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Un Nobel infantil

Con el ocaso del verano, comienzan a caer las hojas. La rentrée está a la vuelta de la esquina y los escaparates se llenan de las novedades literarias del curso que inicia. Apuestas, poco riesgosas en los últimos tiempos, que marcarán la tendencia del año. Y con el otoño, también llegan las quinielas del premio gordo: el Nobel.

El año pasado, la Academia abrió un camino que será difícil cerrar. Extendió la literatura hacia otros ámbitos y lenguajes, permitió que las letras tuvieran ritmo y la poesía, melodía. El Nobel a Bob Dylan, más allá de la polémica, nos obliga a exigir que esta amplificación continúe y, al mismo tiempo, otorgue un honor a ciertos géneros literarios injustamente olvidados durante más de un siglo.

Y la Literatura Infantil no es un género menor.

Como he comentado en otros artículos, el mundo literario no existiría sin los lectores. Es cierto que no todos encontraron el gusto en los libros durante la niñez, pero es cierto que en gran medida la literatura infantil alimentó el amor por los libros en muchos de ellos.

Y curiosamente, hoy más que nunca, cuando las pantallas nos convocan a cada minuto, cuando el universo multimedia abarca casi todos nuestros espacios, los libros para niños se han consolidado como una isla en medio del naufragio de las editoriales tradicionales.

No soy un especialista en el género, aunque sí un curioso del mismo. Al pasar por una biblioteca o una librería, no tengo reparo en detenerme en el espacio infantil, más colorido y más vivo que cualquiera. Y, en general, observo un sinnúmero de ideas originales. Libros cada vez más arriesgados, tanto en su forma como en su contenido. Entonces pienso en la posibilidad de un Nobel infantil, y lo único que me falta es un gran nombre, un autor o autora que cuente con una trayectoria del calibre de Gianni Rodari o Roald Dahl, para que se convierta en merecedor o merecedora del galardón.

Tal vez usted, apreciable lector o lectora de estas humildes líneas puedan iluminarme y dar los nombres de aquellos que piensen que pueden alcanzar la gloria del Nobel con libros para los más pequeños.

Al mismo tiempo, quiero pensar que los académicos encargados de elegir al ganador, por algún momento les ha pasado por la cabeza esta idea. Si ya decidieron sacar la literatura de los libros, nos es descabellado que puedan tener la imaginación suficiente para volver a ellos, pero no a los mismos de siempre: a la alta literatura, habitada de poesía y narrativa, para adultos.

Un Nobel a la literatura infantil no restará valor al galardón. Como no lo hizo el entregarlo a un músico. Es hora de arriesgar, como estoy convencido que cualquier niño lo haría.

 

 

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