Cómo curar el dolor en la ciudad

     Al borde del río Mississippi, una tarde me cruzo con un hombre airado vestido con pantalón y camisa de jean que lleva en sus brazos un cartel que dice “Yo odio la religión”. ¿Dónde se detiene con el cartel? Digamos que se llama John. Sospecho que John se ubica en el frente de una iglesia barrial, solo, y espera que los fieles salgan del templo. Es probable que les tome una foto. Después los busca en internet, los identifica y confecciona un archivo con sus nombres y sus ocupaciones. Compone un dossier de los hombres con fe. Lleva adelante una batalla. John comprende que la principal guerra del siglo es la batalla contra la iglesia. El dogmatismo debe ser enfrentado en Nueva Orleans, en la ciudad donde la fiesta es el principal lenitivo contra el dolor, piensa John. Imagino que sale a la calle con su cartel cada vez que termina el carnaval. Él siente que el carnaval lo salva; que cuando concluye vuelve el dolor y la iglesia tiene más posibilidades de reinar. Como tantos otros en esta ciudad, John investiga el modo de curar el dolor.

     Al frente de la iglesia Saint Louis se ubica un grupo diseminado de adivinas en mesitas provistas para los clientes. Una mujer de pelo largo sostiene las manos de un cliente. ¿Qué le dirá frente a la catedral? ¿Por qué coloca su puesto al lado del templo católico? No habrá mejor lugar para ofrecer sus sanaciones. Las adivinas saben que compiten con la religión oficial y que pueden ganar.

     En la cuadra paralela a la calle de la catedral se acumulan los predicadores bautistas. Están en las escalinatas al frente de la plaza Jackson. Uno de ellos no habla, tiene un cartel que dice “Eres valioso”. En otro cartel se lee: “Jesús es el camino”. Los predicadores salen a la calle a conquistar al infiel, al descarriado. Es como si estuvieran pescando una carnaza. Una mujer está parada al lado de un muchacho que tiene un libro en la mano; la mujer lo agarra del brazo y cierra los ojos. Empieza a rezar en el bullicio estremecedor.

     El día posterior al martes gordo “Mardi gras” muchas personas llevan dibujada una cruz de ceniza en la frente. La directora de la biblioteca de Tulane le ha dicho a mi esposa que Nueva Orleans es una ciudad muy católica.

     Un músico de pelo largo toca la guitarra y la armónica en la vereda del Café du monde. Como si compitiera con las adivinas y los predicadores, el músico toca y canta con un micrófono una letra que habla de la liberación del alma. Hay una cola larga para comprar beignet en Café du monde. Me resisto a hacer la cola y avanzamos por la calle directo al Market District.

     Otro día veo que los locales estrechos regenteados por los chinos ofrecen masajes. Los locales están vacíos y las camas están sucias, me dice mi esposa. Lo único que cunde entre las camas es el humo: parece un baño turco. ¿Los masajes son otra forma de esquivar el dolor? Nueva Orleans es una ciudad que ofrece lenitivos para zafar del dolor existencial. El carnaval dura unos pocos días. ¿La alegría fugaz del Mardi gras es menos efectiva que los predicadores, la casa de masajes o la iglesia católica?

     Por las noches, pienso que Nueva Orleans es la ciudad en la todos piensan, antes de dormir, cuál es la mejor forma de curar el dolor.

 

 

 

Relacionadas

Suburbano Ediciones Contacto

Facebook
Twitter
LinkedIn
Pinterest
WhatsApp
Reddit