Merecen profundo respeto las asociaciones activistas alrededor del mundo que emplean la bicicleta para comprobar que la energía renovable más eficaz es la energía humana y que la lucha para defender el medio ambiente se hace mejor divirtiéndose.
Pero si tú vieras la topografía de La Paz, Bolivia, dirías que es la ciudad menos propicia para la bicicleta como transporte, menos que Manaos, menos que Minneapolis, y menos que cualquier ciudad de Florida, el estado estadísticamente más peligroso para los ciclistas.
Situada en un hoyo profundo con siete cañones que cortan caminos sinuosos desde su centro, La Paz no tiene ciclorutas y sus pocas calles planas no llegan a ninguna parte. Con casi mil metros (3,200 pies) entre sus barrios más altos y bajos, las subidas desmoralizan al ciclista y las bajadas abruptas lo asustan. A una altitud promedia de 3,600 metros, el paceño respira 40% menos moléculas de oxígeno que el residente de Miami.
En la época colonial Miguel de Cervantes quería ser alcalde de La Paz. Si viviera hoy, su personaje Don Quixote cambiaría su caballo viejo Rocinante por una bicicleta y atacaría las subidas escabrosas de La Paz como si fueran monstruos.
Cuando supe que para el domingo 4 de febrero, 2018 el grupo Masa Crítica La Paz anunciaba un paseo colectivo en bicicleta, en bajada sobre caminos tortuosos desde el Mercado Camacho hasta la Zona Sur, con niños y principiantes, pensaba que Don Quixote mismo no haría semejante locura.
Sin embargo, decidí participar. Yo había hecho descensos más escalofriantes desde la Ciudad de El Alto a 4,000 metros. Pero los hice sólo, sin tener responsabilidad de unos 50 ciclistas, entre ellos niños.
En la mañana brumosa, pedaleé a la parada San Miguel del bus Pumakatari. La chofer descendió para meter mi bicicleta en el portabicicletas en frente del bus. Ella vestía una falda tradicional de la chola indígena. Jamás había visto a ninguna chofer mujer, y menos indígena. Pensé en las palabras de Petronila Infantes, sindicalista culinaria: “En los años 30, no dejaron entrar a ninguna chola al tranvía”.
Yo reflexionaba: más fácil sería acabar con el racismo que fomentar el ciclismo en La Paz. Compré mi bicicleta en 2016, cuando supe que, para las subidas más penosas, el ciclista tendría acceso a los buses Pumakatari y a las cabinas del sistema aéreo de Mi Teleférico, el único transporte público lógico en una ciudad de barrancos.
Esperando nuestra partida, hablé con numerosos ciclistas y ninguno me parecía preocupado por la presencia de niños e inexpertos. Hablé con un muchacho en camisa de Superman que me mostró fotos de su dirt bike en rutas complicadas cerca de la Cordillera. Seguramente este joven subiría el Everest en bici si le permitieran.
Hablé con un ciclista que parecía de mi edad (tengo 72 años) pero con el cuerpo de un Lance Armstrong. Me puse a pensar que si la Masa Crítica consistía sólo en superhombres y wonderwomen, su influencia sobre la Alcaldía sería insuficiente para convencer a las autoridades de establecer ciclo rutas para un público menos deportista. El Lance Armstrong boliviano me aseguró que practicando pendientes en incrementos, cualquier persona puede aprender manejar en subida.
El día anterior llegué a subir 250 metros en 5 kilómetros, una pendiente que calificaría como subida de Grado 2 en el Tour de France si no fuera que yo interrumpía el ascenso para respirar profundamente cada cuantas cuadras.
Partimos a las 10:20. El guía-guardián que encabezaba el pelotón era Alex Franck. Hace tiempo, cuando su doctor le dijo que tenía máximo cinco años para vivir debido a problemas graves del corazón, Alex se compró una bicicleta. Practicaba manejando en subidas y después organizó el grupo Illimani Biking Bunch (IBB).
Illimani, montaña emblema de La Paz a 6,438 metros, significa desafío. Alex ha subido más de 2,000 metros en bicicleta sobre el Camino de la Muerte, en un evento caritativo organizado por Los Huanca, un grupo aun más desafiante que IBB. Después de haber aumentado gradualmente su resistencia aeróbica, Alex supo que sus indicadores de salud habían mejorado suficientemente para que la muerte ya no le amenazara.
La guardiana que protegía el final del pelotón era Mariana. Tiene maestría en estudios urbanos, antropología y psicología. En Ecuador Mariana conoció un grupo feminista, las Carishinas, que asigna una “madrina” para cada nueva ciclista. Las Carishinas empoderan a la mujer por medio del ciclismo. Así Mariana aprendió a manejar la bicicleta como transporte urbano.
Otros ángeles guardianes bloqueaban el tráfico en las intersecciones para que pasáramos sin incidentes. Una vez que el pelotón pasaba, los guardianes nos pasaban como balas para bloquear otras esquinas más adelante.
Con su disciplina rigorosa, Masa Crítica La Paz goza del apoyo del Secretario Municipal de Movilidad Ramiro Burgos, quien tiene un plan en tres fases para impulsar el ciclismo como transporte.
