Gabriela Alemán (1968) es una escritora ecuatoriana que, al cabo de los años, ha sabido tanto elaborar una literatura personal como encontrar un singular reconocimiento entre los lectores hispanoamericanos. La novela corta Poso Wells (2007) es un ejemplo claro de la propuesta ficcional de una escritora que, poco a poco, ha ido afirmando una estética que mezcla verosimilitud con alegoría, realismo y simbolismo, crítica social y sentido lírico, sin olvidar la corrosiva parodia. Pese a su brevedad, acaso por culpa de ella, el lector se encuentra frente a un texto denso hecho de lecturas, que van del relato de viajes decimonónico a la crónica periodística, pero en el que, antes que nada, se muestra un esfuerzo por formular una estética novedosa y, de esa manera, alargar las fronteras literarias de Ecuador y América latina. Así, Gabriela Alemán, cosmopolita pero profundamente latinoamericana, se ha convertido en una de las escritoras referentes para la literatura del siglo XXI.
Poso Wells, como el título lo indica, es el nombre de una Cooperativa cercana de Guayaquil en la cual ocurren eventos cada cual más grotesco que el precedente. A la muerte de un candidato presidencial – por haber orinado en el estrado sin advertir que había cables eléctricos – le sucede la desaparición, por secuestro, de otro candidato. Enviado a investigar los eventos, el periodista Gonzalo Varas descubre un inframundo en el que las mujeres son violentadas, cuando no masacradas. Dispuesto a resolver la situación, Vivas hace lo posible para dar con la razón de tales crímenes y denunciarla. Sin embargo, la opinión pública, encarnada en su jefe de redacción, parece más interesada en la suerte del candidato secuestrado por un grupo de ciegos que se revelarán como fuerzas siniestras. Desde lo alto de rascacielos y hoteles, los grandes grupos de poder observan – atónitos aunque con interés – el desarrollo de los sucesos. El mantenimiento de su poder depende de ellos; es decir, de que no se fracture en nada el status quo.
A la lectura de Poso Wells recordé escritores como el portugués José Eduardo Agualusa o el sudafricano K. Sello Duker, escritores que han interrogado la realidad de diversos países (Angola, Brasil, Sudáfrica) mediante el retrato descarnado que no excluye los alcances alegóricos ni el juicio moral. Los países, las realidades, que interesan a estos escritores, entre los cuales ubico a Gabriela Alemán, son sociedades en equilibrio precario entre la inacción política, pues ésta favorece a un puñado, y la revuelta social. En dichos países se vive por lo demás bajo las secuelas del colonialismo, solo que introducidas a la vida cotidiana de un país democrático: el racismo, la perniciosa presencia de la religión, la sociedad estamental, la falta de industria a favor de una economía de expoliación, todo parece obedecer a una lógica “retaguardista” sin que esto signifique que no existan brotes, aislados, fulgurantes, desesperados, de libertad.
Con todo, Gabriela Alemán es profundamente latinoamericana. Conforme se avanza en la lectura de Poso Wells, se descubre un espacio elaborado a partir de antagonismos, en el que se dan citas tensiones sociales, políticas y de género. Esa sociedad inventada en la novela, no sin humor, es al mismo tiempo una manera de interpretar y de entregarle un valor literario a Ecuador. Lo que se gana es un efecto de reflejo distorsionado que, en su distorsión, revela las aristas, las apariencias, las venalidades. Me gustaría recordar que Poso Wells fue publicada, por primera vez, en el 2007, un periodo en el que comenzaba a hacerse escuchar la discusión acerca de las escritoras y la violencia a la que se les somete en beneficio de la producción literaria publicada por hombres. Marginadas en el mercado editorial, ninguneadas por los lectores, arrinconadas a temáticas femeninas, las mujeres se encontrarían en una posición inferior y desventajosa, que nada tiene que ver con su talento ni genio. La respuesta de Gabriela Alemán a esta situación, innegable y por eso mismo digna de reproche, se encuentra sobre todo en sus acabadas ficciones, las cuales, antes que nada, debemos leer como literatura, sin olvidar el trasfondo que tienen detrás. De esa manera, le daremos su justo valor y contribuiremos a valorizar una producción estética – la de escritoras talentosas y valientes – que tienen mucho que decir y lo hacen muy bien.