«Otra vez los grifos descuidados y el agua dura, capaz de corroer todo a su paso, el agua dura que obstruía las cañerías e impedía que las cosas fluyeran», dice el último narrador de este libro en el relato «Islandia». El viaje interior de su protagonista es el de muchos otros personajes de Agua dura, en palabras de su autor, una espiral simbólica en torno al agua como metáfora oscura, acerca de la complejidad de las relaciones humanas y la escurridiza noción de familia que a menudo las condiciona. La inquietante atmósfera fronteriza que envuelve el reencuentro de dos hermanos, la fantasmal amenaza de un doble que flota en un canal holandés, el descenso al corazón de las tinieblas de una víctima que deviene verdugo en el Brasil de los 70, la conversión de un muchacho en villano en el Moscú de los 90 o el duelo moral entre dos rivales hermanados por su obsesión, son sólo otras formas de indagar en ese viaje a nuestros abismos, la caída a plomo de un clan de ahogados hacia la oscuridad de una condición humana en la que, sin embargo, subsiste a veces un destello de luz. Con una prosa cuidada, poblada de engarces y segundas lecturas, la narrativa de Bellver navega entre el pulso cinematográfico y la deriva onírica, entre el clima del relato de largo aliento y el fogonazo del cuento breve, en una docena de historias que pretende ser también una suerte de homenaje a autores como Conrad, Faulkner o Stephen King.