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La fiesta de los chivos

 

La historia da para una novela.

Si poco tiempo atrás alguien me hubiera contado que uno de los más célebres y serios escritores vivientes engalanaría las paginas de la prensa rosa al casarse con una reina de sociedad, para luego ver su nombre brotar inoportunamente dentro de un escándalo financiero global, habría pensado, “Buenísimo el cuento”.

Pero no es mero cuento. Qué acertado entonces aquel viejo cliché de que “la realidad es más rara que la ficción”. Porque lo es. Sí que lo es.

Desde el año pasado, he seguido con cierta dosis de incredulidad y pena ajena las noticias por las que últimamente se ha estado destacando Mario Vargas Llosa.

El escritor peruano con colección de premios sin par (el Nobel, el Cervantes, el Príncipe de Asturias, el Rómulo Gallegos, el Planeta, entre muchos otros); con nueva novela en mano, Cinco Esquinas; y un premio literario a su nombre, el Premio Bienal de Novela Mario Vargas Llosa, de momento ha ascendido – ¿o descendido? – a esa mediáticamente popular pero bizarra categoría de famosos que son famosos por la fama y ya.

Sesenta años de méritos literarios pasan a segundo plano ante escándalos amorosos y financieros.

Algo no me empezó a sonar bien cuando Vargas Llosa montó en cólera contra The New York Times el año pasado.

En carta del autor publicada por el diario el 23 de agosto, Vargas Llosa fustigaba una reseña de Notes on the Death of Culture, versión en inglés de su libro La civilización del espectáculo (Alfaguara, 2012), por contener información que catalogó de “difamatoria” y “pérfida” sobre su relación con Isabel Preysler, socialité española-filipina, cara oficial por años de una marca de cerámicas, mobiliario de cocina y baño, y ex esposa del cantante Julio Iglesias.

El periódico reconoció que la información en cuestión estaba errada y la corrigió, como bien debía hacer. Que esto sucediera en una crítica – por cierto, bastante negativa – de un libro de ensayos en el que Varga Llosa se lamenta del estado actual de la literatura, la cultura y el periodismo hoy día, sin embargo, resulta un tanto irónico.

Porque la pareja Vargas Llosa-Preysler no deja de revolotear como mariposas en las páginas de las revistas de sociedad, con todo el glamour, la frivolidad y el cotilleo que las caracteriza. Nada malo hay en eso. El problema es que, según los criterios del novelista, esas mismas publicaciones en las que ahora aparece sonriente con su compañera y con otros famosos, forman parte de la literatura alta en calorías y baja en nutrición que el señor condena en sus escritos.

Que el marquesado Vargas Llosa haya dejado a su esposa de 50 años para seguir su corazón y estar con la persona que lo hace feliz, no me incumbe ni me interesa. Es de un aburrido subido el tema. Pero sí luce intelectualmente deshonesto sacudirle el dedo a la prensa y regañarla a la vez que la abraza.

Al presentar en España hace poco Cinco Esquinas, dijo en conferencia de prensa sobre los medios que ahora lo cortejan como siempre han cortejado a Preysler: “A mí no me gusta estar ahí. Aparezco por razones personales. ¿Qué tendría qué hacer para no aparecer? Si me da la receta la asumo”.

Yo se la doy. Diga NO.

En esa misma conferencia, Vargas Llosa evaluó a la prensa: “El peligro viene desde dentro del periodismo empujado por una necesidad de un público cada vez más interesado en el entretenimiento que en la información. Se acabó esa frontera. El amarillismo y el entretenimiento han pasado a ser los valores dominantes. Y el periodismo es víctima de eso. Es uno de los grandes problemas de nuestro tiempo.”

Y bueno, él está en todo su derecho de señalar como le venga en gana. Las circunstancias a veces lo justifican, y la crítica es necesaria para combatir o corregir errores, favoritismos, omisiones y claro, agendas. ¿O es este un caso de querer estar bien con Dios y con el diablo a la vez?

Como la pluma (o la computadora) del escritor se rige por el compás moral del autor, resulta entonces incongruente y chocante que el nombre de Vargas Llosa haya resaltado en las recientes revelaciones de los Panama Papers que están sacudiendo gobiernos, exponiendo la corrupción de los ricos, y desmoronando reputaciones.

