Faulkner en Granada

 

Hay una línea directa que va desde Faulkner a Benet, pasando por Carson McCullers, Rulfo, Onetti, Martín Santos, Cormac McCarthy, Nic Pizzolatto, David Vann o Chuck Palahniuk, hasta Alejandro Molina (Granada, 1984): la inclusión de múltiples narradores o puntos de vista, los saltos en el tiempo en la narración, el flujo de conciencia, la tensión del fraseo, los recursos retóricos más propios de la poesía que de la prosa en las descripciones, el poder para descifrar ciertos rasgos de la conducta humana que, al estar tan cercanos a nosotros, no vemos con la suficiente claridad. Como sabemos, las obras de Faulkner y de Benet no explican la vida, tratan de reflejarla en su desordenado amasijo. Según María Elena Bravo, al leerlos “no actuamos como testigos de otras vivencias, sino que la novela, subrogado de la vida y vida misma, nos hace conocer mejor el enigma de nuestra naturaleza, nos enfrenta con el problema de la lengua, de la memoria, de las creencias y del conocimiento por vía artística”. Hay naturalmente cuantiosas diferencias, y la esencia malvada del ser humano no cruje tanto en la última y formidable obra de Alejandro, Y tú durante (Oblicuas Ediciones), como ocurría en el escritor sureño -no sólo por lo distinto de la premisa y de la geografía, sino porque más que el resultado de una influencia cardinal se trata quizá de una deconstrucción consciente, posmoderna, de Faulkner-, pero ambos nos arrojan con sus asombrosas aptitudes al caos que es el tiempo. Y la vivaz porosidad que los diálogos sin guiones prestan a la narración juega a favor del granadino.

A Magda, una joven ensayista amiga de la familia, el célebre poeta Anselmo Espadas le ha encargado abordar una biografía suya que no sea al uso. Pero los incoherentes y deslavazados circunloquios de este la obligan a recurrir a un investigador privado, Melquiades Castillo. Sin embargo, el pasado del detective al parecer corre paralelo al de Valeria, la mujer del poeta: la biografía y las existencias de los implicados y de sus secretos tejen entonces un enmarañado tapiz anímico y afectivo.

Y tú durante es una novela mayúscula, un fértil territorio que manifiesta la evolución constante de Alejandro Molina desde los libros de relatos Mañana no habrá ayer, El glaciar, Luces prestadas y las novelas Defunctos Ploro y Elección y sacrificio. Hay ahora, si cabe, una mayor complejidad estilística y conceptual (“nada escapa a los ojos de un poeta”). La obra es medidamente torrencial, sinuosa y llena de entresijos, de consideraciones sofisticadas y sugestivas (la novela está llena de frases que invitan a subrayar, “En poesía, las palabras son fósiles y el poeta un arqueólogo que interpreta una civilización perdida”, “a veces la vida pone al arte en su lugar”, “el mundo es bello, pero tiene un defecto llamado hombre”, “sólo a través de la tristeza podemos acercarnos a lo que con tanta claridad ven los animales a través de su pureza”, “el ser humano sustituye la vastedad del mundo y la infinitud de la existencia por una jaula bajo una carpa”, etc.). Los detalles y las escenas se dilatan y se expanden orgánicamente. La dicción está soldada de manera impecable con la idea (la oralidad perfectamente remachada de Silvio). Hay diferentes niveles del lenguaje, que cristaliza en cogitaciones e introspecciones profundas. A veces el autor despliega un costumbrismo refinado, un naturalismo enriquecido con referencias culturales, con tablas periódicas de enumeraciones, con sutiles pinceladas poéticas que motean exquisitamente la página (“el atardecer tenía los colores de la canela y la piel de los leones, el oro viejo y el óxido y la arena del desierto”), todo ello alternado con fugas de la memoria y con sus siempre agilísimos diálogos. Con frecuencia parece estar leyendo uno a Faulkner. O se encuentra de pronto con esas excelsas frases que podría haber escrito Benet, “flirteando con las trazas hedentinas de agua sucia”, “decantando la savia que alimenta el revestimiento y la apariencia de lo que llamamos experiencia”, “anhelando destellos de genialidad, vibrantes escenas de adolescencia, pasadizos, vericuetos, laberintos y ordalías de los que salir airoso”.

Para los personajes de Alejandro Molina, no se puede estar solo, el amor no es más que una dioptría y la memoria una prisión: “Anselmo envidia lo que llama la capacidad más hermosa de entre todas las que algunos animales nos pueden brindar, la de recordar algo durante apenas veintisiete segundos”. Este libro, que “es un espejo en el que una vez Anselmo se miró”, arrastra al lector “por cálidas mareas y frenéticas corrientes”, y muestra al ser humano como esa libélula -con su “majestuoso y brillante abdomen lapislázuli, el delicado mosaico que formaban las venas y las celdillas de sus alas, perpendiculares a su alargado y fino cuerpo”- que abre y cierra la novela, yaciendo inerme en la acera frente a la que avanza el estruendo de una máquina barredora, con sus implacables  cepillos, que son para nosotros -tan vulnerables como ella- el paso del tiempo, el dolor, el sinsentido de la vida o la crueldad de nuestros semejantes.

Y tú durante emerge como una obra mucho más sensorial que las anteriores (esos olores y enumeraciones de las páginas 25 y 26), esas “fragancias de cosméticos antediluvianos como el yeso y la harina de habas, los cominos y los posos del vino y el azúcar de saturno y el sudor purificado del carnero y el estiércol de cocodrilo” (¡glorioso!). Está también la ‘pasmosa belleza’ de sus poéticas descripciones del planeta y del cosmos. Y los recuerdos como animales bien vivos, aunque haya muchos animales muertos, sobre todo insectos. Y las vidas de los personajes parecen inmersas en “una corriente oceánica”, se cruzan como “colisionan las galaxias” o confluyen como engranajes: “Padecemos una ceguera de la que sólo somos conscientes cuando personas como Anselmo alumbran las tinieblas en las que sin saberlo nos movemos, con esa linterna que son sus versos”.  Qué gran idea esa de suicidarse cortándose el cuello con el canto de una hoja de un relato de la Lispector; o la invocación del espíritu de Bécquer en un molino en ruinas; o la evidencia de que hay hombres que son más árbol que persona, más río que individuo, que no esperan réplicas sino comprensión muda. Qué buenos títulos los de los poemarios de Anselmo (Las lágrimas del astronauta, Opus Caementicium, Osamentas o Mientras se sostenga el aire). Hubiera estado bien alguno de ellos en lugar del de un tanto melifluo Y tú durante. U otro más rotundo, más salvaje, lleno de palmeras, santuarios, agonías, ruido y furia, un título digno de esta proeza narrativa que delata el mucho conocimiento del ser humano que tiene Alejandro a pesar de su juventud, cuyo natural talento literario da aquí un salto cualitativo y cuantitativo.

Con su obra, Alejandro Molina revela una vez más que la mejor forma de la espada -además del pensamiento, la ironía y la imaginación- es la palabra. Por no hablar de que él sabe que “de dónde venimos es mero testamento; adonde llegamos es lo que somos”.

 

 

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