Ya está soplando otra brisita de nostalgia, lánguida, fofa, jodedora brisita que trae olores a calle gastada, cierta vez distante, a infierno de picualas y rosas mañaneras, rompientes de parque; olores a críos sudorosos y árboles descalzos, santiguados por la tierra colorada de los solares; olores a muerto y a mármol roto y pulido; brisita de contrabando arquitecta de ciudades y barrios añejos y suculentos y sucios, de palabrotas habaneras resonantes, casi inaudibles por los ecos sucesivos que las trajeron hasta aquí, flotando; decididamente congeladas por nieves extrañas; palabras pesadas como esa culpa de estar lejos y ¿progresar?, palabras, palabras hechas para lugares; ¿te acuerdas del chino aquel de la calle Paseo, el vendedor de frituras de yuca? Y a la salida del trabajo nos reuníamos en La Piragua a tomar cerveza y a soñar el mar entre ciudades hermosas y gigantes donde vivir y triunfar y sentarnos a añorar en cualquier malecón cuando soplaran vientos marítimos.
Ahora nos sentamos sobre nuestros sueños marchitos a esperar que las esperanzas soplen sobre nuestras calvas horizontes propicios, o tan siquiera conocidos, calles dejadas atrás que aparezcan detrás de puertas que cerramos, a decirnos que la vida siempre es posible, que al abrrlas de nuevo, los finales se disfrazan de principios y nuestro pasado ya no está podrido, ni muerto, ni son tres piedras girando a la vez en los antípodas del tiempo, sino que es parte inevitable de nuestro presente y que puede transformarse en futuro en un instante, en ese mismo que tomamos para morirnos… de veras… o de la risa.