recuerdo cuando escribía con los ocho dedos y el espacio era pulgares; despotricaba contra credos sagrados para sentirme único y mis símiles adoraban lo aleatorio: creía que esos paralelos eran mi voz, mi casa de cristal, mi espacio separado en un mundo igual. para mí los puntos y las mayúsculas eran una claudicación, aterrado de la profundidad de lo sencillo abrazaba metáforas enclenques, mujeres de metal, orificios cóncavos y otras imágenes turbias, mentiras sabrosas que me ayudaban a vivir, sí, no lo voy a negar, hubo un tiempo infinito y doloroso en que fui genial…
ahora me contemplo y sonrío, después de tantos años mis sabidurías me han llevado a un lugar inesperado: mi vida es un montón de hojas secas al que han puesto frente a una turbina de avión. Partes de mí se van volando, carnes, metas, ideales, por allá va, a bolina, la imagen que tenía de mí mismo, por allá el amor, fracturado en miles de sonrisas y llantos que se pegan a todo… hay porciones, gotas de amor pegadas a objetos, qué asco.
Siempre pensé que mi razón estaría donde está mi cuerpo, que mi vida no era independiente de mí, que sería yo el torbellino de pedazos de mi yo, y no este observador tan calmado, aburrido, burlón a veces, que mira desde lejos, tratando de ser sabio, que al final, puede ser algo tan simple como no juzgarse a sí mismo.