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‘Arrival’, o cómo aprender a cambiar el pasado antes de la ‘Llegada’, con solo imaginarlo.

Entre la primera y la quinta del sudeste, una pareja de jóvenes tomaba las escaleras para bajar al metro. Según la memoria de quienes coincidieron por aquella avenida, el chico y la chica se habrían dejado ver  una sola vez, agarrados de la mano, antes de desaparecer de la superficie. Una pareja normal y corriente transitando por las calles de la ciudad. Alguien que ves sin importancia, y no la vuelves a encontrar jamás. Sin embargo, yo los reconocí al mirarlos una segunda vez desde el ventanal del café, esta vez cruzando por la esquina opuesta, exactamente a la misma hora, minuto y segundo de cuando los imaginé bajando al subterráneo. Solo que ahora, la chica llevaba lo que parecía un recién nacido bien abrigado entre sus brazos. No se dirigieron al metro. Continuaron hasta la parada y tomaron el autobús.

Probé otro sorbo del cappuccino y viré hacia la televisión, atornillada por encima de un pasillo que llevaba hasta los baños. La cajera comentaba, apuntando con el dedo a las imágenes del noticiero, que una de esas rocas gigantes flotaba sobre el patio de su casa como si estuviera anclada a la tierra. Habían sido 12 rocas gigantescas en total las que arribaron levitando desde el espacio; unas posicionándose sobre las ciudades de Toronto, Nueva Delhi y Maracay, otras sobre el estado de Montana, los pueblos de Devon y Kenema, el pacífico, el desierto de Gobi, la costa sur de Groenlandia, y el borde Este del Atlántico. Al acercarse, se inclinaron verticalmente hacia arriba como hacen las ballenas cuando cantan debajo del agua; rozando el pasto con un extremo, y las nubes con el otro. El reportero de las noticias había perdido la vida al ser atropellado por una estampida de miles de personas, quienes durante la confusión, trataban  torpemente de bordear la costa para evacuar el pueblo.

Las luces de la calle, afuera del café, se apagaron marcando las seis y cuarto de la mañana. El chico, a quien minutos atrás había visto caminando acompañado de su pareja, reaparecía nuevamente a través del ventanal; pero ahora corría sólo sobre la acera de enfrente. Esta vez llevaba un bolso azul oscuro, tenía barba y su cabello lucía más largo. Al principio, cuando los extraterrestres aparecieron, no sabia distinguir entre las cosas que imaginaba y las cosas que realmente estaban sucediendo delante de mí. Podía ver un gato negro brincando desde la ventana sobre el lavaplatos, y segundos después notaba al mismo gato dormido entre los cojines del sofá. La cajera cambió el canal de la televisión. Una reportera que ahora transmitía desde Reykjavik, afirmaba que hasta el momento no había señal de comunicación por parte de los invasores. Ya se cumplía el tercer mes desde la llegada y nada. Ni un movimiento, ni un sonido, ni una luz; solo doce rocas del tamaño de Manhattan que se suspendían de punta a punta, erguidas hasta el cielo, a solo un metro de tocar el suelo.

El café me dejó un sabor a metal en el paladar. Un punzón como taladro me recorrió la sien hasta las encías; lo sentía como si tuviera pirañas dentro de la boca. Volví al chico con barba, quien bajaba apurado por las escaleras del metro. Un zumbido grave y fuerte dejó en silencio todo el interior del restaurant. Me percaté que la señora en la mesa de atrás lloraba histérica y batía sus brazos, pero no podía escuchar lo que decía. Miré de nuevo con dificultad hacia el televisor. Eran imágenes donde las fuerzas armadas de otro país, envueltas en el pánico, disparaban sobre las primeras filas, justo cuando eran acorraladas y acuchilladas por miles de manifestantes. Otro corresponsal afirmaba vía satélite que eventos como este se estaban repitiendo en diferentes ciudades a lo largo del planeta. Noté que varias personas a mi alrededor se movían muy despacio. Un hombre, vestido de traje y sombrero, sentado junto a la barra, dejó caer un libro que pareció tardar horas en tocar el piso. Esto marcó el intenso destello plateado a ras de ojo que  me hizo voltear de nuevo hacia el ventanal, hacia la calle. Lo siguió un segundo resplandor, esta vez naranja, con una fuerte oleada de aire que fragmentó el gran cristal frente a nosotros. Sentí mis oídos húmedos. – “No te muevas, no te toques la cara”. –  Me ordenaban, mientras temblaba ciego sobre el suelo. – “Tienes todo el rostro cubierto de vidrio, ten paciencia”. Apreté mis ojos antes de abrirlos. Fue ese último resplandor el que dejó pedazos de piel goteando sobre las mesas. En esta oportunidad, la bomba se detonó en los rieles del Subway, que a las siete y media de la mañana, llevaba a miles de pasajeros por interminables túneles que se cruzaban justo debajo de nosotros. – “El chico de barba se debe haber evaporado” – pensé, y dejé de escuchar los gritos.

