A estas alturas no debería quedar ninguna duda de que Donald Trump carece de la capacidad y del talante para ser el próximo presidente de los Estados Unidos.
En los debates con su rival, Hillary Clinton, el aspirante republicano ha ofrecido muchas promesas –como a todo lo largo de su campaña–, pero no ha presentado ningún plan concreto. Aparenta mucha seguridad, pero se apoya en lemas para la multitud, no en hechos. Apuntala sus débiles argumentos con mentiras. No se rinde, pero ataca o se defiende con golpes bajos. Y tiene mucho dinero, pero poca clase.
En el segundo debate, realizado el domingo 9 de octubre en la Universidad Washington, en St. Louis, Missouri, su disposición a pelear sucio quedó evidenciada cuando sacó a relucir dudosos episodios del pasado para desviar la atención del famoso video en el que denigra a las mujeres.
En el video, filmado en 2005 y obtenido recientemente por el Washington Post, Trump no solo glorifica el abuso sexual, sino que se jacta de haberlo cometido. Usando expresiones vulgares, comenta con una mezcla de burla y prepotencia que puede tocar y besar a las mujeres cuando quiere porque “cuando uno es una estrella, ellas lo permiten”.
Trump pidió disculpas por las frases y dijo que nadie respetaba a las mujeres tanto como él, una afirmación que suena hueca. Enseguida se lanzó a la carga contra su rival, acusando al ex presidente Bill Clinton, esposo de Hillary, de haber abusado de varias mujeres, y a Hillary de haber tapado las fechorías de su marido acosando e intimidando a las víctimas. Tres de esas presuntas víctimas estaban presentes en el segundo debate.
Fue un ataque ruin y malintencionado, sobre todo porque nunca se probó que el ex presidente Clinton hubiera cometido los presuntos delitos. Además, Bill no es el que está aspirando a la presidencia. Pero para Trump todo vale. Al parecer, no duda en seguir la vieja fórmula: “Calumnia, que algo queda”.
Hillary se mantuvo serena, imperturbable, sin titubear ni amilanarse ante la agresión de un candidato incapaz de sostener un debate serio.
La ex secretaria de Estado siempre se ha mostrado segura y confiada, con un gran dominio de los temas candentes del momento. Trump, en cambio, no ha dejado de repetir conceptos disparatados durante toda su campaña. Los debates no han sido la excepción.
Trump insiste en construir un muro en la frontera con México para resolver lo que él y los fanáticos que lo siguen consideran un problema de descontrol migratorio. En realidad, tal problema no existe: la inmigración indocumentada está en su momento más bajo desde 1972, y el presidente Obama ha sido el mandatario que más indocumentados ha deportado.
Trump anunció que de ser electo, eliminaría el plan de salud conocido como Obamacare, y criticó la medicina socializada apoyándose en una vieja fábula de la derecha norteamericana: el cuento de las legiones de canadienses que vienen a tratarse a los Estados Unidos, porque el sistema de salud universal de Canadá es un desastre. Lo cual es una mentira: no hay una invasión de canadienses hacia los hospitales de los Estados Unidos, y el sistema de salud de Canadá funciona perfectamente; en realidad, mejor que el estadounidense.
Propagador de falacias, púgil traicionero en la arena política, Trump vuelve a sacar a colación el caso de los correos electrónicos de la cuenta personal de Hillary. La ex secretaria de Estado ha debido responder con más contundencia, enfatizando que la investigación del FBI la exoneró de un presunto uso indebido de sus e-mails. Pero Trump ha convencido a buena parte de la nación que la ex secretaria de Estado ha perjudicado la seguridad nacional. Para los más delirantes, azuzados por la retórica acusadora y mentirosa de Trump, la candidata demócrata es una conspiradora que, de llegar a la Casa Blanca, entregaría la nación al enemigo. El caudillo y sus fanatizados seguidores habitan en una realidad alternativa, donde las fantasías políticas se imponen a la verdad.
Entre mentiras y bajezas, alusiones racistas y menosprecio de las mujeres, Trump ha rebajado el nivel de los debates presidenciales, mientras se pavonea tratando de intimidar a su contrincante y exaltando posturas fascistas y retrógradas entre un sector extremista del electorado. Alguien debería repetirle al candidato republicano la frase que el abogado Joseph Nye le dirigió en 1954 al senador Joseph McCarthy, el fanático que montó una cacería de brujas contra los comunistas: “¿Acaso usted no tiene un sentido de la decencia, señor?”