En su conmovedor diario de enfermedad, Gunter Silva nos guía a través de una experiencia profundamente personal, explorando su propia lucha contra una mal devastador. En Neutrino, se nos cuenta con una habilidad literaria notable, todo ese viaje, ese proceso. Allí se abre una ventana a un mundo que muchos temen y pocos comprenden: el de caer enfermo y estar al borde de la muerte. Pero muchos libros hablan sobre la muerte y la enfermedad. Lo peculiar de este es que, a lo largo del libro, estas ideas se nos presentan como un collage, porque el autor explora esos temas y su significado en múltiples ocasiones y desde diversos ángulos. Cada una de esas entradas ofrece una perspectiva única, creando un inmenso mosaico que invita a la reflexión.
El autor nos relata, en varios fragmentos, su vida en un hospital, un lugar donde la esperanza de cura parece haber desaparecido, pero donde la dignidad y la humanidad persisten a pesar de todo. Desde el principio, Silva establece un tono íntimo y reflexivo, compartiendo no solo los aspectos médicos de su mal, sino también las complejas emociones que la acompañan. A través de su narración, nos enfrenta con preguntas profundas sobre la vida, la muerte, y lo que significa realmente vivir en el umbral de la existencia.
La fuerza de este relato radica en su capacidad para humanizar la experiencia de la enfermedad, sacarla del contexto clínico y llevarla al terreno de la vida diaria; porque no se limita a describir los síntomas o los tratamientos; en cambio, nos lleva a un viaje emocional, explorando el miedo, el dolor, la tentación del suicidio, la frustración, la tristeza, pero también los momentos de claridad y paz que surgen inesperadamente.
El título Neutrino, cuaderno de navegación, a primera impresión, puede sonar como un libro de física cuántica, pero es profundamente simbólico. El término «neutrino» se refiere a una partícula subatómica que, a pesar de su inmaterialidad y casi indetectabilidad, juega un papel crucial en el universo. En mi opinión, esta metáfora se entrelaza con la experiencia del autor, quien, al enfrentar su enfermedad, a menudo se siente como un neutrino en un mundo donde su sufrimiento puede parecer invisible para los demás. El neutrino también podría simbolizar lo efímero, reflejando la fragilidad de la vida y la impermanencia de la existencia.
Uno de los aspectos más destacados del diario es la forma en que el autor aborda la muerte, no como un enemigo a ser vencido, sino como una parte inevitable de la vida. Nos da a entender que pelear con la muerte es una tarea absurda. Es extraño, porque a pesar de que el libro es bastante triste, de alguna manera, su escritura celebra la vida, incluso en sus momentos difíciles. A través de anécdotas personales y reflexiones filosóficas, se nos invita a reconsiderar nuestra relación con la mortalidad. Más que un simple diario, este libro es el compendio de un escritor que, al borde de la muerte y de la desesperación, encuentra en la escritura su salvación. Es un tributo a la vida y, sobre todo, a la palabra escrita, que se alza como una muralla contra el abismo.
Además, Neutrino nos ofrece una visión aguda de la vida en el hospital, un lugar donde las rutinas médicas a menudo chocan con la necesidad humana de conexión y comprensión. Silva describe con empatía a los médicos y enfermeras que lo atienden, reconociendo tanto su competencia como sus limitaciones. Sin embargo, es en las interacciones con otros pacientes, amigos y con su propia familia donde el diario alcanza su mayor profundidad. Estas relaciones, a veces breves y otras prolongadas, revelan la complejidad de enfrentar la enfermedad en comunidad, mostrando cómo el amor y el apoyo pueden ofrecer consuelo en esos momentos oscuros. Una parte interesante del libro es la relación amical que sostiene con Pedro Novoa, otro escritor peruano, que desde un hospital en Lima va luchando contra un cáncer de colon.
Uno de los pasajes que recuerdo vivamente del diario de Silva es el que narra un encuentro con su doppelgänger en un camino cerca del Támesis:
«Vi a mi doppelgänger en un camino cruzado cerca del Támesis. Al principio, el miedo y la sorpresa me dejaron sin palabras. Era como mirarme en un espejo que revelaba no solo mi exterior, sino también mis cicatrices internas, mis sueños truncados y mis esperanzas silenciadas».
Este encuentro metafórico refleja la lucha interna del autor, enfrentándolo a una versión de sí mismo que ha tomado caminos distintos, pero cuyos ojos comparten la misma melancolía. En esa breve conexión, el autor capta la soledad inherente a su experiencia, pero también encuentra un inesperado consuelo al comprender que, a pesar de su dolor, no está solo, está sentado al lado de ese doble en su imaginario. Este momento encapsula la complejidad de la identidad y la interconexión de las vidas que pudieron ser y las que realmente vivimos.
Pero más allá de la enfermedad y la muerte, Silva aborda otros temas que enriquecen el diario, como numerosas referencias a la literatura, el cine y la vida cotidiana; encuentros causales con su vecina, alguna persona en el bus, el parque o el metro. A través de estos elementos, el autor encuentra consuelo y significado en medio de la desesperación y el miedo. Muchas veces, también, recurre a sus lecturas favoritas, mencionando cómo ciertos pasajes de libros han adquirido un nuevo sentido para él en su situación actual. Del mismo modo, reflexiona sobre películas que exploran la fragilidad humana, como Elegía una adaptación cinematográfica de la novela de Philip Roth, Viven o Blade Runner, encontrando paralelismos entre la ficción y su realidad. Estos momentos culturales no solo sirven como escape, sino que también proporcionan un marco para comprender su experiencia, conectando su lucha personal con la universalidad del arte y la vida diaria.
Así pues, Gunter Silva narra su lenta caída desde la salud hasta la enfermedad, como un descenso sin tregua. Busca respuestas, pero a veces solo encuentra silencios y cicatrices. La esperanza, tenue como el humo, persiste, aunque parece desvanecerse con cada página. Al cerrar este libro, me resonó con fuerza las palabras de Sylvia Plath, que me atrevo a citar de memoria: «Entonces, sabemos que no el amor sino la oscura enfermedad y la proximidad a la muerte, son las que nos precipitan a vernos cara a cara a los ojos, y a unirnos y a estrecharnos fuertemente». Creo que estas líneas encapsulan la esencia de la obra. Una poderosa meditación sobre la fragilidad y los lazos humanos que emergen en la confrontación con la muerte y la vida.