La primera lectura de Asma, de Aldo Medinaceli, la hice en un largo viaje en avión. Las pantallas habían pacificado a todos los pasajeros. La señora que estaba sentada a mi lado podría haber sido una profesora de literatura o especialista en la ficción boliviana y yo nunca lo hubiera sabido. Cuando llegué a estas líneas del relato Inyecta:
«Después la televisión hizo posible que no hiciera falta hablar. A veces las silentes imágenes de algún desfile o evento de moda convertían el laboratorio en un extraño museo donde solamente se oía el goteo adentro de los sueros transparentes».
De repente me di cuenta de que me encontraba adentro de ese mismo cuento, que sucede en un laboratorio controlado por una Todo-Poderosa-Compañía.
¿Exactamente cómo llegó este personaje sin nombre a ese extraño laboratorio manejado por alguna autoridad absoluta? La evidencia señala que el azar es el culpable. El hombre trata de salir pero no se lo permite la enfermera, Amiraya, quien no le explica el por qué de su tratamiento.
Entonces el lector se pregunta si habrá algún escape para este personaje, aunque eso sería la cuestión en una obra melodramática. Por el contrario, en el libro llegamos a ser testigos de una sorpresa final que a nadie se le hubiera ocurrido.
Si el personaje cautivo en Inyecta resiste pasivamente el paternalismo de La Compañía, la resistencia de Marcelo, en Reina de corazones, es frenética.
Inmigrante anónimo en Buenos Aires, a Marcelo nadie le llama por su nombre y parece condenado al anonimato, hasta que grita en el teléfono: «Soy yo, Marcelo».
De una manera exquisita, Aldo Medinaceli coloca a los lectores dentro de la historia, haciéndonos aprender la jerga de Buenos Aires hasta que, de un momento a otro, nos sentimos a gusto en el barrio, en las calles, en los bares.
Pensar en Reina de corazones me hace desear haber estudiado cinematografía, porque una película basada en esta historia tendría todos los ingredientes: social (emigrantes en Argentina), dramático (los pequeños mafiosos de barrio) y filosófico (el Azar).
«Poco a poco esas palabras se me han ido pegando. No digo chica sino mina. No digo niño sino pibe. He perdido hasta mi propio lenguaje», dice Marcelo.
Con la ayuda de su amante, la reina de corazones, Marcelo rechaza el mundo anónimo de los trabajadores bolivianos y deja de «fabricar ropa en el taller en el barrio de Liniers, de lomear junto a los paisanos».
Rodeado de juegos de azar, tanto en los casinos como en la vida del barrio, empieza a jugar, llegando a ser combativo ante ese mundo gobernado por el azar. Pero es un jugador sin competencia concreta, actuando a base de puro instinto. Hay casinos que le rodean pero, en realidad, toda la ciudad es su Casino: «La vida es un naipe bocabajo y las avenidas son cartas marcadas», dice el narrador del relato.
Pero un día la buena suerte se le acaba y, al perderlo todo, Marcelo decide jugar su última carta, metiéndose con El Viejo, un mafioso del barrio. Su destino parece irremediablemente fatal, todo en un set-up con un final determinista. Pero por casualidad, Marcelo llega a escuchar una conversación privada entre dos ayudantes de El Viejo quienes, por equivocación, le han mostrado una carta boca arriba.
Pensando en cine también, podríamos ver el cuento Feria 16 de Julio como una nueva e inesperada etapa en la tradición de Chuquiago, de Antonio Eguino. O, más recientemente, en la película Babel, de Alejandro González Iñárritu, en la cual se descubren sorprendentes conexiones entre cuatro historias aisladas que ocurren en diferentes partes del mundo.
En Feria 16 de Julio, Aldo Medinaceli nos cuenta cinco historias paralelas que pasan por las mismas calles aunque sin tocarse. Sabiamente, Medinaceli no nos entrega conexiones nítidas o, dicho de otra manera, no nos manipula con coincidencias sentimentales. Esta estructura de vidas paralelas en Feria 16 de Julio no puede producir vínculos oportunos porque la realidad de El Alto no lo permite.
Estando tan cerca de La Paz, El Alto continúa más allá de la comprensión de la mayoría de los bolivianos y es aún menos comprensible para los extranjeros que llegan al país. Pero Medinaceli lo conoce íntimamente, y Feria 16 de Julio llega a ser un mural interior de la vida que atraviesa este rumbo tan pregonado aunque poco conocido. El autor nos guía en un recorrido más profundo al de los clichés, a través de los cinco personajes y sus historias de lucha contra el azar, en el cual todas las probabilidades parecieran estar en su contra.
La muestra clínica de estos universos paralelos llega a tocar las emociones del lector. Al final, Anselmo, el personaje del primer episodio, se tropieza en un escenario de justicia comunitaria, mientras Maritza, personaje principal del quinto episodio, lucha valientemente por mantener su vida independiente de los límites culturales. Así se llega a la escena en la que una muchedumbre está a punto de linchar a Anselmo. Maritza trata de intervenir pero su lógica va en contra del fervor ciego de los vecinos más militantes, quienes han creado su propio sistema de justicia, ya que la policía nunca les ha apoyado.
Si Feria 16 de Julio es un mural cinematográfico de vidas desligadas y paralelas, La Pelea antes del fin es una historieta de dibujos animados en la tradición francesa de Bandes déssinees, cuyas vidas paralelas transcurren dentro de un mismo personaje. Trevor, diagnosticado con una extraña enfermedad, deja de comer, llegando a ser un esqueleto, liberado de su corporalidad. Sin embargo, gracias a sus dibujos expresionistas, Trevor trasciende su estado y alcanza: «un nuevo universo que nacía ante sus ojos».
«¿Estaba Trevor asistiendo a una realidad paralela a la cotidiana, el reverso de los hechos, o era una víctima de una ilusión por su enfermedad?», se pregunta el narrador.
Pasando por escenas urbanas psicodélicas, Trevor llega hasta el ring en una pelea final. La escena se desarrolla como una de las mejores versiones de lucha libre en la historia del género: «la diatriba del hueso contra la sensualidad», dice el narrador. Y pelea en el ring contra una atleta negra, quien también hace dibujos extraños, y que evidentemente sufre de la misma enfermedad que Trevor.
Me gustaría saber si un dibujante de cómics podría igualar en tinta lo que Aldo Medinaceli ha dibujado con el lenguaje escrito en este último relato del libro, que realmente hace lamentar que estas magníficas páginas no continúen. Los otros cinco cuentos en Asma no son menos sorprendentes ni menos desafiantes en contra de las arbitrarias fronteras de la literatura. A pesar de las diferencias notables entre los nueve cuentos, se asemejan todos por su lenguaje exquisito y en su espíritu por explorar nuevos territorios del alma humana.