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Clásicos españoles en vanguardia

En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que un hidalgo de los de lanza en astillero y adarga antigua, a lomos de su fiel rocín emprendiese la aventura de alcanzar el amor. Le acompañaba en esta empresa su fiel escudero Sancho. Y en estas estaban, cuando el hidalgo acertó a poner la vista tras unos matojos donde pareciole urgaba mujer fermosa, y corrió a vella. Las voces de su amigo y compañero Sancho, advirtiéndole de las muchas arrugas de ésta, no hiciéronle cambiar de pensamiento pues presto habíase iniciado en la conquista de la que creía su Dulcinea.

  • Ha de saber su señoría, que a mal que me pese mi nombre no es otro que Celestina, que así mi santa madre tuvo a bien de llamarme y desde siempre por no ofendella, como Celestina respondo.
  • Disculpe vuesa merced si mi señor le ha ofendido, que no era intención suya violentarla, sino curar su gran pena. Sepa, buena mujer, que tiene el corazón vacío y algo desgastada la sesera, pues quiere asirse con dama y no sabe cómo.
  • ¡Acabáramos! Pues si son males de amor, la Celestina tiene buen remedio y por unas pocas monedas puedo sanarle. Échelas en esta bolsa y atienda bien al consejo que le doy, que vale más que todo el oro del mundo. Sigánse por el mesmo camino que traza el río de Tormes y llegados al puente, pregunten por Don Juan Tenorio, que experto es en conquistar los corazones más ariscos.

Y así fue como Don Quijote y Sancho llegaron al puente de Tormes y donde vieron a un jovenzuelo raposo que robábale las uvas a un viejo que más que tuerto era ciego, y cómo éste habiéndose percatado, le soltaba improperios y bastonazos. Confundió Don Quijote las uvas por duendes y pensó que el viejo había sido hechizado. Liose con él a golpes y patadas, quedando las uvas desperdigadas por el suelo y el rapaz lanzándose a cogellas, con lo que los dos recibieron palos y quedaron maltrechos y aún peor Sancho, por querer aclarar el entuerto.

Consiguiera Don Quijote con Don Juan toparse a las puertas de un convento, pero con tan mala fortuna que en viendo a Doña Inés los dos quisieron prendarla y acabaron batiéndose en duelo: Don Quijote con su lanza y Don Juan con afilada espada. Más ninguno de los dos acabaron dando muerte al otro pues si grande es Don Juan, grande es Don Quijote, siendo por todos sabido, que los Clásicos nunca mueren.

Deste sucedido, en aquesta forma quedaron retratados sus señorías, para el goce y y el entretenimiento de todos, que en ello puse mi intención y gran empeño.

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