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Helter Skelter o la matanza del Clan Manson

Años atrás Iván de la Nuez (La Habana, 1964) escribió un extenso artículo, “Más acá del bien y del mal. El espejo cubano de la posmodernidad”, en el que analizaba algunas estrategias diseñadas en Estados Unidos a fines de los 60, ante el avance de un nuevo modelo cultural que estaba poniendo en riesgo ciertas coordenadas institucionales en el marco de la modernidad. Un grupo de intelectuales neoconservadores entre los que destacaba la participación de Daniel Bell, diseñó un plan para enfrentar esos riesgos, entre otros los provocados por la contracultura hippie. El movimiento juvenil había crecido de forma excepcional y sus propuestas alternativas se habían propagado con facilidad entre una generación crecida a la sombra de la guerra de Vietnam y a la luz de expresiones artísticas renovadoras. La solución no demoró en aparecer: inundar las comunidades hippies que se acercaban a ciertos grados de sustentabilidad, de dos artículos nefastos: religión y droga. Ambos no se diferenciaban demasiado, y en definitiva resultaron altamente eficaces.

Hace medio siglo, en la primera mitad de agosto de 1969 ocurrieron dos hechos emblemáticos que marcarían las dos caras del problema: los asesinatos de Sharon Tate Polanski y seis personas más ocurridos entre los días 9 y 10 en la ciudad de Los Angeles, perpetrados por integrantes de la llamada “Familia Manson”, y el Festival de Woodstock en el pueblo de Bethel, en el estado de Nueva York, durante “tres días de paz y música” entre el 15 y el 18. Woodstock reunió más de medio millón de personas conviviendo sin el menor control policial y sin ningún tipo de incidentes, escuchando a referentes de la música como Janis Joplin, Joan Baez, Carlos Santana, Jimi Hendrix, Joe Cocker, Grateful Dead y Creedence Clearwater Revival entre muchos otros. La matanza permitió ver el lado oscuro de un grupo que de algún modo imitaba las formas del movimiento hippie, que propagaba el amor libre, la autodeterminación y la vida en comunidad pero que era liderado por dos instancias maléficas: Charles Manson y el LSD.

Cinco años después de los homicidios, el fiscal que ofició en unos de los juicios más largos de la historia de EEUU, Vincent Bugliosi (1934-2015), publicó la primera edición de un libro de casi ochocientas páginas, Helter Skelter. La verdadera historia de los crímenes de la Familia Manson (1974), indiscutible precursor del género hoy conocido como true crime. El detallado y apasionante volumen fue escrito con la ayuda del novelista e investigador Curt Gentry (1931-2014), y desde aquel entonces ha conocido múltiples reediciones y vendido más de siete millones de ejemplares.

A troche y moche

Charles Manson nació en 1934 en Ohio, de madre de dieciséis años, drogadicta y abandónica, y padre desconocido. Su infancia fue un ir y venir entre distintos familiares, orfanatos, reformatorios y fugas, y a los trece años cometió su primer robo a mano armada. Desde entonces, entre arrestos y períodos bajo libertad condicional, pasó diecisiete años tras las rejas, y fue liberado en 1967. Se estableció por un tiempo en San Francisco, en el barrio hippie de Haight Ashbury, donde empezó a rodearse de algunas adolescentes que pronto le otorgaron un rol mesiánico (solían llamarlo Jesús), y meses más tarde lo acompañaron hasta el rancho Spahn, un viejo set de westerns cercano a Los Angeles, donde comenzaron a dar forma a lo que llamarían la Familia Manson.

LSD, sexo libre, mendicidad, vagabundeo, pequeños robos, inexplicables alijos de armas fueron algunos de los distintivos de aquel variopinto grupo que seguía creciendo bajo el influjo del adorado líder, y que pronto tomaría las características de una secta. Manson manejó desde muy joven algunas ideas de razón improbable, influenciado por la Iglesia de la Cienciología, la figura de Adolf Hitler y una singular manera de interpretar el mundo. Improvisado guitarrista y cantante, componía sus propios temas con la esperanza de grabar un disco y saltar a la fama, y suponía que algunos músicos le hablaban directamente a sus oídos, como por ejemplo Los Beatles desde The White Album (1968), en el que figuraba la canción “Helter Skelter”. El título estaba inspirado en una suerte de tobogán en espiral de algunos parques británicos, que para Paul McCartney simbolizaba caída o decadencia, pero en Estados Unidos y en otros países la expresión podía traducirse como “a troche y moche”, o simplemente “desorden”.

En el marco de sus acepciones, para Manson el Helter Skelter estaba por arribar, impulsado por algunos crímenes que sus acólitos cometerían y que la población blanca atribuiría por error a los negros, en momentos en que grupos como los beligerantes Panteras Negras se hacían muy visibles, entablándose entonces una guerra racial. La confrontación sería ganada por los negros, quienes, en su incapacidad de gobernar al país, pedirían ayuda a Manson y a sus seguidores, que durante el conflicto se habrían refugiado en el desierto –además del Spahn alternaban sus estancias en otros ranchos próximos al Valle de la Muerte–, cobijados en un “pozo de Abismo”, un refugio inspirado en el Apocalipsis, último libro de la Biblia.

Dulces sueños

El fiscal Bugliosi batalló duramente para demostrar ante jurado y juez que el Helter Skelter había sido el móvil para los crímenes, que el autor intelectual de estos había sido Manson, y que aunque no había participado directamente en los asesinatos, él también, como los involucrados, merecía ser sentenciado a muerte.

El juicio a Manson y a las tres jóvenes (Susan Atkins, Patricia Krenwinkel y Leslie Van Houten, “the girls”) que habían asesinado a Tate y a otras cuatro personas más en Cielo Drive 10050, y que un día después mataron al matrimonio de Leno y Rosemary LaBianca en su casa de Waverly Drive 3301, duró nueve meses, tiempo en que los doce integrantes del jurado y seis suplentes debieron permanecer en un hotel, incomunicados. Finalmente se conoció el veredicto: la cámara de gas esperaba a Manson, a las chicas y a otros integrantes que fueron juzgados luego, como Steve Grogan, Bruce Davis, Mary Brunner, Robert Beausouleil y Charles Watson. Pero en 1972 la Suprema Corte de California suspendió la pena de muerte en el Estado, por lo que la condena de la Familia se conmutó por la cadena perpetua.

La imagen de Manson se convirtió en un equívoco ícono de aquella misma contracultura que pregonaba amor y paz, y que confiaba en el poder de las flores. Gracias a un sanguinario lunático que jamás se arrepintió de sus crímenes y a un grupo de muchachos que cumplían ciegamente con sus delirios, el establishment podía, paradójicamente, volver a dormir tranquilo.

Helter Skelter. La verdadera historia de los crímenes de la Familia Manson, de Vincent Bugliosi con Curt Gentry, prólogo de Kiko Amat, traducción de Gabriel Cereceda, Ediciones Contra, Barcelona, 2019, 784 páginas

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