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Un escritor que se asoma a la barbarie: La pasión de Enrique Lynch/Necrofucker de Richard Parra

978849410898Cuando se trata de literatura peruana, el escritor Richard Parra (Lima, 1976) es un caso fuera de lo común por muchas razones. Formado originalmente en ingeniería, terminó decantándose por la literatura, justo meses antes de terminar sus estudios (lo cual no le importó sino que fue un aliciente). Durante ese periodo universitario, de formación y zozobra, lo conocí y frecuenté. Recuerdo bien que, mientras muchos leían la literatura peruana que se publicaba en aquellos años, una literatura que apostaba, en gran parte,  por la subjetividad y un lenguaje preciosista, Richard Parra buscaba sus referentes en otros periodos y latitudes. Por eso, fue uno de los primeros en interesarse en la Crónica colonial, sobre todo en el Inca Garcilaso de la Vega, un referente en su labor como crítico pero también en su trabajo creativo. Después, se interesó en los escritores americanos como Hemingway y Carver, de quienes aprendió no tanto temáticamente como en términos formales: de ellos tiene el fraseo escueto, la escritura funcional. Finalmente, para continuar acentuando su singularidad, me gustaría resaltar el tiempo que ha tomado a la hora de asumirse como escritor. Mientras muchos de nosotros nos precipitamos a dar a conocer nuestros escritos, con más entusiasmo que juicio crítico, Richard Parra supo esperar para publicar los suyos el momento en que su voz y sus obsesiones hubieron encontrado una forma personal. El resultado, titulado “Contemplación del abismo” reúne nueve relatos punzantes, escritos con rabia y abyección, pero también una desconcertante pureza.

En abierta continuidad temática y formal con su primera entrega, Richard Parra nos presenta “La pasión de Enrique Lynch/Necrofucker”, dos nouvelles publicadas por la editorial española Demipage. La primera de ellas desarrolla la vida de un aventurero y empresario norteamericano llamado Enrique Lynch en el Perú del siglo XIX. Teniendo como marco temporal la vida de dicho sujeto, desde 1811 hasta 1877, el autor nos presenta una nouvelle compuesta por diez fragmentos cada uno con un narrador distinto. Sea un grupo de coolíes, una indígena obligada a prostituirse o un criollo con pretensiones de historiador, entre otros, los puntos de vista convergen en contarnos episodios de la vida de Enrique Lynch, trasunto ficcional de personaje histórico Henry Meiggs, y de esa manera arrojar luces y sombras sobre dicho individuo. Es más, en uno de los fragmentos se le da la voz al mismo Lynch quien se refiere en estos términos a su labor en tierras peruanas:

– En este día, el Perú ha obtenido su segunda emancipación. Se ha liberado del atraso y la marginación y ha dado el primer paso a la modernidad. Los rieles, traídos de Inglaterra, y los trenes de Nueva Jersey, permitirán que las riquezas dormidas se vendan y que ustedes, auténticos gestores de esta obra, por la confianza que me dieron cuando aceptaron mis bonos a cambio de su dinero, gocen de sus beneficios: mejores ingresos y negocios con el mundo, en especial con Estados Unidos que ahora requiere de sus materias primas; incluso podrán invadir a sus vecinos y apoderarse de lo que esa gente desperdicia por ignorancia, estoy seguro de que sabrán aprovechar con ciencia, ingenio y decisión, sus minerales y fertilizantes; y no me cabe duda de que el Perú volverá a los épicos años de los incas, de los conquistadores, del virreinato y dominará la costa de América. (p.53)

El discurso de Enrique Lynch, en el cual, por un lado, se subrayan palabras como modernidad, ciencia e ingenio y, por el otro, bonos, negocios, dinero y beneficios, no hace más que amalgamar civilización con desarrollo económico. Dicha amalgama hace de él, en sus palabras y la opinión de sus secuaces, un heraldo del progreso y la civilización. La emergente sociedad peruana le debería, en este sentido, su entrada definitiva en la Historia. No obstante, allí están las voces de los demás personajes que, como un coro trágico, muestra la otra cara de la moneda: las expoliaciones, las sevicias, los crímenes. Cómplice de un gobierno orientado a proteger los intereses de unos cuántos, un gobierno engatusado por las sirenas de la bonanza económica, Enrique Lynch no duda en explotar indígenas, importar chinos para obligarlos a realizar labores de esclavos, destruir familias mediante el asesinato de los padres y la condena a la prostitución de las madres. Si la senda a la modernidad está empedrado de sangre y crímenes, el Enrique Lynch de Richard Parra no dudará en llevar consigo a todo un país: el maravilloso y paupérrimo Perú.

