En Tres veces Bogotá, la ciudad no es solo un escenario, sino un reflejo de las transformaciones internas de Santiago, su protagonista. En esta entrevista, exploramos con el autor cómo la narrativa articula la memoria individual, los objetos como vestigios del pasado y el papel fundamental del silencio en la reconstrucción de historias familiares. A través de una estructura que cuestiona las fuentes de la memoria —lo vivido, lo documentado y lo contado—, la novela se convierte en una introspección sobre lo que recordamos, lo que preferimos olvidar y lo que nunca se nos dijo.
Inspirado en Conversación en La Catedral, pero con una intención de administrar el recuerdo más que revelarlo brutalmente, el autor construye una historia donde Bogotá actúa como un ancla externa, casi inmutable, que contrasta con el viaje emocional del protagonista. La tía Mariana, figura clave en el relato, encarna ese puente entre lo vivido y lo silenciado, invitando al lector a decidir qué vale la pena saber del pasado.
En la novela, Bogotá no es solo un escenario, sino un espejo de la memoria y las transformaciones de Santiago. ¿Cómo trabajaste esa relación entre la ciudad y el personaje?
Los viajes a Bogotá, como mencionas, ayudan a marcar etapas, pero también son importantes para mostrar la fragilidad de la memoria, ya que los recuerdos de un viaje a otro de Santiago no corresponden del todo con la realidad, por más que él cree que nunca se olvida de nada. La ciudad también es como un ancla externa, que no cambia casi nada, ya que como Santiago mismo comenta, él ha cambiado más que la ciudad. Bogotá también le da la distancia para reflexionar mejor sobre su vida en Lima al sacarlo de su rutina.
La tía Mariana encarna el peso de los secretos, pero también la necesidad de armar relatos. ¿De dónde nace este interés tuyo por las memorias familiares y las versiones contradictorias del pasado?
Se me juntaron dos temas que me ayudaron a darle forma a la novela: por un lado, un interés en cómo se forma la memoria y, por otro, el impacto que tuvo en mí Conversación en La Catedral, de Mario Vargas Llosa.
Quería escribir una historia sobre los recuerdos, y me concentré en tres fuentes: lo que uno vive y recuerda; lo que se aprende a través de, llamémosles, “pruebas objetivas” —como fotos, cartas, documentos legales—; y lo que a uno le cuentan. Creo que entre esas tres fuentes uno termina armando su historia. Cuando ya pensaba en la estructura de la novela, recordé lo mucho que me gustó Conversación en La Catedral, pero también el sinsabor que me dejó el momento en que el chofer le contaba a Zavalita —sin querer dar spoilers— cosas que no le servían de nada saber, y me molestaba que se las hayan contado.
Tres veces Bogotá se mete en esas tres fuentes de información para la memoria y las cuestiona. Pero, a diferencia del chofer de Zavalita, trata de “administrarlas” y de no contar directo, sino solo lo necesario, para que quede en el lector el juicio de cómo manejó esa conversación la tía Mariana.
Si comparamos las novelas, el chofer de Zavalita y la tía Mariana cumplen el mismo papel: alguien externo al núcleo familiar, que los conocía de niños y que podía aclarar mejor sus historias.
Conversación en La Catedral tiene muchos más temas que la memoria —es también el retrato de toda una época—, pero esa dimensión fue la que más me influyó para Tres veces Bogotá.
La caja de fotos, los cuadros, las cartas… son detonadores de la historia. ¿Qué importancia tienen los objetos en tu manera de contar, como depositarios de lo no dicho?
Como mencioné en la respuesta anterior, los objetos y documentos son las pruebas que podrían llamarse más objetivas del pasado, fuera de lo que uno mismo vivió y se acuerda y de lo que a uno le cuentan. Pero en la novela también muestro cómo se pueden malinterpretar o manipular por más neutrales que se piense que son.
En Tres veces Bogotá los silencios parecen tan importantes como lo que se dice abiertamente. ¿Qué papel juega para ti el silencio en la construcción de una historia y en la vida de una familia?
Volviendo a la referencia de Conversación en La Catedral, es justo el silencio —o el manejo de ese silencio— el que quise retratar en la novela, cuestionando el contarlo todo, para que quede en el lector la decisión, según su propia experiencia, de qué tanto del pasado vale la pena revelar.
La novela se mueve entre lo íntimo y lo urbano, entre el duelo y la ciudad. ¿Cómo fue el proceso de escritura? ¿Hubo algún momento en que sentiste que estabas dialogando con tu propia memoria al escribir?
La trama de la novela es totalmente ficción, no hay una referencia real ni a la historia ni a los personajes, pero sí a las emociones o sensaciones en otros contextos.
En relación a la trama, tuve que armar esa serie de secretos o medias verdades que Santiago quería entender mejor, desde nimiedades como si la tía compraba o cocinaba ella misma las tortas que llevaba, hasta temas más fuertes en relación a sus padres y las relaciones con la tía y la familia. Al escribirla, fui manejando cómo se iban a ir revelando.
Escogí Bogotá porque es una ciudad que conozco bien, a la que he viajado seguido por trabajo desde los noventa, y me daba buena base para poder describirla como externo, con todas esas pequeñas diferencias con Lima que te hacen sentir que estás en un lugar diferente, así como los pocos cambios que ha tenido a lo largo de esos años.