                                                                                * * *

Claudine se desplomó empapada de sudor sobre mi pecho. Como cuando se baja con calma por un acantilado, poco a poco la respiración retomaba su ritmo. Aún no amanecía. Ella movía sus caderas como buscando revivir la travesura; entre risillas, apretando con fuerza sus ojos. – “Que rico me vine…”. Yo seguí dentro de ella por unos minutos. Sus dedos acariciaban mi barba. Las almohadas quedaron en el suelo. Fuera de la habitación, el gato negro dormía recostado de la ventana que estaba encima del lavaplatos. Disfrutaba calentarse con el cristal cuando salía la luz.

Me levanté y me dirigí hasta la cocina para calentar el café. Abrí la pantalla virtual, pulsé el ‘feed’ en vivo y la rueda de prensa continuaba. Debió haber durado toda la madrugada. Ahora hablaba el director general de inteligencia. Se había formado un equipo con los científicos y linguistas más destacados de la nación. El caos contenido ya se había salido del control de las auroridades, y era crucial conseguir una comunicación inmediata con los visitantes antes de que el mundo se consumiera a sí mismo. Habían varios equipos como éste formados a lo largo del globo, cada uno trabajando sin descanso desde su región, bajo cada una de las rocas. – «El nuestro, acaba de lograr un avance extraordinario», – afirmó el director, dándole la palabra al célebre astro-físico, y líder del grupo de investigación, el Dr. Lucas Castañeda. Éste explicaba que no eran doce naves en forma de rocas flotantes las que nos visitaban, sino que era una sola, la misma, que en realidad parecía posicionarse en doce sitios diferentes al rededor de la Tierra. Según los científicos, era la misma nave en doce puntos distintos, y que a través de la física cuántica, abrieron doce realidades paralelas. Claramente era un asunto muy complejo, una física que nosotros no conocíamos en práctica, sino solo en teoría. Al ser una sola y única nave espacial detenida en doce lugares diferentes, los extraterrestres revelaban que un evento singular, o un momento en el espacio, o una acción determinada, o una misma persona, podía estar en sitios diferentes al mismo tiempo. Los reporteros, a golpes y empujones, pidieron la palabra a la vez; pero la investigación aún no podía revelar los detalles del descubrimiento. El doctor Castañeda añadió que, para la renombrada lingüista Louise Banks, antigua colega de Claudine; y para el físico teórico, Ian Donnelly; ambos a cargo de lograr el enlace con la nave  que flotaba sobre el estado de Montana, las pruebas descubiertas eran contundentes. Aseguraban que, primero, las intenciones de los visitantes eran pacíficas; segundo, que se había logrado una comunicación parcial, pero determinante entre los visitantes y ‘nosotros’, revelando que una ‘herramienta’ se le ofrecía a la raza humana para su evolución; pero el progreso de ésta comunicación era un asunto de tiempo, de calma y de paciencia por parte de la población mundial. Y tercero, que todas las naciones involucradas directamente con estos eventos están colaborando entre ellas con el fin de conseguir una resolución pacífica para la toda humanidad. – «Qué cantidad de basura» – suspiré, cerrando la pantalla virtual.