1) La Ciclovía Activa. Burgos explicó que en La Paz, la costumbre de utilizar la bicicleta fue desapareciendo, con las calles cada vez más inseguras, pero también los jóvenes pierden la costumbre, distraídos por los juegos electrónicos. La Ciclovía Activa se hace cada domingo matinal, cuando la Alcaldía cierra dos rutas principales, la Avenida Buenos Aires en la parte arriba de la ciudad, y la Costanera en el sur. “Con La Ciclovía Activa, estamos recuperando el uso de la bicicleta”, agregó.
2) La segunda fase introduce las ciclo rutas. Le mostré dos rutas que yo había identificado como más libres de tráfico motorizado y con menos gradientes, y me indicó que estas mismas rutas ya figuraban entre sus planes. Me despidió con esta nota: “Nuestro compromiso se mantiene inalterable y espero que cuando regreses puedas disfrutar de nuestra primera ciclo ruta a los 3.600 msnm”.
3) La tercera fase coincide con una meta de Masa Crítica: una red de ciclo rutas atravesando la ciudad, que depende absolutamente de la intermodalidad, en que los ciclistas pueden hacer las partes penosas de sus rutas en transporte público.
En la bajada en Sopocachi, empezó a caer una llovizna dulce, una ducha de lujo. Atravesamos uno de los Puentes Trillizos en fila india. Veía arriba las cabinas de la Línea Amarilla del Teleférico, tan silenciosas como nuestras ruedas de bicicleta. Hacia abajo se veía en la neblina la entrada rojiza del cañón de Mallasa.
Veía los cerros, invadidos por habitaciones precarias. El tiempo geológico paceño corre más rápido: la Pachamama (Madre Tierra) se defiende, haciendo derrumbes, tragando casas y alterando el mapa.
Al bajar por una curva cerrada, en medio de paisajes casi absurdos para un ciclista, pensé en tres factores indispensables para la ciudad habitable:
1) La intermodalidad de transporte: la autorización de llevar bicicletas en transporte público, un éxito del “lobby” de Masa Crítica, en conjunto con administradores visionarios en Mi Teleférico y La Paz Bus;
2) La implementación agresiva de ciclo rutas, que depende tanto de la Secretaría de Movilidad como de la presencia de una masa crítica de ciclistas ocupando las calles;
3) El desarrollo de dispersos barrios autosuficientes, para limitar la necesidad de desplazarse a un centro histórico grotescamente congestionado.
El Programa de Centralidades Urbanas, bajo la dirección de Paola Villegas, está creando 19 diferentes “centros” alejados, todos equipados con empleos, comercio y actividades culturales. Cada centralidad tendrá ciclo rutas estratégicas. Con todo servicio accesible en el mismo barrio del residente, se descongestiona el centro histórico de la ciudad. Nuestra ruta del día atravesaba tres de estas futuras centralidades. Será un sistema ecoeficiente en que el peatón y el ciclista comienzan a remplazar el transporte motorizado.
En una parada en Obrajes, una centralidad, una pareja de jubilados, mano en mano, se me acercó. Emocionado, el hombre me declaró: “Qué maravilla verles pasar. Ustedes sí tienen la buena filosofía.”
Recordé mi visita a la oficina de Centralidades, donde había encontrado estacionada la bicicleta de Ivan Asturizaga, asistente de Paola Villegas. Ivan es un ejemplo del Sí se puede. Me explicó:
“El recorrido es desde mi vivienda en la zona de Alto Obrajes, hasta mi trabajo, en la zona de Sopocachi. Es una distancia aproximada de 2,3 kilómetros, que los recorro ida y vuelta dos veces al día: más de 9 kilómetros recorridos diariamente.
“El trayecto se inicia en Alto Obrajes e implica atravesar los emblemáticos Puentes Trillizos de la ciudad para luego subir la avenida Arce, donde se deben sortear vehículos y peatones, para finalmente llegar a nuestra oficina cerca de la Plaza Abaroa.
“Pese a los riesgos de vivir en una ciudad que aún no cuenta con infraestructura adecuada para el ciclista y a los desafíos topográficos, desde que realizo la ruta al trabajo en bicicleta me siento más fuerte, más activo y con menos frio al comenzar la mañana”.
En la oficina de Movilidad, también encontré bicicletas, una de las cuales siendo del mismo secretario de movilidad, con una placa: “+Amor –Motor”.
Llegando a la meta, la Plaza Humboldt, comencé a creer que la bicicleta como transporte no era un sueño quijotesco. Señor Alcalde Revilla, yo me ofrezco como uno de los numerosos soldados silenciosos, para que pueda realizar sus planes. La Paz podría ser una ciudad en la que el peatón y el ciclista comenzarían a remplazar el transporte motorizado, y así el aire limpio se instalaría en el El Hoyo. Cada bicicleta más es un motor menos.
¿Sueño imposible? Días después, hubo una huelga cívica (sin relación al tema de esta crónica) en la que todas las calles de mi zona estaban bloqueadas. Ningún auto, ningún camión, ningún minibús: un silencio alegre. Cientos de ciclistas salieron de sus casas como si se liberaran de una cárcel invisible. Pedaleaban a sus empleos, muchos bajando hasta la parada de la línea verde del Teleférico. En medio de la Avenida Ballivían se veían padres y madres enseñando a sus hijas e hijos a montar bicicleta. Y en la tarde, los empleados pedaleaban de regreso, desde el Teleférico, en pura subida.
Yo mismo aproveché para subir la planeada ruta de bicicleta de Ramiro Burgos hasta la proyectada Centralidad de Paola Villegas en Achumani. Con el aire limpio la subida se hizo más fácil. Continué subiendo, esta vez sin parar.