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Un animal literario

Hace algunos años leí una novela hermética e intensa de un autor muy joven y desconocido. El escritor que le daba la bienvenida a un mundo plagado de canallas desde un blurb honesto y que justificaba la publicación en la editorial Anagrama, no lo era, por talento y generosidad.

El debutante se llamaba Carlos Fonseca (Costa Rica, 1987) y la obra, Coronel Lágrimas. El autor consagrado, Ricardo Piglia. En un tiempo de novelas fast food –salen rápidas y su envoltorio es pintoresco pero al rato de consumirlas ya tienes hambre– Fonseca volvía a lo artesanal del género, a la construcción  esmerada de un mundo.

Sobrevivir a un debut auspicioso no es fácil. Este año, Carlos Fonseca publicó Museo Animal, novela que toma por asalto su primer trabajo con una historia que son cinco novelas contenidas que se leen como el relato de una vida. O una malversación de identidades.

En las primeras páginas el narrador –un museólogo de origen hispano– nos presenta a una diseñadora de modas de prestigio internacional que lo ha llamado para invitarlo a colaborar en una exposición. El proyecto quedará en la nada, y al poco tiempo la mujer fallece. Esta sencillez en Museo Animal se vuelve lentamente un complejo edificio narrativo que encerrará el sentido esencial de la literatura: transformar las palabras en una experiencia real.

En la actualidad Carlos Fonseca reside en Londres y es profesor en la Universidad de Cambridge.

Debutaste en la editorial Anagrama y con el padrinazgo de Ricardo Piglia. ¿Pesó ese respaldo a la hora de ponerte a escribir una segunda novela?

La cronología entre las dos novelas es interesante. Museo animal fue un proyecto anterior a Coronel Lágrimas. Es una novela en la que llevaba trabajando durante mucho tiempo. En algún momento me sentí incapaz de completar el proyecto y decidí en cambio escribir una novela distinta, más corta. Surgió así Coronel Lágrimas. Lo bueno de eso fue que no tuve que pasar por el síndrome de la segunda novela del que tanto se habla. Al revés, cuando terminé Coronel Lágrimas, me sentí finalmente listo para afrontar la escritura de Museo animal, sin sentir realmente el peso editorial. El padrinazgo de Ricardo. Piglia fue una gran motivación y lo sigue siendo. De hecho, Museo animal está dedicada a Piglia, una de las personas más generosas que he conocido.

Coronel Lágrimas era una obra por momentos hermética en la que narrabas la vida del excéntrico matemático Alexander Grothendieck. Museo Animal, contrariamente a lo que algunos piensan, creo que no lo es tanto, en el sentido de que el enigma que hay en el centro de la historia le otorga un aire de novela policial: la baja cultura enquistada en la alta. Un juego narrativo que se desliza cómodamente ante el lector.

Estoy completamente de acuerdo con lo que dices. Siempre he pensado que Coronel Lágrimas es un texto mucho más complejo y difícil que Museo animal, al menos en el sentido de que la prosa es más barroca. Creo que, como bien dices, el enigma produce acá un aire de novela policial al texto y eso de alguna manera ayuda al lector. El lector sabe cómo acercarse a la novela, aunque la novela no sea un policial clásico. En este caso sabía que sería una novela extensa e intenté buscar mecanismos a través de los cuales el lector pudiese navegar dentro de las múltiples historias que se narran en la novela.

Ese juego continúa con el narrador que no tiene nombre. ¿Cuéntame de esta operación? 

Museo animal es, entre otras cosas, una novela sobre el arte del anonimato. Los personajes que la pueblan buscan siempre las sombras, la desaparición, lo anónimo. El narrador – un museólogo que súbitamente se ve inmerso en una trama policial o conceptual que no entiende del todo – tiene algo de eso: es un ser un tanto anónimo a través del cual llegamos a conocer la historia pero sin saber muchos detalles sobre él. Esto tiene que ver, pienso ahora, con otro movimiento que la novela narra: la búsqueda a través de la cual el narrador llega a conocerse a sí mismo. A fin de cuenta, la novela narra un retorno: la del narrador a su patria, lo cual es una forma metafórica de decir que la novela narra la historia de un hombre que finalmente se encuentra a sí mismo.

La estructura de la obra está integrada de cinco partes que bien son novelas en sí mismas. ¿Primero vino la forma y luego el tema?

Sí, la novela tiene un poco la forma de un mosaico compuesto por cinco novelas cortas, conectadas entre sí por la trama policial y la historia familiar que las abarca. La verdad es que la novela surge, como todas, de una serie de obsesiones y de personajes sobre los cuales llevaba pensando hace mucho. Un día comprendí que esos personajes – el fotógrafo, la modelo vuelta artista conceptual y la diseñadora de modas – podían ser familia. A partir de ahí surgió la forma de la novela: cada miembro de la familia tendría una pequeña novela y luego se narraría el viaje de la familia en la selva centroamericana. Y claro, para concluir, estaría el viaje del narrador de vuelta a su tierra natal. Una vez supe la forma, el sentido de la historia cristalizó. Museo animal es, a fin de cuentas, una historia familiar, sobre cómo un evento puede llegar a dividir a una familia.

Las fake news, las máscaras y la identidad producen fricciones sumamente interesantes en las simulaciones de los personajes. Pienso en la vida de Giovanna y sus padres.

