La habitación entró en nosotros. Oscurecida por las cortinas cubiertas por ventanas estrechas por las que entraba la oscuridad de adentro. Una de mis pieles tocó tus dedos y mil destellos me pusieron una gallina de piel, que salió corriendo, decapitada, en dirección al agua por donde salían infinitas gotas de ducha. Nuestras búsquedas se enlenguaron, de pronfudidades en sentimentales que los cuerpos se cayeron de nuestras ropas a un inverosimilitud muy veloz. Tus temblores se carnalizaron sobre mis pasiones acorazonadas. Ya no sentíamos la nada, solo mi sublime rodeada de algo vergoso que por fin enderezó el mundo… entonces te vi, cabalgándome, con los brazos en espasmos delicionos, no como los de los muñecos de viento que se epilepsian en los concesionarios de autos, sino como una pintura bélica, movible, secándome los huevos, y tanta belleza me hizo llorar por dentro, con esa dulzura que solo logra sacarnos el llanto invisible a los hombres tontos.
Ilustración por Henn Kim