8ª Fiesta del Libro y la Cultura
Juan Carlos Onetti en Medellín
Medellín es una ciudad de ladrillo y árboles rodeada de montañas bajo eterna amenaza de tormenta. Al norte de la urbe, en su Jardín Botánico de frondosos árboles y helechos y orquídeas, protegidas por una extraña cúpula de madera, fueron levantadas, entre el 12 y el 21 de setiembre pasado, las instalaciones de la 8ª Fiesta del Libro y la Cultura, organizada por la Alcaldía de la ciudad y la Fundación Taller de Letras Jordi Sierra i Fabra, y dirigida por el escritor colombiano Juan Diego Mejía, cuyo eje temático fue este año la frontera. Con ese propósito fue invitada especialmente la ciudad mexicana de Tijuana, que envió una nutrida delegación y tuvo a su disposición un espacio independiente para desarrollar sus actividades culturales e incluso para montar una plaza de comidas con productos gastronómicos típicos.
Una generosa oferta de libros encabezada por los sellos de presencia internacional, a los que se agregaban editoriales independientes, universitarias o institucionales, daban forma a un entramado de stands entre los que cada tanto surgía algún área especialmente acondicionada para las presentaciones de nuevos títulos, salones de lectura dedicados al libro infantil o al libro digital, actividades vinculadas al mundo del arte en general, ponencias y entrevistas a decenas de invitados de toda América Latina. Entre tanta actividad tuvo también lugar en dependencias de la vecina Universidad de Antioquia una serie de homenajes a escritores latinoamericanos, entre ellos Julio Cortázar, Octavio Paz, Gabriel García Márquez y Juan Carlos Onetti, este último a veinte años de su fallecimiento, ocurrido en mayo de 1994. Este cronista tuvo el honor de ser el encargado de exponer en el homenaje realizado al autor de La vida breve y Los adioses, coincidiendo con una intensa lista de actividades programadas fuera de Uruguay durante 2014.
Gardel y Gabo
Fundada el 2 de noviembre de 1675 como Villa de Nuestra Señora de la Candelaria de Medellín, en la actualidad, sumando las áreas de influencia metropolitana, la ciudad cuenta con casi cuatro millones de habitantes. Acostumbrado a la planicie levemente ondulada de mi país, impactan montañas y vegetación, así como los permanentes y agudos contrastes de su urbanización. Altísimos edificios, calles sinuosas, un tránsito saturado, cientos y cientos de motos, una población mayoritariamente joven, un empuje económico que parece no detenerse —los carteles advierten que de cada cuatro empleos que se crearon en Colombia en los últimos tiempos, uno pertenece a Medellín— se dan la mano con una nutrida población de homeless que se refugian debajo de los puentes, y con extendidas superficies en las laderas de las montañas, ocupadas por casas precarias a modo de las favelas cariocas.
Todo parece ir a cien por hora, incluso la aceitada maquinaria cultural que intenta, con evidente éxito, revertir la imagen que el mundo se hizo del lugar en las décadas de 1980 y 1990, bajo el sangriento reinado de Pablo Escobar. Los paisas, gentilicio con que los habitantes de Medellín se autodenominan, son amables, respetuosos, y adoran —acaso con manifiesta culpa— a Carlos Gardel, quien murió en un aeropuerto de esa misma ciudad en un accidente de avión en 1935 pero que cada día, ellos parecen saberlo mejor que nadie, canta mejor. Y el ídolo que lo sigue, de manera fiel y perseverante, es Gabriel García Márquez. “Pronto las revistas deberán poner en tapa”, me comenta entre risas Heriberto Fiorillo, crítico literario que llegó desde Barranquilla, “que este número no contiene un homenaje al Gabo”.
En paralelo a la Feria, se desarrolló también el llamado Medellín Negro, encuentro de escritores policiales, género que va teniendo cada vez más importancia editorial y que comienza a recorrer ciudad tras ciudad del continente, emulando a la ya famosa Semana Negra de Gijón. En este evento los escritores argentinos resultaron largamente mayoritarios, agregando además la presencia de críticos y analistas del género como Ezequiel De Rosso, compilador del excelente Retóricas del crimen. Reflexiones latinoamericanas sobre el género policial, y autor de Nuevos secretos. Transformaciones del relato policial en América Latina 1990-2000.
El amor es así
Quizás la impronta tanguera de una ciudad donde son frecuentes músicos, academias y estudiosos del género, hace más fácil la cercanía del lector paisa con la narrativa de Onetti, autor al que se conoce y se admira, y del que muchos de sus títulos eran exhibidos en más de un stand.
Y aunque no sería fácil emparentar la cansina ciudad de Santa María y sus personajes Díaz Grey y Angélica Inés Petrus con el mundo atestado de transeúntes y vehículos de Medellín, con su río entubado que atraviesa turbulento la ciudad, ni con su aerocarril que transporta a diario miles de pobladores hacia las zonas más altas de la ciudad, la magia de lo notable y de lo imperecedero es capaz de dar forma a auditorios ávidos por saber qué opinaba Periquito el Aguador acerca de la literatura en 1939, o por escuchar la lectura que este invitado hizo de alguna de las cartas del maestro a su amigo Julio Payró, en particular aquella en la que confiesa haber sido abandonado por una mujer a la que amaba y que partió rumbo a Buenos Aires siguiendo a otro hombre: “Vino, estuvo una semana conmigo, ofreció quedarse por encomiable espíritu de sacrificio y acabó por irse por siempre jamás en el ómnibus de las 8:30 de la mañana de hoy, lunes 10 de noviembre del enigmático año de 1941… Creo que está loca, enferma, embrujada; pero el amor es así”.
En su última novela, Cuando ya no importe, Onetti transforma a Santa María en Santamaría y la ubica en un ambiente casi tropical. Por un instante entonces, uno se atreve a pensar si la delgada y señera figura del fundador Juan María Brausen no podría compartir, junto a los maravillosos gordos de Fernando Botero, un lugar más en la plaza principal de Medellín.