Resulta sorprendente observar cómo ciertas estructuras narrativas han pervivido con el paso de los siglos. De todas, la más conocida es la del relato fantástico, estudiada por el teórico ruso Vladimir Propp a partir de sus 31 funciones y del análisis en profundidad de los cuentos fantásticos del folclore ruso hace ya casi cien años.
No es menos curioso ver que los movimientos que han pretendido potenciar la experimentación siempre han enfatizado el carácter individual de la creación experimental y han menospreciado el trabajo colectivo que subyace a cientos de años de elaboraciones de variantes de relatos hasta la construcción de una herramienta narrativa muy poderosa, como es el caso del relato fantástico. Pareciera que la obra colectiva no fuera igual de importante ni estuviera más contrastada que el trabajo individual.
David Monteagudo (Viveiro, 1962) sí hace caso de esas estructuras, y en su última novela: Invasión (Candaya 2015) demuestra además que es un maestro a la hora de utilizarlas y combinar el relato fantástico con algo más. Es en esa habilidad donde encuentro la relación del autor con la literatura popular.
Monteagudo se dio a conocer en los ámbitos literarios con la novela Fin (Acantilado 2009), y con una original utilización de elementos fantásticos en sus tramas. En Invasión trabajar con dos niveles, uno de ellos marcadamente fantástico. A partir de las alucinaciones del protagonista, García (hombre común como su propio nombre indica), que observa gigantes que empiezan a poblar su mundo cotidiano, el narrador nos adentra en una novela existencial. Así, a través de la ansiedad que provocan en el protagonista esos gigantones, descubrimos sus problemas de pareja, la incomunicación continua con su mujer, que mantiene la tensión del relato durante toda la primera parte, y el vacío de su existencia cotidiana. Todo eso se expresa con un narrador cómplice en tercera que se conduce con una contención prodigiosa y un estilo elegante.
Los dos niveles de la historia tienen una estructura interna-externa. En la estructura interna la novela tiene mucho de autobiográfico. No es autoficción porque el protagonista no es escritor ni tiene el pasado de Monteagudo, pero existen muchos elementos sacados de la propia experiencia, empezando por el hecho de que la acción podría haber ocurrido en cualquier parte, pero el espacio está inspirado en Vilafranca del Penedès, lugar de residencia del autor, y terminando por la práctica de atletismo de fondo (78), que une al protagonista con Monteagudo. Ese simple detalle biográfico dice más de un escritor obsesivo y metódico que lo mucho que se aireó su supuesta condición de escritor obrero. Sin embargo, la carga simbólica de la novela también es muy fuerte y, a partir de la página 74, en que se consuma la ruptura de la pareja y se disipa la tensión narrativa que nos ha llevado hasta allí (“la marcha de su mujer le producía una secreta sensación de alivio [75]”), la novela apuesta ya abiertamente por la narración fantástica, que ha ido in crescendo por mucho que el psiquiatra que aparece en la historia se esfuerce en dar una explicación científica de los problemas del protagonista, sin dejar de banda la tensión existencial, ahora ajena a la crisis de pareja. Es entonces cuando se observa el dominio de la estructura clásica del relato fantástico que tiene Monteagudo. El viaje, el donante, la ayuda mágica, la fechoría, todo eso está en este relato, al menos desde el punto de vista del protagonista y, por supuesto, también los gigantes, que reforman sus pisos y transforman el hábitat de García, haciendo que todos los detalles de la narración encajen.
Sin embargo, el mensaje existencial sigue estando ahí, en este caso en el retorno a una existencia rutinaria después del efímero reencuentro con la vida natural de García en el pueblo donde iba de niño a veranear, que se presenta como una arcadia. Ese es el mensaje que subyace de forma metafórica: cómo las obligaciones cotidianas de nuestra compleja existencia de rutinas y prisas conllevan una ansiedad que nos obliga a enfrentarnos a mundos para los que no estamos preparados y con los que se ve obligado a lidiar el protagonista (curiosamente, García trabaja en una compañía de seguros). La situación en cierta forma es un ensayo sobre la inmadurez en una sociedad en donde existen personas que crecen y se convierten en gigantes y otras que no, aunque se trata de una simbología compleja, como el propio García espeta al psiquiatra (125). Esa tensión se resuelve siempre desde la lógica del relato fantástico. Hasta el final, que no revelaré para evitar spoilers, pero que me ha rememorado las mejores narraciones fantásticas de Julio Cortázar y que me ha hecho disfrutar mucho de una lectura muy recomendable.