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Traficantes

Hace unos días presentaba el último libro de una amiga. Su tema es sangrante: el tráfico de órganos entre esos emigrantes que huyen de la pobreza y el miedo y pagan un pasaje de lujo para una patera que se hunde o se queda sin combustible en medio del Mediterráneo. Los más desvalidos de esos prófugos del horror que consiguen besar playas de Grecia son los niños. Muchos llegan solos, porque perdieron a sus padres en la larga travesía por África o en ese gulag en el que se ha convertido Libia. No tienen nombre, no son nadie, no existen, son vulnerables.

Nadie echa en falta uno de esos niños. Ni diez. Hay malnacidos que se aprovechan del dolor humano: los que trafican con esas personas que buscan su oportunidad en un mundo mejor. Hay todavía traficantes peores: los que venden órganos a clínicas poco escrupulosas o a pacientes desesperados por salvar la vida y que no preguntan por la procedencia de un órgano. Los niños sin nombre son presa fácil de esas mafias que suelen operar en el centro de Europa. Desaparecen. Internados en granjas esperan el fin de sus días y que su corazón, hígado o riñones viva en el cuerpo de otro. Hay una especie de Wall Street satánico que se rige por la ley de la oferta y la demanda. Y cirujanos sin escrúpulos que operan en mataderos clandestinos.

No es algo nuevo. Viene sucediendo desde hace años, pero las crisis migratorias propician el negocio de los desalmados sin escrúpulos. Durante la descomposición de la Unión Soviética se producían secuestros de personas que tenían por fin venderlos a trozos. Alguno que pudo escapar de una ambulancia en marcha lo contó. Tras el feminicidio de Ciudad Juárez se esconde una oscura trama de traficantes de órganos: muchos de los cuerpos de las infortunadas mujeres aparecen evisceradas. Otras esperan su turno en granjas humanas muy cerca de la frontera de Estados Unidos que compran los órganos de los infelices sacrificados.

Hace años que circula por el estado español, y por toda Europa, una repugnante exposición llamada Body’s, a base de cadáveres tratados. Concita mucho morbo. Buena parte de los cadáveres que utiliza esa exposición, sino todos, son chinos. China ostenta el récord mundial de ejecuciones y provee de cuerpos a esa repugnante muestra. En esta sociedad el dinero compra y corrompe todo. No somos mejores. No somos más civilizados que antaño. Una potencia petrolera descuartiza vivo a un periodista opositor y nadie osa imponer sanciones a ese país porque tiene petróleo. Este perro mundo.

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