Probé otro sorbo de café. Necesitaba un poquito de azúcar. Según Claudine, Louise y ella compartieron cuarto cuando amabas hacían su doctorado en la universidad. A menudo coincidían en las teorías de lenguaje, pero no en el propósito de sus aplicaciones. Claudine era una estudiante brillante que poco a poco se fue desilusionado con el modo actual del pensar social. Un mundo ultra comunicado, que irónicamente no podría estar más desconectado de sí mismo. Antes de abandonar la carrera y volverse radical, se dirigió al departamento de filosofía y linguística. Al irrumpir sosteniendo en su mano izquierda  un frasco de vidrio, recordó a los profesores que, aquel momento preciso, ella ya lo había vivido numerosas veces, con todos sus escenarios posibles. Ella les dejó saber a todos que todos habían muerto, porque ella los había asesinado, uno a uno, repetidas veces, infinitas veces, usando una bomba de ácido. Perplejos e incapaces de reaccionar, les costó tiempo reconocerla. Ella, notablemente descompuesta y con la sonrisa agrietada, dio la vuelta y cerró la puerta. El gato negro me despertó del recuerdo cuando brincó desde el borde de la ventana hacia el lavaplatos.

La vi levantarse de la cama para ir al baño. Yo tomé mi ropa del sofá y me vestí. Me sorprendió, aún desnuda, y me besó la frente. – “En este preciso momento estamos caminando juntos al autobús. Tu tomas mi mano y la besas. Yo sonrío. Nos iremos de este lugar y nunca más nos volverán a ver” – me explicó,  abriendo sus ojos como dos platos turquesa. Luego volvió con prisa a la habitación. Claudine cree que nada importa porque el tiempo, en verdad, no existe; y si el tiempo no existe, lo que hicimos, hacemos y haremos podría suceder dentro de la misma secuencia de instantes. Solo hay que conseguir ese ‘vehículo’ para lograrlo. Este es en realidad un concepto milenario que siempre detonó ideas. Va desde la noción de construir una máquina especial que logre desplazarnos a través del tiempo y del espacio, hasta descubrir que esa máquina especial no es más que la mente misma, y que usándola podemos viajar y estar en cualquier punto de este tiempo y de este espacio, al mismo tiempo si lo quisiéramos. Su mejor ejemplo es a través del lenguaje. Si nuestro lenguaje aprendido es lineal, es obvio que nuestra comunicación con otros, nuestras acciones y pensamientos serán lineales; el pasado y lo que sucedió, el presente y lo que sucede, el futuro y lo que sucederá. Y esa línea la recorremos hacia atrás recordando, y hacia adelante, imaginando. Pero si en cambio nuestro lenguaje fuera desde el aprendizaje uno ‘no-lineal’, todas nuestras formas de comunicación, acción y pensamiento serían ‘imaginativas’ sobre las experiencias, provocado una realidad colectiva muy distinta. Una, ‘cuántica’. Podríamos recorrer los eventos que, no solo van a transcurrir en el futuro, sino que también han transcurrido en el pasado, y cambiarlos con solo pensarlo. De seguro eso es lo que logró probar Louise en este evento con los extraterrestres. Eso es lo que nos quieren enseñar. Para eso vinieron. Nos regalan una ‘herramienta’. Una forma diferente de pensar para comunicarnos de una forma ‘nueva’ entre nosotros y así lograr la paz absoluta. Pero, según Claudine,  a Louise le tienen prohibida la comunicación con el exterior. Ese es un secreto que quieren evitar compartirlo con el resto del mundo.

La ráfaga de metal pulverizó la ventana, pero reaccioné a tiempo lanzándome contra el suelo. Claudine se había arrastrado hacia la sala, pero los asesinos la alcanzaron acribillándola por la espalda desde el pasillo, rociando la casa con proyectiles. Tomé el bolso y logré escapar por el sótano, abriendo mi camino por las escaleras hacia arriba, corriendo hacia el bosque para bajar a la ciudad.

Los faroles que iluminaban las calles se iban apagando. Antes de cruzar, levanté la cara para tragar aire. Dentro del café situado al frente, una multitud veía la televisión. Una multitud a excepción de un hombre. Lo podía apreciar a través del cristal. Se sentaba frente a la barra. Vestía de traje y sombrero, y estaba leyendo un libro. Era un personaje de otro tiempo. Grité con dolor y sentí mis visceras contraerse. Abrí el cierre y giré el cilíndro. Bajé las escaleras, lanzándo el bolso hacia los rieles, justo antes de la llegada del tren. No hubo advertencia por parte de los militares. Un sabor espeso a metal coincidió con el primer destello… Seguramente, el sabor de la primera bala evaporándose detrás de la cabeza.

*Inspirado en la película, ‘Arrival’. Una obra maestra dirigida por Denis Villeneuve, basada en el texto de Ted Chiang, (Story of Your Life); protagonizada por Amy Adams, Jeremy Renner y Forest Whitaker.

 

 

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