El paraíso en la otra esquina

Un consorcio de periodistas de más de 100 organizaciones de medios en casi 80 países trabajaron en sigilo durante un año para desmarañar toda la trama secreta del mundo de las sociedades offshore (cuya ilegalidad depende de cómo se utilicen), vinculadas a un bufete en Panamá, y que hizo posible una filtración anónima.

En esa fiesta de chivos, entre políticos y deportistas, empresarios y artistas, unidos todos al parecer por el afán de ocultar ganancias para no pagar los impuestos correspondientes, salieron a la luz los nombres de Vargas Llosa y de su ex esposa y prima, Patricia.

La agencia literaria del escritor ha desmentido la vinculación de la antigua pareja, como publicara El País, a “una compañía o cuentas en paraísos fiscales”. Según el diario español, se atribuyó la aparición de los nombres en los documentos a “una operación llevada a cabo por ‘algún asesor de inversiones o intermediario’ sin consentimiento del matrimonio”.

Como quienquiera que figure en los Panama Papers, Vargas Llosa es inocente de cualquier acusación hasta que se demuestre lo contrario, pero su defensa, la misma que están montando otras de las personas divulgadas hasta el momento, la del yo no sabía, yo no fui, yo no hice nada malo, obliga a levantar el ceño cuando menos e irradia un aura de sospecha. Sus declaraciones todavía no contestan la pregunta central: asesor o no asesor, ¿qué hace Vargas Llosa ahí?

Las revelaciones que apenas comienzan de los Panama Papers ponen en evidencia contundente que el mundo está dividido cada vez más entre los que tienen y los que no. Y los que tienen, aprovechan su poder, influencia, estatus o fama, y las conexiones beneficiosas que todo lo anterior les consigue, para evadir responsabilidades que a nadie gustan pero que son consideradas males necesarios.

Que el escritor que una vez fue referente de la izquierda hoy sea rico y famoso de derecha que se codea con semejantes (su reciente fiesta de cumpleaños número 80 fue un Quién es Quién de 400 personas), encima condene, como acaba de hacer en Francia, las políticas fiscales que cataloga de “expropiaciones” y que según él alientan la evasión, revienta la burbuja de admiración que a muchos ha inspirado por sus acertadas condenas a regímenes autoritarios o dictatoriales y por la genialidad de sus obras.

Tal vez es injusto colocar a personajes públicos como éste en pedestales en vano intento por festejar que, aunque sea un ratito, ellos lograrían mantener a raya la inclemente y desmedida ola de banalidad, chabacanería, y estupidez que parece arrasar con todo. Los hacemos nuestros héroes aún cuando no lo son.

Por las posibilidades que ofrece la literatura de mantener viva la esperanza de que lo imposible y justo es posible y necesario, y de leer para resguardarnos momentáneamente de la cacofonía de horrores y algarabía de necedades en nuestras vidas, se piensa, o al menos pienso yo, en la figura del intelectual como el último dique antes que irrumpa la marejada.

Es comprensible que en esta época no del “Pienso, luego existo” de Descartes, sino del “Dame Like, luego existo”, de Facebook, los autores, incluso del nivel de Vargas Llosa, tengan que mantener su nombre allá afuera 24/7 si no quieren desaparecer ante la avalancha de información que avanza cada segundo, los gustos caprichosos de un público con Trastorno por Déficit de la Atención, y las presiones económicas de los conglomerados que se han adueñado de las grandes casas editoriales.

Pero qué lástima cuando uno descubre que el ídolo tiene pies de barro, y que la culpa fue de uno por elevarlo de tal manera.

El sentimiento global de ira que hoy impera ante la podredumbre que ha ido destapando la investigación de los Panama Papers, lo evoca a la perfección el mismo Vargas Llosa en su novela del 2014, El héroe discreto:

“Yo creo que a los bandidos y ladrones como ustedes las personas honradas, trabajadoras y decentes no debemos tenerles miedo, sino enfrentarlos con determinación hasta mandarlos a la cárcel, donde merecen estar”.

Por mi parte, no puedo esperar a ver a Vargas Llosa en una próxima edición de Gran Hermano.

 

 

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