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Aquellas chicas muertas

Una de las características destacadas, a mi entender, del policíaco de no ficción en castellano, en Latinoamérica, desde su fundación, con Rodolfo Walsh, a diferencia de las narraciones en inglés, es la preocupación por lo social, por hacer visibles las injusticias, las arbitrariedades del sistema, contra los más débiles. El policíaco no de ficción se convierte, en el mundo hispano, en un vehículo de denuncia desde la escritura. Resulta lógico, por tanto, que en estas coordenadas geográficas el true crime se reinvente con las preocupaciones, los abusos que indignan al escritor que también es ciudadano. Y, por tanto, es lógico que la protesta feminista haya llegado al policíaco de no ficción. En 2019, Cristina Fallarás (Zaragoza, 1968) publicó Ahora contamos nosotras (Anagrama), una crónica periodística del movimiento #Cuentalo que, a través de twitter, permitió a miles de mujeres de habla hispana denunciar agresiones sexuales sufridas a manos de hombres. Pero de la que quiero hablar aquí es de la excelente, la magnífica novela de no ficción de Selva Almada (Entre Ríos, 1973): Chicas muertas (Random House, 2014).

Experta narradora del poso de su provincia, autora de una trilogía sobre la masculinidad: El viento que arrasa (2012), Ladrilleros(2013) y No es un río (2020), en este libro, Almada trata de narrar, de recomponer los crímenes de 3 mujeres. Por sinécdoque, lo que hace es denunciar la violencia sistemática contra las mujeres en la sociedad argentina. Andrea, María Luisa y Sarita desaparecieron en la década de 1980. La primera fue hallada muerta en su habitación, en su casa, sobre la cama, acuchillada. A María Luisa la encontraron en un baldío, abandonada y sin vida. De Sarita no se halló ningún rastro. Aún hoy en día no se sabe si está muerta. Almada navega entre estos 3 casos, no resueltos, con cuya memoria creció. Reconstruye las muertes, investiga, se documenta, entrevista a los familiares y a los testigos, y hasta se ayuda de una vidente que le transmite el impulso final para narrar, cuando le dice: “Tal vez esa sea tu misión: juntar los huesos de las chicas, armarlas, darles voz y después dejarlas correr libremente hacia donde sea que tengan que ir” (p. 50). Con estos mimbres, traza una reconstrucción de los casos, y entrelaza otras historias, otras situaciones, que retratan el machismo, su violencia, sus prácticas, y como se extienden por todos los estratos de la sociedad argentina, en un encuentro en la calle, en una conversación en principio banal, pero que no lo será, para nada, en la suerte de esa mujer. Y recopila las historias cercanas, de boca de su madre, que más impactaron en su provincia (pp. 18-20). En este sentido, espeluznante resulta la escena, narrada con maestría, en la que un viejo pretende seducir a una amiga de la narradora, que la acompaña, dentro de un coche, después de hacer autostop, camino de la universidad, y Almada encuentra, descubre las armas que el tipo guarda en el auto: “dos armas largas, escopetas o algo así” (p. 32). Pero eso ocurre en una segunda línea argumental, subterránea. En la principal, la de Andrea, María Luisa y Sarita, la autora intenta componer los casos, todos sin resolver, a través de los archivos, judiciales y policiales, los sumarios, entrevistas con los familiares. Descubre el descontrol, la falta de planificación y de organización de la policía, en ese momento de la historia de Argentina, que coincide con el retorno de la libertad, con el fin de la dictadura y el inicio de un período democrático que ha llegado hasta nuestros días. Resigue las líneas de investigación, fallidas o no, buscando culpables, repasando coartadas, describiendo perfiles. Por algunos momentos, la estructura se complica. Son tres casos distintos, que la autora entremezcla a voluntad, y que pone en diálogo con todos sus recuerdos, sus evocaciones sobre los crímenes, y la relación con su familia, con una madre de carácter, que nunca se dejará alzar la mano por el marido. A ello cabe añadir la crónica, la investigación, en el presente. Pero la autora la acaba encauzando. Y la cierra con gran, con notable magisterio.

Al cabo de la lectura, qué decir. Es una obra ambiciosa, qué duda cabe. Pretende mucho más que contar 3 crímenes. Es algo más que un policíaco de no ficción. Pretende reconstruir una atmósfera, la de la Argentina de aquella época, y su conexión con la actualidad, con el presente. Y su autora se ha esforzado en hacernos llegar el mensaje, un mensaje nada complaciente, de la violencia contra las mujeres. El esfuerzo lo merece. La historia de aquellas chicas muertas es un libro necesario.

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