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Cosas que se pierden: una apreciación de los cuentos de Guillermo Ruiz Plaza

Por una falla de mi computadora, me faltaba una página intermediaria en uno de los cuentos de la colección, Cosas que se pierden. Por haber escrito mi propia ficción y editado libros de otros escritores, me aseguré que podría llenar el blanco porque el universo de la ficción debe ser finito y supuestamente todas las historias ya han sido contadas.

Pasó lo contrario. Las palabras que faltaron fueron indispensables. En la narrativa de Guillermo Ruiz Plaza cada palabra contribuye a descubrir lo que no reconocemos o a rescatar lo que hemos perdido.

Normalmente nos ubicamos en un lugar geográfico, una ciudad, una calle. Pero el sentido de un lugar se desvanece  en estos cuentos. Resalta la geografía de la mente humana, más compleja, quizás infinita.

Para descubrir esta geografía de lo intangible, acompañamos a los narradores por sombras y ruidos lejanos que sirven para elucidar lo inesperado. Hay un juego de sombras y luces en que las luces pueden cegar y en las sombras hay revelaciones. Lo que es menos obvio nos da más señales.

En unos de estos cuentos, las revelaciones llegan cuando la psicología humana falla y el personaje se miente a sí mismo. La falta de auto-honestidad del personaje llega a una auto-destrucción no intencionada, como en el cuento “Los Regalos”, en el cual el personaje principal, que se cree una víctima, resulta ser una manipuladora cuyo intento de “proteger” es realmente un afán de controlar.

Se desarrolla una extraña conexión entre el gato que ella ha expulsado al garaje después del nacimiento de su primer hijo y su marido simpático, un músico  que desaparece de la casa por largos períodos. Ella refleja sobre su marido: “viene a casa solo cuando le conviene, cuando no tiene dónde dormir o comer o satisfacer sus necesidades básicas: como un animal”.

Sin embargo,  en otros cuentos, el personaje no tiene ningún impacto con su propio destino y lucha honradamente contra un determinismo exterior, encontrándose en una zona crepuscular o una quinta dimensión, como en la gran serie de televisión The Twilght Zone (1959 a 1964).

El cuento “Pasa en la niebla” es un ejemplo de un determinismo exterior a la voluntad del personaje. Beto, buscando escapar de la “fiebre consumista” de Navidad, deja que su mujer e hijo vayan de compras entre las muchedumbres mientras él busca el silencio y el refugio en una librería de un viejo propietario “en una calleja donde nunca entra nadie”.

A Beto se le dificulta encontrar la extraña librería entre la niebla. Una vez adentro, se encuentra  en un tiempo dislocado en que su propia imagen retrocede a su pasado de niño y avanza a su futuro de viejo senil en que se le dificulta reconocer a su propio hijo, ya adulto.

Como muchos de los cuentos en Cosas que se pierden, éste es una pequeña obra maestra inmensamente humana que no puede reducirse a un “plot summary”.

También en el cuento “Viernes luminoso” al  protagonista no se le puede culpar por su situación desesperante.  Un jubilado se ve obligado a tomar el tren a la capital para corregir sus documentos, pues el Seguro Social lo tiene en la lista de los muertos y ha suspendido su pensión. Lo que sigue es una pesadilla clásica. El personaje se pierde en un laberinto burocrático pero horriblemente tangible de muros y corredores oscuros.

Este cuento puede dar algún recuerdo a “El Guardagujas”, de Juan José Arreola, que también comienza con un supuesto viaje en tren. Ambos cuentos presentan un personaje que debe confrontar una burocracia absurda. Al jubilado en “Viernes Luminoso” le explican por teléfono: —Ya se lo dije, señor: está usted muerto, repitió esa voz femenina, tajante, impersonal. En “El Guardagujas” la burocracia es más paternalista pero igualmente absurda. El forastero de Arreola quiere viajar a “T” y no comprende por qué no llega su tren ni a la hora indicada ni en el día indicado. Un viejo guardagujas le sugiere que alquile un cuarto de hotel enfrente de la estación para esperar su tren, y mejor pagar la tarifa de descuento para un mes.

