¿De qué voy a escribir?

 

     Antes de escribir, leo. Esto ocurre durante las primeras horas de la mañana. Por lo general, recorro la historia no oficial de Chile, la poesía indígena mexicana, fragmentos de novelas escritas por autores infravalorados, algún cuento de Jorge Eduardo Benavides, la narrativa con fogonazos poéticos de Gabriela Mistral o breves sucesos aparatosos de la vida política de Alfonso Guerra, exvicepresidente del gobierno español.

     Levanto la mirada, cierro el texto de turno, lavo mi rostro sebáceo, paso las cerdas del cepillo por mis dientes disparejos y me visto para salir a trotar. El extenso parque miraflorino Francisco de Zela me espera. Mientras camino, me pregunto: ¿de qué voy a escribir hoy? Una vez llegado al bosque urbanizado, echo un rápido vistazo a sus alrededores y realizo el calentamiento previo por espacio de diez minutos.

     A mi lado pasan oficinistas, la pareja de esposos que, pese al esfuerzo físico, no logran reducir sus vientres; un corredor afeminado, paseadoras de perros mansos, ancianos, policías municipales, practicantes del kick boxing, alzadores de pesas, etc. Pero quien saquea mi atención, desde hace más de una semana, es una guapa, atlética, exuberante y apetitosa corredora. Su contorneada figura, aunque parezca inverosímil, nunca se detiene.

     Parece frisar los treinta años. Su atuendo deportivo es igual al de las velocistas olímpicas. Es decir, diminuto, sensualmente diminuto, que varía de color. Ella, por su parte, ignora casi todo. Lleva puestos unos auriculares circumaurales, el cabello castaño recogido y sus ojos grandes, vivaces, verdosos; se fijan en la ruta elegida, en su reloj negro, en el soleado horizonte limeño. ¡Y ni qué decir de sus cuadros abdominales!

     Pronto, esas imágenes ocupan el palco principal de mis pensamientos. Cavilaciones que, con el devenir de las horas, se tornan obsesivas e intrusivas. ¿Cómo se llamará?, ¿será casada, divorciada o llevará una vida casquivana?, ¿qué profesión tendrá? Como jamás podré abordarla, sólo puedo escribir acerca de ella. Descarto su búsqueda a través de las adictivas aplicaciones del corazón.

     Quizás en los próximos meses, logre tallar unos versos basados en su generosa anatomía, un relato breve donde dinamite esa imposibilidad de entablar una conversación. También podría elaborar el bosquejo de una novela, cuyo nudo sea nuestra primera travesura nocturna. El tiempo tiene la respuesta.

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