Mientras acumulaba las imágenes y figuras que me llevarían a escribir Museo animal, empecé a notar que se repetían patrones. El tema del mimetismo animal, esa capacidad que tiene los animales para camuflarse, se repetía luego en el tema de la moda, de la máscara, de las ficciones de la identidad y sus repeticiones. Entendí entonces que el tema que abarcaba todas esas figuras era la figura de la simulación: vivimos en un mundo en el que no importa tanto la verdad sino las ficciones bajo las cuales percibimos esa verdad, las máscaras de lo real. Es la misma lógica de los fake news, que crean verdades públicas a partir de la repetición de información falsa. A partir de ahí decidí construir una trama que tejiese todas esas figuras y que las pusiese en contacto. Me interesaba demostrar que mundos tan disímiles como el mundo de la moda, el de la política, el de la naturaleza o el de los medios, funcionan bajo mecanismos similares de repetición y diferencia, de verdades construidas a partir de simulacros.

Durante los años ‘90 el subcomandante Marcos fue algo así como un rock star. Luego su figura se fue desdibujando en el tiempo. ¿Por qué rescatar un personaje como el de Marcos en el siglo XXI?

Me encanta la imagen que trazas, esa metáfora del desdibujamiento del subcomandante Marcos. Precisamente fue lo que sucedió: hace unos años, el subcomandante Marcos decidió desaparecer. En un comunicado titulado Entre la luz y la sombra declaró la desaparición de Marcos y su transformación en el subcomandante Galeano. Lo que me interesó de ese comunicado fue la política mediática que establece en donde deja claro que la figura del subcomandante Marcos fue una suerte de simulacro construido para y por la prensa: “Empezó así una compleja maniobra de distracción, un truco de magia terrible y maravillosa, una maliciosa jugada del corazón indígena que somos, la sabiduría indígena desafiaba a la modernidad en uno de sus bastiones: los medios de comunicación. Empezó entonces la construcción del personaje llamado Marcos.” Me interesó, del subcomandante Marcos, esa conciencia en torno a la importancia que hoy día tienen los medios en la construcción de verdades públicas, esa manera muy juguetona de entender con tanta lucidez la batalla por la visibilidad política dentro del mundo contemporáneo.   Marcos”.

Hay una mirada que es una prosa obsesiva y reflexiva sobre cada uno de los acontecimientos y personajes en Museo Animal. Cada oración se extiende abrazando la totalidad de una historia compleja.

Una de las intuiciones que ma ayudó a escribir Museo animal fue la idea de que se trataría de cinco novelas distintas y que cada una de ellas tendría una voz narrativa distinta. Cinco novelitas que imitarían – siguiendo el juego temático de la imitación y la diferencia – la voz de cinco escritores que admiro: Piglia, Carrère, Bolaño, Herzog y Sebald. Jugué a imitar esas voces en distintos lugares, siempre consciente de que la imitación es imposible y que la voz propia acaba por salir a la superficie aunque uno no quiera. Me interesan las novelas que trabajan la prosa, creo que ahí se juega lo más importante de una novela: la construcción de un tono, la apuesta por un estilo.

En la novela los personajes viajan mucho. Ese desplazamiento no desentona con tu vida: Costa Rica, Puerto Rico, Estados Unidos, Inglaterra.

Sí, creo que la noción del viaje me ha marcado desde muy pequeño: salí muy temprano de Costa Rica, al mudarme a Puerto Rico, y a veces siento que ese desplazamiento inicial marcó el ritmo de los viajes que vendrían después, al igual que mi interés por los personajes que viajan. En Coronel Lágrimas, el personaje es una suerte de atlas inmóvil, capaz de viajar por el mundo sin salir de su cuarto, como aquel Viaje en torno a mi cuarto de Xavier de Maistre. En Museo animal, en cambio, lo que me interesaba era explorar esa noción de lo que se encuentra al final del viaje: las fantasías que proyectamos sobre el mundo extranjero y las realidades que encontramos. Es un tema muy presente en relación a América Latina: desde el famoso Dorado de los conquistadores hasta las películas de Herzog. Es la figura del viajero que se pierde en la selva en busca de una quimera. Me interesaba narrar esos viajes y reflexionar sobre la necesidad de esas utopías en un mundo más irónico y descreído.

En la historia aparece una Latinoamérica pensada desde la idea del extranjero, una idea de la que difieren los nativos.

Justo como mencionaba antes, me interesa esa idea de los deseos y las fantasías que el extranjero proyecta sobre Latinoamérica. Creo que Latinoamérica como identidad imaginaria ha sido construida un poco sobre esas fantasías: las fantasías coloniales, las fantasías de viajeros como Alexander Von Humboldt, hasta llegar a las fantasías bajo las cuales un hombre como Henry Ford construyó un pueblo entero en la selva amazónica, su famoso Fordlandia. Me parece políticamente necesario entender qué está en juego en esas fantasías y en ese imaginario, un imaginario muy presente en la literatura universal, desde Bajo el Volcán de Lowry hasta las novelas de un latinoamericano como Carpentier.

Lo escribí en Coronel Lágrimas y lo vuelvo hacer con la segunda. En tiempos de poca ambición literaria y de mucha literatura light sos un autor ambicioso por los riesgos estéticos que tomas.

No puedo hacer mucho más que agradecerte el comentario. La verdad es que la literatura que más me interesa es la que que apuesta y toma riesgos. Creo que el riesgo crea belleza y que toda novela debe aspirar a ese aire de asombro que produce el funambulista que camina por los cielos, liviano y grácil, mientras a sus pies se abre la conciencia de la muerte.

 

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