Desde hace años Cecilia Eudave ha sabido internar a sus lectores en un mundo raro, con personajes que crean su propia realidad, en una serie de burbujas temporales alternativas, o en planos fantásticos que tienen mucho de cotidianidad y nos recuerdan nuestros miedos y pasiones, o los distintos lados de una posible verdad. Es lo que hemos visto en la novela Bestiaria vida (2008, 2018), en las historias de Técnicamente humanos (2010), en sus minificciones reunidas en Para viajeros improbables (2011) y en Microcolapsos (2017), o en varios, varios libros más de su autoría. Leerla es recordar la mejor prosa fantástica de Amparo Dávila o recorrer los laberintos de Borges, enfrentar escenarios insólitos con seres reales o mitológicos, fantasías que bien podrían ser nuestras y que nos divierten o paralizan. No menos intrigante es su nuevo libro Al final del miedo (2021), publicado por la editorial española Páginas de Espuma, cuyos cuentos perturban e incomodan, cuestionan nuestro entorno actual y nuestro futuro.
Ocho son los cuentos de esta colección inquietante y misteriosa, hecha con partes iguales de realidad y de sueño. A veces, como en el primer relato, una figura diminuta claramente femenina aparece por el extremo de una pantalla de computadora, y a través de ella el protagonista examina el vacío de su propia existencia. Otras veces el misterio nos sorprende en un hotel de mala muerte, en una comisaría o en una tienda de antigüedades y objetos raros, donde venden no sólo piezas ortopédicas usadas, brazos con garfios, burós chinos, uniformes revolucionarios y óleos de un día de campo, sino también, y sobre todo, historias insólitas, capaces de cambiar el rumbo de la vida. Al internarnos en cada uno de estos ámbitos, la autora mexicana nos invita a analizar las relaciones de pareja, o las inseguridades del ser humano que siempre busca compensar sus ausencias. Y a cuestionar la normalidad, la existencia de otros mundos subterráneos, paralelos, o nuestra propia humanidad.
¿Qué haces si te ruedas por las escaleras y te olvidas de todas las personas de tu vida? ¿Si ya no recuerdas si eres hija, hermana, madre o esposa? En “Sereno olvido” acompañamos a Isabel en busca de su memoria, sin saber si habrá alguna luz al final de la oscuridad, sin saber si ella y su herida sangrante son la realidad o apenas, tal vez, sólo parte de un sueño, la alucinación, el delirio de alguien herido, cuya frente abierta no deja de sangrar. Y a lo mejor sólo en “Deja que sangre” terminamos de completar el rompecabezas, cuando otro personaje, Emma, recuerda haber golpeado a su expareja con un cenicero para defenderse de su agresión, “con una ferocidad inmediata, liberadora. Sí, un reflejo de sobrevivencia” (71). Con estos y otros giros de tuerca la prosa de Eudave nos obliga a revisar lo leído, para ver si hemos perdido alguna pista en el camino enrarecido de la narración, para tratar de descubrir, como en un sueño borgeano, cuál es la realidad real y cuál es aquella que debemos inventar como tabla de salvación.
Al pasar por cada uno de los ocho cuentos autónomos sentimos que la autora los ha construido como parte de un todo coherente, para crear a la medida las piezas exactas de un verdadero “ciclo cuentístico”, en el que detectamos personajes que aparecen en varios textos, escenarios comunes —como el bar “El sepulcro de Selene”— o leitmotifs como el número siete y la sangre o “la creciente invasión de agujeros” que amenaza con tragarse a la ciudad. Estas pistas colocadas con astucia a lo largo del libro hacen que vayamos hermanando los cuentos de principio a fin por un derrotero siniestro. Y la suma de las partes resulta mucho mayor que cada una de ellas, sin que estas dejen de ser piezas que bien podrían flotar libres por el mundo, cautivando a nuevos lectores. “A short story cycle”, según la clásica definición de Forrest Ingram (1971), un “short-story composite” al decir de Rolf Lundén (1999), o un “conjunto de textos integrados”, estudiado en nuestras letras por Pablo Brescia y Evelia Romano (2006).
Esta tensión entre el cuento individual y el “todo” de la colección, o entre la separación y la unidad propias de este género, se aprecia no sólo gracias a los elementos unificadores, a los patrones comunes del tiempo y el espacio, o a los protagonistas y escenarios recurrentes, sino a la perspectiva o el punto de vista que en cada cuento consigue ubicarnos en un mundo enrarecido, insólito, inusual. Un mundo de personas pequeñitas, diminutas (como las que encontramos en otros libros de Eudave), que nos hacen pensar, como en el cuento “La verdad verdadera”, por ejemplo, “que no somos una unidad sino una pluralidad de individuos habitando lo que llamamos cuerpo”. Y a lo mejor esas personitas en conflicto son las culpables de nuestras crisis existenciales porque pelean entre sí hasta que una de ellas se convierte en la fracción dominante.
Los agujeros que aparecen en varios de los cuentos en definitiva crean el ambiente tenebroso de la colección. Hablo de esos “hoyos profundos e insondables” de donde salen los “subterráneos”, civilizaciones enteras para trastornar a la gente de arriba, poniendo orden, ajusticiando a los humanos. Los agujeros que la voz narrativa va abriendo a lo largo del libro también aparecen en el último cuento que le da el título a la colección, “Al final del miedo”. Y ahí no sólo cotejamos diversas hipótesis sobre dicho fenómeno en todo el mundo, en Yucatán, en Honduras y Guatemala, sino también que la gente se lanza a su negrura infinita, tal vez para liberarse “del miedo”, aunque todo solo sea una ilusión, parte de un sueño.
En este estado de trance onírico nos deja Cecilia Eudave con cada cuento que pone en nuestras manos. Y no sabemos si los cuerpos que encontramos en la narración son reales o soñados, productos de algún alucinógeno amarillo, del miedo profundo que sentimos los seres humanos ante lo inexplicable y lo oculto, a quedarnos solos sobre la superficie de la tierra o atrapados con otras criaturas en una azotea, en un bar “diseñado bajo el camuflaje del terror” o en el hoyo negro de nuestras propias conciencias. No hay aquí finales cerrados sino abiertos a múltiples posibilidades y una prosa bien cuidada que nos atrapa en cada oración y pone en tela de juicio esto que llamamos realidad.