Hay libros que nacen de la imaginación, otros de la experiencia. No hay bestia tan feroz, de Edward Bunker, es de los segundos, y por eso duele. Publicado originalmente en 1973, este debut literario no solo consolidó a Bunker como una voz única en la narrativa criminal estadounidense, sino que también dio forma a una figura casi mítica: la del delincuente que se redime escribiendo, pero sin pedir perdón ni dulcificar el relato.
Bunker no necesita inventar nada. Pasó más de media vida en reformatorios, correccionales y prisiones de máxima seguridad. Fue asaltante de bancos, estafador, camello. Sabía de memoria la lógica del encierro y las grietas del sistema penal. No hay bestia tan feroz —cuyo título proviene de un verso de John Dryden— es una novela autobiográfica disfrazada de ficción, pero no hay nada de inventado en su crudeza.
El protagonista, Max Dembo, acaba de salir de prisión tras cumplir una larga condena. Quiere rehacer su vida, mantenerse limpio, encontrar trabajo, conocer una mujer, ser “normal”. Pero pronto descubre que la libertad no siempre es libertad. El sistema está diseñado para que reincida: el oficial de libertad condicional lo acosa, no consigue empleo sin antecedentes limpios, los viejos amigos lo arrastran de nuevo a la vida delictiva. A medida que las puertas se cierran una tras otra, el lector asiste a la lenta, inevitable caída de Max.
La novela tiene una estructura simple, casi documental. No hay giros de guion espectaculares ni finales esperanzadores. Pero lo que deslumbra es la precisión con la que Bunker retrata los mecanismos de la exclusión: la burocracia, el estigma, la violencia latente, la lógica de “culpable hasta nuevo aviso” que marca a quienes han pasado por la cárcel. Así como los bajos fondos de la ciudad de Los Angeles, su contexto es el de los moteles de mala muerte, prostitutas y heroinómanos. Bunker escribe con furia contenida y con frases cortantes. Es un narrador clínico y honesto, que no pide simpatía por su protagonista, pero obliga a mirar donde no queremos.
La novela fue adaptada al cine en 1978 por Ulu Grosbard bajo el título Straight Time, con Dustin Hoffman en el papel de Max. Bunker participó como guionista y actor secundario, demostrando que su talento narrativo no conocía límites. Y este no sería el único papel que interpretaría en las pantallas, también lo hizo en Reservoir Dogs, de Quentin Tarantino y otros más.
No hay bestia tan feroz es un retrato sin concesiones del fracaso del sistema penitenciario, una crítica al espejismo de la reinserción. Una obra que, cinco décadas después, sigue doliendo con la misma intensidad. Porque como bien supo Bunker, hay infiernos que no se acaban cuando uno sale por la puerta de la cárcel.