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Un storytelling muy cabrón

Esta semana viví una experiencia novedosa. Presté atención al soporífero universo del baseball. Si amas este deporte, bien por ti. No es ese el punto. Basta con establecer que, incluso para alguien tan ajeno como yo, el storytelling deportivo de esta semana pasó por la final de la serie mundial –entre equipos de un solo país– que enfrentó a los Cachorros de Chicago y a los Indios de Cleveland. Debo confesar que no vi ni quince segundos al hilo de ninguno de los siete juegos pero seguí los resultados, los estratosféricos números del rating y las reacciones de periodistas, de los fanáticos, de los amantes de las predicciones de la saga de Volver al Futuro (le erraron por un año solamente) y sobre todo de ese público volátil que está a la pesca de buenas historias, estén donde estén.

Los Cachorros no sólo debían batir a un equipo rival. Enfrentaban algo sobrenatural. Una maldición de más de 100 años. Parece que un tipo fue a ver un juego de los Cubs y no tuvo mejor idea que invitar a su maloliente cabra. Desconozco si su relationship era aún más profunda. El caso es que no los dejaron pasar. Y el tipo reaccionó como reacciona cualquiera que acude a un evento público con su cabra y le impiden el acceso: les clava la maldición más eterna que se tenga a mano. 108 años para un fan de la pelota representa varias eternidades.

Para un escritor, la epopeya de los Cachorros representa un pequeño y humilde triunfo del storytelling.

Cuando las noticias del día suelen ser deprimentes, a veces busco un consuelo efímero pensando que vivimos en un mundo cada vez mejor. Sucesos horrendos han existido siempre, sólo que antes no nos enterábamos. Sigue siendo un mundo sumamente injusto y por momentos aberrante pero cuando uno tiene la voluntad de ser optimista, puede hallar razones. Por estúpidas que sean. Acá va una personal. Hace unos cuantos siglos atrás, los héroes de los pueblos eran los soldados. La épica de hoy, pasa por los artistas y los deportistas. También las Kardashian pero recuerda que es éste un esfuerzo quijotesco de optimismo. Un mundo donde los héroes máximos están representados por militares, se me hace un mundo más propenso a provocar guerras.

Viene a mi mente una imagen del amigo y también escritor Leo Katz, señalando un monitor con una declaración antológica de uno de mis anti-héroes favoritos: el Diego. El Diego, con mayúscula. “Se le escapó la tortuga” –decía refiriéndose a un tal Mauricio Macri, en aquél entonces presidente del club de fútbol de sus amores y rencores. Leo sostiene que Maradona tiene necesariamente que contar con un séquito de avezados guionistas, storytellers que se reúnen a diagramar su vida y escribir las frases célebres que lo hacen Trending Topic. Y tiene su lógica.

Mientras los Cachorros celebran su merecido parade por las calles de Chicago y sueño con que me inviten al brainstorming de El Diego, mi optimismo febril y algo naîve cruza sus dedos imaginarios con la esperanza de que nuestro próximo gran héroe se esté forjando ahora mismo junto a los refugiados a la deriva en el mediterráneo, en una calle de Caracas o entre el polvo y las ruinas de Aleppo.

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