Miami (Un)plugged
crónicas y ensayos personales de autores de una #CiudadMultiGutural
Un par de años atrás decidimos editar Viaje One Way, una antología de textos de ficción de escritores de diversas partes de Latinoamérica y España asimilados a Miami. Para nuestra sorpresa, ese libro tuvo una repercusión que traspasó los ámbitos académicos y nos estimuló a emprender otro trabajo. Lejos de hacer la misma antología, pensamos que la crónica de no ficción y los ensayos personales –tan en boga en el mundo anglosajón, pero escaso en el español– serían la mitad complementaria a Viaje One Way, un perfecto lado B donde la propia experiencia entablara una relación muy íntima con la ciudad.
Miami (Un)plugged se suma a otros trabajos escritos en español que han edificado un suburbio cultural complejo, pero no menos estimulante, atravesado por una avenida que tiene como punto de partida los Estados Unidos y se bifurca en algún lugar de La Mancha.
A continuación, conoce algunas de las autoras de nuestra antología y lee fragmentos de los textos con los que participan.
Raquel Abend Van Dalen
Bajo el cielo de hule
Estaba en una ciudad de apariencia irreal. Su rectitud daba la sensación de un desplazamiento eterno y las palmeras me hacían creer que siempre estaba en la peor vacación de mi vida. Jardines silvestres rodeaban pozos encajados en medio de las calles. Nadie los notaba, no había nada pomposo en ellos. Eran plantas silvestres de colores opacos, como familia de las espigas, así de sencillas. Rompían el tedio del concreto con sus movimientos pacíficos, de un lado al otro, imitando al reloj de péndulo. Las autopistas se volvían prisiones flotantes de las cuales nadie podía escapar a la hora pico, elevadas por el consumismo y oportunismo de los centros comerciales que no sabían tomar la siesta. Recordé que en una oportunidad me dediqué a observar al conductor a mi lado izquierdo. Tenía las ventanas abiertas y podía notar que era un hombre cincuentón, de barba con texturas y colores mixtos, y una franelilla sudada. Podía tratarse tanto de un distribuidor de huevos como de un astronauta jubilado que trabajaba en Cabo Cañaveral. Aparentaba estar de mejor ánimo que yo. En dado momento, sin mucho preámbulo, se olió las axilas, con el mismo gesto ingenuo de un pato hundiendo el pico bajo el ala. Me agradó. A mí también me gusta olerme, pensé, me ayuda a reconquistar algo de la identidad que fácilmente puede perderse en una ciudad que cobija a los perseguidos desde hace décadas. Sonreí y decidí olerme también, para acompañarlo en su gesto animal.
Grettel J. Singer
Body Wrap City
En aquella época detestaba la ciudad tanto como detestaba mi vida. Me sentía una joven desdichada. Obcecada por un único objetivo: regresar a La Habana, donde había dejado atrás mi mar, mi casa y mi calle. Mi desdicha se debía en gran parte a las pérdidas que acababa de sufrir, pero sobre todo a mi entorno familiar. Mi vida era un círculo vicioso que consistía en despertar antes del amanecer para llegar a la escuela a tiempo, y a las dos y treinta de la tarde salir de prisa para llegar a las tres a Body Wrap City, un salón de belleza en donde me convertí en experta momificando con vendas y cenizas volcánicas a señoras y a veces hombres subidos de peso. Después de tomarle medidas de pie a cabeza, los clientes se sometían a una momificación que duraba una hora y garantizaba la pérdida de seis pulgadas mínimo o no se les cobraba. Un embalsamamiento que supuestamente seguía la estricta normativa egipcia y extraía toxinas del cuerpo. Luego de varios tratamientos gratis y clientes insatisfechos, los jefes nos exigieron a “las terapistas” poner más de nuestra parte y con tal de no perder el trabajo, restábamos pulgadas cuando tomábamos las medidas en la primera vuelta. Entre nueve y diez de la noche ya estaba de camino a casa, allí me esperaba por lo general un tormento. Sentada en la mesa de la cocina tratando de estudiar o terminar la tarea del día siguiente, escuchaba a mis padres discutir sobre una cosa u otra. El dinero nunca alcanzaba y esa escasez numerosas veces se volvía un tema tumultuoso, pero eran los celos inauditos y enfermizos de mi padre hacia mi madre lo que encendía la mecha del peor mal de todos los males. ¡Pobre diablo aquél que viva esclavizado por tan maldita desconfianza!
