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Corrección de estilo, no política

Los eufemismos están de moda. Los utilizamos sin empacho día a día. Nos hemos acostumbrado a ellos. Y todo con el único objetivo de no herir sensibilidades. Ante todo, está la corrección política. Porque las palabras se han convertido en armas suicidas que nos pueden condenar a la soledad.

Porque el lenguaje es tan contundente y tan profundo que nos hemos tragado el cuento de que debatir es discutir, es enemistarnos, es ser rivales. Que la verdad está por encima de todo y, por supuesto, es de mi propiedad, pero eso jamás lo voy a decir.

Cuando trabajas como corrector, tienes una misión importante: que las ideas escritas se transmitan con claridad. Ayudas al autor o al redactor a que su mensaje sea el exacto, el que pensó comunicar desde el principio al lector, al televidente, al radioescucha. Cada palabra cuenta, por más pequeña que sea. El sustantivo debe ser el correcto, las preposiciones las adecuadas, los adjetivos mejor evitarlos.

Precisión, esa es la clave del oficio. Es fundamental, porque no es lo mismo un desaparecido que un fallecido, no es lo mismo un homicidio que un asesinato, no es lo mismo un terrorista que un activista. Así pues, la precisión es un compromiso. Más cuando se trata de corrección de estilo en periodismo. Porque comunicar la realidad exige palabras directas, concisas y claras. Tal vez podamos estar o no de acuerdo con el enfoque del periodista o redactor, pero su texto debe decir lo que él pretende. Ese es nuestro trabajo. Como también señalar fallos de contexto, de imprecisiones en la información.

En la corrección periodística no puede haber cabida a los eufemismos ni a la corrección política. Dicen por ahí que la verdad no ofende, y es cierto. Pero para conseguir trasladar esa realidad al papel, se necesita un trabajo artesanal que requiere mucho rigor. Sólo contamos con las palabras para lograrlo: el elemento más cotidiano, pero al mismo tiempo el más sensible. Porque no hay nada más falso que las palabras se las lleva el viento: ni las impresas, ni las orales. Las palabras marcan.

Pero en estos tiempos de smartphones y de Facebook, en la mal llamada era de la comunicación, preferimos incomunicarnos. Buscar resquicios en el lenguaje para evitar discutir, porque ahora el tiempo corre tan rápido que es mejor escoger una palabra o una frase que no ofenda a mi interlocutor, antes de perder el tiempo en un debate. Porque suponemos que no llegaremos a una conclusión. Pero ese no es el fin. El objetivo de todo debate es que cada una de las parte se vaya con dudas, con preguntas, con el debate interno que nos tranforma.

Quizá ha llegado el momento de bajar la velocidad, de respirar profundo, de confrontar nuestras ideas, de no tragarnos los pensamientos y, simplemente, buscar la palabra precisa.

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