor canela. Di una fumada que demostró que mi técnica había mejorado. Amel incluso dijo que lucía sofisticada, lo cual me causó risa. Comencé a relajarme de mi nerviosismo por mi reunión con Asad. Había revisado y vuelto a revisar el portal de trámites de Qatar y no lograba concretar ideas para proponerle. Había leído la revelación, la idea de investigación que Jon sugirió en la comida, y seguí sin entenderla. Me había debatido entre ir con él a preguntarle para descifrarla o abstenerme para evitar que me bombardeara con otras ideas ininteligibles para mí. De repente, el picor de la canela atacó mi garganta y me sacó de mis pensamientos, me hizo toser y mi sofisticación se derrumbó mientras Amel se carcajeaba. Después de varios tragos de agua, recuperé la voz.
—¡Ramadan Mubarak! —me dijo—. Quiere decir que tengas un Ramadan bendecido.
—Ramadan Mubarak tú también.
Semanas atrás había quedado boquiabierta por la manera de pensar de la Jequesa Mozah, a quien escuché en una entrevista que le hicieron en el programa televisivo Doha Debates. ¿Cómo se sentiría Amel?
—Hace rato hablamos de la bolsa y los zapatos, ¿no te molesta usar la abaya y no ser libre de vestir lo que quieras, de mostrar tu estilo?
—Yo visto mi estilo, la cuestión es a quién se lo muestro.
A ella misma, a sus amigas, a otras mujeres y a su esposo, los hombres no estaban dentro de la lista de a quiénes las mujeres musulmanas muestran su estilo y apariencia. Como dijeron Frank y Jason, no llamaban su atención. La conversación se estaba poniendo interesante y di un trago de agua para prepararme y seguir haciendo preguntas.
—¿Y cómo es que tu familia te permitió mudarte a Londres a estudiar el doctorado?
—Logré convencer a mi papá una vez que mi hermana alcanzó edad de estudiar fuera. Así, las dos nos acompañaríamos.
—¿Extrañas Londres?
Amel suspiró y recargó su barbilla sobre una de sus manos.
—Doha es taaaan aburrida —la escuché mientras fumaba shisha. No solo le encantaba Londres por las innumerables actividades que ofrece, parecía que lo necesitaba. En cambio, en Doha había pocos lugares a donde ir y tenía actividades restringidas por ser mujer. Por ejemplo, los qataríes pasaban sus fines de semana en las albercas de los hoteles cinco estrellas, como los habíamos visto en el hotel Four Seasons. Pero las mujeres no pueden estar ahí en traje de baño.
—Nosotros los expatriados también nos aburrimos. —En Doha había solo unas cinco o seis discotecas, un complejo de cines que proyectaba las películas con las escenas de sexo y de besos apasionados eliminadas, un par de parques pequeños y la playa a una hora en coche. No había actividades culturales, ni en el exterior.
—Hacemos nuestras propias fiestas y jugamos juegos de mesa, cuando tengamos internet en el departamento, seguramente nos sumergiremos en él —continué. La invité a ir conmigo a mi clase de yoga y me aclaró que no podría si la clase era mixta. Nuestros planes se acabaron ahí porque sí, era mixta.
—¿Usabas la abaya en Londres?
—¿Sabes? Cuando decidí comenzar a usarla en mi adolescencia, me sentí feliz porque sentía que ya había crecido. En Londres, fue una carga, parecía un disfraz, que no era yo misma. Ahora que volví a Qatar, mi “Amel moderna” tiene sentimientos encontrados, no se qué simboliza la abaya para mí.
—La Jequesa Mozah cree que resulta liberadora. Digo, como cubre a la mujer, se libera de tener que tener el cuerpo que la sociedad espera. Las mujeres simplemente tienen el cuerpo que quieren… ¡o que pueden! Cuántas han caído en la anorexia para ser super delgadas.
—¿Estás diciendo que estoy gorda?
—Por supuesto que no.
Se echó a reír.
Estaba disfrutando la conversación, me sentía contenta de tener una amiga qatarí. De camino a mi departamento, me llamó la atención la pantalla de su camioneta: indicaba que Arabia Saudita estaba a 150 kilómetros y que tenía suficiente gasolina para llegar allá.
—¡Mira! Podemos ir a Arabia Saudita —le dije—. Bueno, no: las mujeres no pueden conducir allá —Amel me volteó a ver con el cejo fruncido.
—Pues no porque no traigo burka para cubrirme de pies a cabeza —se soltó a reír.
—Bueno, tampoco porque no venimos con familiares hombres.
—¡Se te subió la shisha! —dijo y rio a carcajadas.
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