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Yiya Murano, dulce envenenadora

Una mujer con muchas pasiones, pero su favorita, el dinero, la llevó a envenenar a sus mejores amigas y pasar dieciséis años en prisión.


A Yiya Murano le encantaba tomar el té junto a sus amigas. A veces se reunían en las confiterías francesas sobre la Avenida Santa Fe o las linderas al cementerio de la Recoleta –el más exclusivo camposanto donde descansan presidentes y hasta Evita Perón–. Y si bien Yiya adoraba esos salones que pensaba eran acordes a la de una dama de su clase, íntimamente, los encuentros que más disfrutaba era cuando se realizaban en las casonas de la zona norte propiedad de sus amistades. Tan propio de los años ´70, una mujer entre cuatro paredes podía hablar libremente sobre sus amantes –una lista en la que había artistas y generales– mientras jugaba al poker y veía cómo sus compañeras se abalanzaban sobre la bandeja de masitas dulces que ella misma había preparado.

Yiya –como la apodaban desde su niñez en la provincia de Corrientes, donde nació en 1930– tenía muchas pasiones, pero su favorita, su debilidad imposible de satisfacer, era el dinero.

Decía tener contactos con la dictadura de Jorge Rafael Videla. Su padre había sido militar y su esposo un abogado de prestigio. Por eso sabía muy bien en qué oscuras financieras había que invertir el dinero para que se multiplicara. No había que trabajar, simplemente esperar los intereses. Sus amigas Nilda Gamba y Lelia Formisano de Ayala, como su prima Carmen Zulema del Giorgio Venturini, le dieron en total 300.000 dólares, el ahorro de toda una vida. De ese monto, Yiya les daba cada mes un porcentaje.

Un día, los pagos se hicieron más espaciados. Empezaron las excusas e irrumpieron las sospechas. Lo único inalterable eran las reuniones con té y masitas dulces.

La madrugada del 10 de febrero de 1979, Nilda Gamba murió de un ataque cardíaco. Durante el día había sentido dolores en el estómago. Era extraño, ya que había tenido un almuerzo frugal y en la tarde había compartido un té con Yiya, le dijo al médico que la visitó. Esa noche su amiga quiso quedarse para cuidarla.

A las pocas semanas, Lelia Formisano de Ayala fue encontrada muerta en su departamento. No había indicios de robo, todo se mantenía en un plácido orden: el televisor encendido y en la mesa del comedor un juego de tazas inglesas y una bandeja de masitas dulces. El certificado de defunción decretó paro cardíaco, algo probable para una persona de la edad de Lelia.

La muerte implacable rondaba a las amigas de Yiya. Carmen Zulema del Giorgio Venturini era su prima, parecía algo distinto. El 24 de marzo Carmen pidió auxilio a sus vecinos. Los intensos dolores en el estómago no la dejaban en paz. Yiya estaba en su casa para tomar el té. Aferrada al paquete de masitas dulces que había traído para la ocasión, le hizo compañía a Carmen mientras la ambulancia se dirigía al hospital, donde finalmente murió de un paro cardíaco.

El velatorio fue un escándalo. La hija de Carmen le exigió a Yiya que se retirara: sabía del dinero adeudado. Esta vez la familia pidió una autopsia. Se encontró cianuro. La policía decidió investigar las muertes de Nilda y Lelia. Los cadáveres también tenían restos de cianuro. Yiya Murano fue acusada de envenenar a sus víctimas con dosis de cianuro introducidas en el té y en las masitas dulces.

Yiya no cumplió cadena perpetua. Por un cambio de ley durante la presidencia de Carlos Menem, a los 16 años de estar en prisión obtuvo libertad condicionada. El libro Mi madre, Yiya Murano – que escribió su hijo Martín– revela que un amante le habría dado la idea de matar a las mujeres.

A mediados del 2008 su nombre fue otra vez noticia. La hija de su nueva pareja, un hombre ciego que conoció en un autobús, la acusó de robarle los ahorros a su padre –una cifra cercana a los 30 mil dólares–, como de poner veneno en la comida.

En la actualidad Yiya Murano vive en un asilo de ancianos.

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