Enrique Lynch muere después de haberlo ganado y derrochado todo, después de haber conocido la pobreza y la bonanza, después de haber amado y odiado. Gracias a los múltiples narradores, Richard Parra se las arregla para presentarnos un personaje complejo, aparentemente esclavo de su codicia, pero en verdad víctima de su propia pasión. Eso explica el aliento irónico del título, también el final en el que se muestra su triste camino hacia la muerte. Si Cristo murió para salvar a los demás, Enrique Lynch consagró su vida entera a sufrir en carne propia la incomprensión de su entorno. A fines del siglo XIX,

Otro, en apariencia, es el caso de “Necrofucker”, nouvelle contada en primera persona por Gabriel, un adolescente de clase media limeña, quien se reúne con sus amigos Sata y Anticristo para escuchar música y formar una banda de heavy metal. Como contraparte a la formación que cumplen instituciones como el colegio o la universidad, se orientan en la educación que les propone la ciudad en la que viven. Se trata del juego ritual a ser adultos en el que las primeras experiencias sexuales se mezclan con drogas, golpizas y, hacia el final, asesinatos. Esos jóvenes que vienen de hogares descompuestos, que responden con los pocos recursos que tienen a la violencia del entorno ven, cada uno y a su manera, sus vidas destruidas en una sociedad que asiste a sus ruinas con una mezcla de complicidad y cinismo. La sociedad en la narrativa de Richard Parra es un desbalance estructural en el que las diversas instituciones, como los establecimientos educativos o los miembros de las fuerzas del orden, sin olvidar a la iglesia, poco hacen por cumplir con su misión. En lugar de ello, las universidades se dedican a la politiquería, mientras que las fuerzas del orden disfrutan torturando adolescentes… Por donde se vea, la sociedad no presenta ninguna salida sino que ella, lo mismo que Gabriel y sus amigos, está arrojándose a un precipicio. La maestría de Richard Parra consiste, entre otras cosas, en eso: en mostrarnos el barranco, individual y social, sin concesiones pero tampoco sin alegatos ni tomas de posición. Ese pesimismo, ese aliento sombrío que se desprende de la lectura no es tanto un manifiesto como una actitud frente al mundo.

No se trata de dos nouvelles independientes, incapaces de dialogar entre sí; por eso, Richard Parra se ha cuidado muy bien de hacérnoslas llegar en un solo ejemplar. ¿Qué puede reunir a la historia peruana del siglo XIX, aquel periodo de irreal construcción de un sentimiento nacional, con las aventuras de un puñado de adolescentes en la Lima de los ochenta y noventa? Visto de esa manera, el vínculo que las reúne es algo más abstracto y secreto, es la manera en que la violencia toma forma, una violencia de aliento literario pero con alcances sociales y políticos. De hecho, creo que para Richard Parra existe una instancia, la del pasado, en la cual las cosas ocurrían de otra manera. Poco importa si el pasado tiene lugar  en San Pedro, como ocurre en “La pasión de Enrique Lynch”, o en Chalhuanca, como ocurre en “Necrofucker” cuando las consecuencias son las mismas. Ocurre que en la literatura de Parra, el hombre camina, evoluciona, hace historia simplemente para destruir, asesinar, corromper lo que alguna vez le entregó un verdadero significado. El avanzar del hombre en la historia se hace a precio de la barbarie más sanguinaria en la cual poco importa si se es delincuente o se actúa desde la legalidad más absoluta puesto que la violencia permea cada gesto y palabra. Si pensamos en su primer libro, Contemplación del abismo, podemos decir que Richard Parra ha apostado por continuar con la propuesta anterior; sin embargo, no podemos dejar de lado el hecho de que ésta ha adquirido un impulso mayor – del cuento pasamos a la nouvelle – así como una radicalización de sus obsesiones, como si hubiese terminado por convencerse, lo mismo que Heinrich von Kleist, de que no existe salida alguna. Hace muchos años que no he visto a Richard Parra, pero acaso sea mejor así, tener noticias suyas por lo que escribe, pues eso me demuestra que el amigo de hace muchos años ha sabido guardar intacta la pasión por la literatura. Acaso ella lo redima.

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