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Leyendas indígenas animadas

Al final de una tarde otoñal de cielo límpido, luz dorada y ventiscas frías me refugié en un auditorio de New York University para asistir a una proyección de 68 voces 68 corazones. Se trata de una serie de cortos animados de leyendas indígenas narradas en cada una de las sesenta y ocho lenguas autóctonas que aún se hablan en México. (En realidad se han producido treinta y cinco cortos y hay treinta y tres más proyectados). La directora del proyecto, Gabriela Badillo, se encontraba allí para conversar con la audiencia.

Esperaba que 68 voces me gustara por mi pasión por México y sus culturas. Pero no sabía que los cortos me iban a conmover tanto con su belleza. Me deleité al escuchar, en las lenguas originales, veinticinco leyendas, expresión cada una de una sensibilidad cultural específica, y verlas animadas con un estilo lúdico. 

Reconocí al menos el nombre y la región originaria de algunas lenguas. El corto en mixteco cuenta la peregrinación de tres hermanos para descubrir quién es “La Muerte”, mientras que “Imagen de Prometeo”, en zapoteco, narra la osadía de un joven al enfrentarse al Dios Rayo para que vuelva a llover sobre los campos de su pueblo. Ambas las leyendas se ilustran en blanco y negro con una estética que sugiere grabados en madera y me recordaron un viaje reciente a Oaxaca. “La reunión de los Espantagentes”en tsotsil de Chiapas narra, con humor negro, el intento fallido espantos como la Mujer Peluda y El Sombrerón por escoger un líder para aterrar a la gente. Me permitió por primera vez escuchar el tsotsil, lengua de los mayas que se rebelan en la novela Oficio de tinieblas de Rosario Castellanos. “El origen de los Rarámuri y los Chabochi”en tarahumara de Chihuahua, cuenta un mito de creación de la humanidad. El Sol creó una figura de un hombre rarámuri y le dio tres soplidos, aliento de vida. Luego creó una mujer rarámuri, dándole cuatro soplidos, pues necesitaría más fuerza para parir a sus hijos. El señor de la Oscuridad, envidioso, creo con ceniza la figura de un chabochi, y con un solo soplido dio vida al hombre blanco. Recordé el viaje en el tren Chepe desde Sonora hasta Chihuahua, a través de tierras tarahumaras, que me narró mi amiga costarricense Ester.  

Sin embargo, desconocía la mayoría de las lenguas y etnias representadas. Todas absolutamente me cautivaron y deseé viajar para conocer las gentes y culturas que crearon las leyendas y escucharles hablar en sus lenguas. La proyección de los cortos y la oportunidad de escuchar a la directora conversar sobre el origen y los objetivos de la serie, fueron formas de viajar a esas regiones y escuchar a esas gentes.

Según explicó Badillo, dos motivos dieron vida al proyecto. Primero, su propio abuelo fue un indígena maya de Yucatán que falleció hace algunos años. Uno de los cortos, “La última danza”, narrado en la lengua de su abuelo, es un homenaje a su fallecimiento apacible. Segundo, cuando Badillo viajaba a Yucatán se percataba de que en los pueblos los padres no les enseñaban las lenguas mayas a sus hijos para que los mexicanos hispanohablantes no los discriminaran por hablarlas. Entonces Badillo se inspiró para ayudar tanto a indígenas como a mexicanos a valorar cada una de esas lenguas originarias. El proyecto es su intento por ayudar a ese fin. El corto en náhuatl “Cuando muere una lengua”expresa el principio filosófico que la anima. Se trata de una reflexión poética de Miguel León Portilla sobre la tragedia cultural que acontece cuando se deja de hablar una lengua, con la visión de mundo que ésta expresa. Las lenguas que mueren son espejos de lo divino y lo humano que se quiebran, puertas únicas de acceso a la realidad que se cierran. Cuando muere una lengua, “la humanidad se empobrece”.

Para crear los cortos, Badillo y su equipo de colaboradores se acercan a las comunidades, les explican el proyecto y les piden que escojan la leyenda por narrar y animar. La misma gente de las comunidades a menudo narra las leyendas y los niños participan con dibujos para la animación. Se busca sobre todo la participación de abuelos con sus nietos.

Después de la proyección yo estaba tan conmovido que no tuve palabras para conversar con nadie en el agasajo a la directora. Me bebí en silencio una copa de vino albariño. Medio escuchaba las conversaciones de Badillo con otras personas y medio divagaba en mis propias reflexiones. 

Como latinoamericano de crianza urbana y emigrado a Nueva York, han sido relativamente pocas las veces que he escuchado lenguas indígenas americanas, excepto durante giras por regiones de México, Guatemala, Ecuador, Perú y Brasil. Pero siempre me han causado respeto y una alucinante fascinación. A menudo me he preguntado por qué en el colegio en Costa Rica nos obligaban a aprender francés e inglés sin darnos la opción de aprender alguna lengua indígena. ¿Por qué era más importante hablar con un chabochi en francés o leer un manual de tecnología en inglés que intentar conversar con una persona cabécar o bribri, por ejemplo, en su lengua? Entiendo las causas geopolíticas y económicas pero tienen poca importancia ética y humana para mí.

Por ello me enriqueció escuchar veinticinco cortos de la serie, intentando diferenciar los sonidos y entonaciones de las distintas lenguas y procurando entender las leyendas por medio de las ilustraciones, sin preocuparme por leer los subtítulos. Para leerlos tendría otras oportunidades ya que los cortos se pueden acceder en https://68voces.mx/.

Después de haberme quedado un gran rato divagando en el agasajo, salí a la noche de Greenwich Village. Sobre ella reinaba una Luna hermosa en cuarto creciente. Regresé en tren a Brooklyn imaginando futuros viajes mexicanos.

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