Los últimos acontecimientos políticos y sociales han hecho que el nombre de Venezuela suene más fuerte en el mundo. Antes, de ese país anclado en América Latina llegaban pocas noticias. Los artistas vivían, creaban y morían en el mismo suelo. Venezuela era un país que le daba la bienvenida a los inmigrantes, sus ciudadanos no tenían la necesidad de emigrar.
Ahora todo es distinto. Hay una diáspora que vive y crea en distintas partes: Buenos Aires, D.F., Miami, Madrid y New York. En muy poco tiempo Raquel Abend van Dalen (Caracas, 1989) se ha vuelto un referente ineludible de los autores venezolanos que crean desde el exilio, sea éste de índole artístico o político. En Andor (SED ediciones) los acontecimientos tienen la lógica de una pesadilla; es difícil prever qué le tocará en suerte al joven protagonista. Hay algo bello y a la vez nihilista en este mundo cerrado donde el lector comparte el asombro y el deseo íntimo que ese oscuro enigma que sobrevuela la novela, se revele al fin.
Raquel Abend van Dalen es poeta, narradora y periodista. Licenciada en Comunicación Social por la Universidad Monteávila y Magíster en Escritura Creativa en Español por la New York University. Autora de los poemarios: Sobre las fábricas, (Nueva York, Sudaquia Editores, 2014) y Lengua Mundana (Bogotá, Común Presencia Editores, 2012); de la novela Andor (Caracas, Bid&Co.Editor, 2013; Miami, SED, 2017), y coautora del libro Los días pasan y las formas regresan (Caracas, Bid&Co. Editor, 2013). Seleccionó y prologó la compilación de no ficción La cajita cabrona, Sistemas inc. (Caracas, Editorial Cráter, 2016). En el 2016 fue escritora residente en el programa para artistas en Camac Centre D’art, Marnay-sur-Seine, Francia. Actualmente se desempeña como profesora de español en City University of New York (CUNY).
¿Cómo surge Andor?
La primera versión la comencé a escribir a los 19 años, durante un verano que pasé en casa de mi tía Nena, en Georgia. Iba a tener que pasar tres meses aislada en un pueblo estadounisense y se me ocurrió que escribir una novela iba a ser una buena forma de aprovechar ese tiempo. Quería narrar en primera persona, desde el cuerpo de un chico, que, intentando escapar su realidad a través del suicidio, iba a quedar atrapado en un mundo absurdo. Siempre me interesaron las historias que se desarrollan en mundos alternos y yo quería crear uno propio, al cual se accediera a través de “la muerte”. Eso sí: siempre con humor, mucho humor.
¿Cuál fue el mayor desafío que te puso la novela?
El mayor desafío fue que la comencé a escribir muy joven, entonces, a medida que fui creciendo, la novela fue teniendo nuevas y nuevas versiones. De los 19 años a los 23 se cambia mucho y eso alteraba mis intereses, mis lecturas y por supuesto mi prosa. Me tomó cuatro años balancear mi yo escritora con mi yo personificado en Edgar Enrique Crane.
¿Qué te llevó a emigrar a los Estados Unidos?
Me mudé a Estados Unidos en el 2011. Justo después de graduarme como periodista en Caracas. La situación en Venezuela ya estaba bastante complicada, incluso en comparación con la actual. Alrededor de ese año comenzó la migración masiva de jóvenes al exterior. Sin embargo, debo decir que, aunque mi país me hubiera brindado óptimas condiciones de vida para quedarme, igual hubiera querido irme a vivir a Nueva York. Es la ciudad donde me siento plena.
Viviste en Miami y ahora New York.
Miami fue para mí un sitio de paso. Fue generosa y dura conmigo. Coincidió con algunos eventos desafortunados de mi vida y durante ese año no me sentí muy bien. Me refugié en mi familia y en mi trabajo de periodista. Estuve muy sola. Aprendí a disfrutar de pequeños placeres y a descubrir una Miami propia. Luego me mudé a Nueva York en el 2012 para comenzar mi Maestría en Escritura Creativa. Aunque ese primer año fue terriblemente duro, también lleno de soledad y de todas esas emociones que vienen con el desarraigo, aprendí eventualmente a hacer casa y a conocer esa nueva yo que había nacido.
¿De qué manera afecta vivir en un país ajeno en tu escritura?
El haberme ido de Venezuela coincidió con un desarrollo más serio y disiplinado de mi escritura. Admito que no recuerdo qué se sentía escribir cuando vivía en Caracas. Tampoco pertenecí a grupos literarios, talleres, círculos de escritores o incluso eventos. Ni siquiera sé si me leen en Venezuela. Siempre he sido una escritora extranjera.
¿Cómo te apropias de ese país nuevo?
Más que apropiarme de Estados Unidos, puedo decir que me he apropiado de Nueva York. Es una ciudad donde nadie pertenece y, al mismo tiempo, todos pertenecemos. Es como si nuestra “nacionalidad” queda permanentemente siendo universal.
¿En la vida cotidiana, el lenguaje juega algún rol en esa apropiación?
Pues, el haber permanecido hablando y escribiendo en español todo este tiempo me dio una base maternal en mi vida neoyorquina. Definitivamente ayudó a la apropiación. No fue hasta el año pasado, cuando comencé a dar clases en City University of New York y a hacer terapia con un analista lacaniano estadounidense, que el cambio de lenguaje comenzó a hacer de las suyas. Ahora, a veces, sueño en inglés, pienso en inglés y hasta estoy considerando atreverme a escribir poesía en inglés. Vamos a ver.
Cuando regresas a Venezuela o comparas tu obra con la de escritores que residen en tu país, ¿notas que te hayas distanciado?
No he vuelto a Venezuela en años y aún no he tenido la oportunidad de comparar mi obra con lo que se está escribiendo actualmente dentro del país. Espero poder tener acceso a esos libros pronto.
Como escritora y como emigrada, ¿qué cosas facilitan tu profesión y qué cosas la dificultan?
El haber hecho un MFA en la New York University ayudó mucho en su momento, pues me permitió conocer a un grupo maravilloso de personas, también extranjeras y también escritoras. Esto abrió muchas puertas. Ahora, vivir en una ciudad tan costosa como Nueva York, te limita en varios sentidos, pues debes emplear mucho tiempo en labores, que no están necesariamente relacionadas con tus intereses, para poder cubrir los gastos básicos mensuales y, pues, eso quita tiempo para la escritura. De todas maneras, esto ocurre en prácticamente cualquier lugar y prácticamente a cualquier escritor. Más que un asunto de emigrantes, diría que se trata de una “realidad literaria” el hecho de que es muy difícil llegar a comer gracias a la venta de tus libros.
¿Crees que se hace un tipo de literatura adentro de Latinoamérica distinto al que hacen los latinoamericanos en el extranjero?
Creo que la principal diferencia es que los latinoamericanos en el extranjero no pueden evitar escribir sobre el ser extranjero. De una u otra forma. Es así. A veces, de una forma más explícita, y otras, de una forma más camuflada. Lo otro que ocurre es que, desde la distancia, a veces escribimos de cosas que antes no tenían la misma urgencia.
¿Qué podemos esperar próximamente de Raquel Avend van Dalen?
Próximamente se estará publicando la primera edición de mi otra novela, Cuarto azul. Y, con respecto a la poesía, espero que este año salgan un par de poemarios que cerré en el 2016.
Fotografía: Violette Bule