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Un muerto viviente en una cárcel de Florida

Le pido un esfuerzo para que imagine cosas terribles que le pueden suceder a usted. Imagine que vive en un país tercermundista en el que no existen muchas garantías jurídicas y la policía no es muy eficaz. Vayamos más allá con la policía, aclaremos que es corrupta muchas veces, ineficaz y hace lo que le da la gana sin dar explicaciones. Imagine que usted, en ese país tercermundista, es un extranjero que trabaja con un sueldo escaso. Eso es importante. Imagine que un día esa policía con mala prensa en el exterior, que hace lo que le da la gana y no le ocurre nada, va y lo detiene. Y usted les pregunta, sorprendido, porque cree que no ha hecho nada ilegal, salvo beberse una cerveza en un parque público u orinar contra un árbol porque no encontraba un retrete a mano, por qué lo detienen. Y que los policías, que son unos sabuesos muy buenos, le dicen que por triple asesinato y le preguntan si tiene una coartada para el día de autos. Usted no tiene familia, se ha peleado con la novia, y no sabe decir dónde ha estado cuando a esos tres muertos los han tiroteado, y la policía le dice que ha sido usted, que tiene pruebas irrefutables. Les pide usted a los policías que le muestren esas pruebas, y la prueba irrefutable es nada más y nada menos que un video borroso en donde un sujeto, de parecida complexión física, tirotea y acaba con la vida de las tres víctimas. Pero ése no es usted, y se lo dice a los policías. Imagine que la investigación policial, como muchas, es una chapuza, y que el departamento de policía, acuciado por los jefes, quieren resolver ese caso de triple asesinato lo más pronto posible porque en el sistema capitalista se va a por objetivos. Así es que la policía sólo tiene ese video, borroso, por el que usted cree que no hay causa judicial. Pero sí la hay, no sea ingenuo, no piense con los parámetros de su país de origen que no le sirven en este en dónde está. Y le llevan a juicio por un video borroso en la que otra persona, que no es usted, liquida a esas tres víctimas. Y, como no tiene dinero, y pocos amigos, pues le toca una mierda de abogado mientras que el fiscal es un tipo brillante que convence, con su oratoria y dotes interpretativas, al jurado. Y el jurado le condena por la cara (aquí en España también se condenó por la cara), porque es extranjero, porque alguien dijo años después que los hispanos son violadores y delincuentes, así es que el miembro del jurado, que representa al pueblo (el pueblo lincha, por eso el jurado me parece detestable, y lo impuso en nuestro país un desdichado ministro del PSOE), lee el acta por el que se le considera culpable, y el juez, que no juzga sino que aplica la pena, lo condena a morir. Y usted, que no ha hecho absolutamente nada, que no ha estado allí ni disparado esa pistola, contra el que no tienen más prueba en contra que ese maldito video borroso, se va a la cárcel, al corredor de la muerte, y allí se pasa veinte años, esperando que lo frían, primero, que lo crucifiquen y le claven la civilizada inyección letal, después, veinte años de agonía hasta que unos jueces, que dudan, pero no mucho, consideran que debe repetirse el juicio, así es que se volverá a repetir, quizá lo absuelvan, o lo condenen y lo crucifiquen en esa camilla de la muerte, pero pasará más años en la cárcel, aunque no ha hecho nada, porque contra usted sólo hay un video borroso (no encontraron ni una sola huella en el escenario del crimen, nadie le vio entrar y salir de él, no le encontraron ninguna pistola humeante en la mano).

No estamos en un país del Tercer Mundo, aunque lo pueda parecer por el procedimiento judicial, sino en una de las democracias más antiguas del mundo, en Estados Unidos. El guipuzcoano Pablo Ibars, un ciudadano español, está sufriendo esta pesadilla desde hace más de veinte años de auténtica agonía. Me parece muy bien, y lo apruebo, y lo suscribo, el énfasis que pone el gobierno de mi país en defender a los represaliados por el gobierno venezolano, a los encarcelados en ese país por sus ideas políticas, pero me hubiera gustado que también hubiera alzado la voz, hubiera protestado, con parecido énfasis, porque si me ocurre a mí me gustaría que mi gobierno no me dejara en la estacada, por ese atropello, uno más, del sistema judicial norteamericano, uno de los más injustos y absurdos del mundo, por no decir criminal, en el que hay que probar la inocencia y no tienen que probar tu culpabilidad para enviarte a la camilla de la muerte, y en el que, si hay dinero, se puede asesinar y dejar que te coja la policía con el cuchillo ensangrentado y huyendo y no te condenan por asesinato, pero si no puedes pagarte más que un abogado de oficio las posibilidades de ir al corredor de la muerte se multiplican.

Pablo Ibar, sobrino de un juguete roto por el franquismo, el boxeador Urtain, es un muerto viviente en una cárcel de Florida, Estados Unidos. Nadie le puede compensar por la mitad de la vida que le han robado porque eso no tiene precio.

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