No quiero ser otro paladar
que te salive en este país del autoexilio,
pero acá tampoco puedo
alejarme de la parte que me toca del punto
final de tu palabra:
No puedo
con la desnuda entraña de tu abismo,
a lo más, intento imaginar que eres
hueso, eco, frío (:otro entonces
ninguna palabra),
una danza de lluvias
que el viento reflexiona,
exclamación postrera de un relámpago —que solo
existió en los párpados ahogados del silencio
y ahora se abren: —
ser – estar en un solo presente
como si al estar aquí esto fuera
o si al ser quien soy no estuviera
perdiendo, dejándote allá
donde el paladar nombra
a una madre que flota
dentro del tiempo de la montaña
en cuyas cuevas
otras lenguas comienzan
a renombrar al mundo.
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