El personaje de “Viernes luminoso” también es forastero, habiendo llegado a la ciudad sin nombre donde había hecho sus estudios en un pasado distante. La ciudad queda tan abstracta y genérica como el T de Arreola.  En los dos cuentos se anula el contexto geográfico y en su lugar queda “una  misteriosa orden”.

Por supuesto las diferencias abundan entre los dos cuentos. Arreola es burlón y una capa de sátira nos protege de la angustia de su forastero;  en “Viernes luminoso” el lector siente la textura misma de la angustia.

A pesar de su oscuridad amenazante, “Viernes luminoso” no es un cuento noir porque el personaje no es autodestructivo.

En cambio, en un auténtico cuento noir,“Necesito que sigas leyendo”, Monsieur Solis se deja controlar por su propias flaquezas. Tiene un gran vacío en su vida a causa de la muerte de su hija, que él puede haber provocado accidentalmente. No sabemos adónde se ha ido su esposa, pero él vive en total solitud, sintiendo un enorme vacío.

Por casualidad, conoce a una niña abandonada en la calle y le compra un pan dulce de la panadería. Trata de llevarla a la policía pero ella resiste. Pronto aprendemos que le ha llevado a la niña a su casa.

El cuento consiste en una carta de Monsieur Solís, escrita desde la detención preventiva  al único amigo que le queda. Explica que le han golpeado y ruega que su amigo trate de creerle y ayudarle.

Al omitir verdades que no es capaz de reconocer, Solis termina mintiendo a su amigo y a sí mismo.  El lector debe fijarse principalmente en lo que Solis omite de su carta.

El libro Cosas que se pierden no cae fácilmente dentro de ningún género y el cuento del mismo nombre de la colección sirve de ejemplo. En esta narración, la historia de una familia de clase media es dominada por la insistencia de la madre de amontonar cosas en la casa, “su manía de comprar cachivaches”.

El narrador-hijo explica: “De ahí que el caos se extendía por el pasillo y se apoderase de los cuartos.”

En este caos de acumulación, las cosas empiezan a perderse. Dice el padre: “El día que encuentre mis lentes en esta casa de mierda, empiezo a creer en Dios.”

Con el desorden se perdía casi todo, con la excepción notable de los tres gatos. El gato mayor, Moby Dick, sobrevivió a los otros dos. Años después, el narrador ya mayor, sus padres muertos, vuelve al viejo barrio. “Tuve que soportar el sopapo del tiempo cuando vi el muro agrietado y cubierto de garabatos obscenos.”

Hasta este punto, el cuento no obedece a ningún género estricto. Pero entrando en su casa abandonada y vacía, el narrador tiene una visión fantástica de Moby Dick. El gato parece real: una imposibilidad biológica.

Usted puede leer el cuento para juzgar si es fantástico o realista. A mi juicio, el autor no puede ser estereotipado como escritor fantástico. En una entrevista él mismo ha usado la frase “fantástico cotidiano”.

Lo que sí es cierto es que el autor rompe barreras entre géneros literarios. ¿“Cosas que se pierden” es un cuento o un poema narrativa? La primera vez la he leído como un cuento. Pero al fin de la lectura, se me quedó el placer estético que viene de un poema. En la segunda lectura, lo narrativo y lo poético se integraban sin fisuras

La relación entre Ruiz Plata y lo fantástico me parece paralela a la relación de Residencia en la tierra de Pablo Neruda con el surrealismo. El surrealismo literario europeo fue una invención demasiado consciente de sí mismo mientras el de Neruda trasciende la pura teoría y resulta más auténtico. Los cuentos de Ruiz Plata trascienden lo fantástico como género porque no pierden su vínculo con una realidad palpable.

Más allá de la teoría literaria, todos los cuentos de Ruiz Plata tienen en común una tensión que empieza desde el primer párrafo. Su arte narrativo poético nunca falla.

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