Anjanette Delgado
En Miami también hay muerte
Antes de que vayas a defender a Miami—porque desde que vivimos en la era de Facebook, a todos nos ha dado por defender, protestar, despotricar, satirizar y comentar nuestras causas y molestias sociales—te aclaro que no la estoy criticando, solo la observo. Y es quizás ese observar durante más de veinte años lo que me llevó a descubrir la muy comprobada y muy estrecha conexión entre el verano perenne y la muerte. Y no es que lo diga yo. Es que lo dice gente mucho más lista y más versada en el tema.
Por ejemplo: el epidemiólogo Francis Stephen Bridges, quien entre el 1971 y el año 2000, estudió las tasas de suicidio y homicidio en más de nueve países y concluyó que estas suben consistentemente durante los meses de verano y primavera y bajan durante el invierno y el otoño. ¿Cuál es la diferencia entre estas temporadas? El cabrón sol. El desgraciado calor.
Los hallazgos de Bridges y los de muchos otros investigadores ya han sido confirmados por los Centros para el Control y la Prevención de las Enfermedades (CDC por sus siglas en inglés) y por el Centro Nacional para Estadísticas de Salud de Estados Unidos. Claro, que hay quienes refutan todo esto. El sociólogo francés Émile Durkheim es uno de ellos. Pero es que ya te dije. Estamos en la era de Facebook y Dios libre que alguien se guarde una teoría u opinión.
Por mi parte, estoy convencida. ¿Cómo puede ser normal vivir en un lugar en el que el sol y el calor sin tregua declaran una alegría constante, automática y automatizada? ¿Cómo puede ser bueno que tu ciudad sea una mentira bonita enmascarando tanta nostalgia, tanta pérdida y tanta muerte, haciendo que sientas tu vacío todavía más cuanto más contrasta con la postal soleada en la que tienes la desgracia de vivir.
Tienes razón. Quizás sí la estoy criticando.
Lourdes Vázquez
Tambor para los espíritus
En grupos y alborotados van y vienen vestidos de blanco, escribí una vez… se detienen en las placitas alrededor, se detienen en los negocios, mas nunca cerca de Villa Paula en North Miami Avenue. Tan pronto se topan con esta casona, cruzan la calle y aceleran el paso persignándose más de una vez. Leí en el Haiti Observer online que Villa Paula fue construida con materiales y labor cubana allá por los años 1920, y bautizada con el nombre de su primera habitante: Paula de Millord, esposa de Domingo Millord, primer cónsul cubano en Miami. Construida en un gran campo agrícola, aquí Paula muere de complicaciones después de que una de sus piernas fuese amputada. Tambor por su espíritu es a menudo escuchado frente a la mansión, ya que los vecinos aseguran haber visto el alma de Paula —carente de una pierna— flotando por el patio y alrededores de la propiedad. También señalan que se escuchan todo tipo de ruidos extraños dentro de ésta, como: golpes en las puertas, sacudidas de trastes en la cocina, movimientos bruscos de los chandeliers y sonidos de tacones de mujer. Todos estos fenómenos suceden porque Paula fue enterrada en el patio sin los mayores respetos o bendiciones, confirman. En ese toque de tambor se invoca una vez más a la loa mayor Erzulie, la única que entiende sobre lo vaporoso de la vida y lo contundente de la muerte.
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Los autores que participan en Miami (Un)plugged son: Rodolfo Pérez-Valero, Raquel Abend Van-Dalen, Grettel J. Singer, José Ignacio Valenzuela, Andrés Hernández Alende, Juan Carlos Pérez Duthie, Anjanette Delgado, Gastón Virkel, Camilo Pino, Luis de la Paz, Carlos Gámez-Pérez, Gabriel Goldberg, Lourdes Vázquez, Pablo Cartaya, Carlos Pintado, Héctor Manuel Castro, Jaime Cabrera González, Daniel Shoer Roth y Enrique Córdoba.