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Tres amigas en la última noche de Jesse

Dir. Nicolas Winding Refn. Protagonizada por Ella Fanning, Jena Malone y Keanu Reeves.

Cuando Jack vio a Jesse, puso su cámara en el suelo y le pidió a todo su equipo que saliera del estudio. ‘Esta será una sesión a puerta cerrada’. Dos modelos de veinte y veintiún años de edad, citadas para una prueba de estilo y tez,  se retiraron desconcertadas. Jesse descubrió una fuerza tibia que nacía en la boca de su estómago. Jack le ordenó dejar sobre la mesa su bolso y sus zapatillas. Estaba descalza y aún conservaba puesto el vestido que usó para salir del motel. Al ponerse de pie sobre la marca, sintió como una grieta se abrió por dentro de su cuerpo, dejando escapar un oleaje de calor que acabó tambaleando sus rodillas.

Una madrugada, no muchos años atrás, Jesse salió de su cuarto descalza, y en la oscuridad, bajó por las escaleras mientras sus padres dormían. Corrió lejos de la casa atravesando los establos de las granjas vecinas. Al detenerse, abrió la boca y tocó con la lengua un suave polvo de agua que flotaba en el aire. La corriente del viento abrió su vestido a la altura de sus muslos; Jesse volteó. No se distinguía el cielo del suelo. El trigo negro en el horizonte era como una sábana infinita de terciopelo azabache que se perdía  hacia los cuatro puntos cardinales. Jesse se acostó sobre el pasto. Apretó sus pies, helados, llenos de tierra. Se sentía con miedo, en peligro, vulnerable, libre, plena. Con una mano tapó su boca. Las risas se sentían  raras. Moviéndose en repeticiones rozando los tallos de trigo, se levantó con torpeza el vestido. El primer espasmo torció sus pies. El segundo apretó los puños arrancando las matas desde la raíz. Ya para los últimos espasmos, los gemidos eran menos agresivos y la respiración agitada cedía a una perfecta sensación de paz rodeada de penumbras. Una breve lluvia de meteoritos, anunciada en la radio días atrás, había comenzado a dibujar destellos intermitentes en el campo. Eran como trazos de crema plateada incandescente que luego desaparecían. Cada meteoro que agrietaba el cielo, proyectaba una flama de luz sobre el cuerpo de Jesse, para luego fundirse detrás de las nubes negras. Este fue un espectáculo que ella nunca vio por haber mantenido sus ojos cerrados. Solo disfrutó un agradable calor en las rodillas, muy parecido al que hoy experimentaba, de pié, bajo las luces artificiales.

Al ver a todos salir del estudio, se encorvaba más por el miedo que le producía quedarse sola con ese hombre. Su expresión corporal era una postura notable de amateur, porque Jesse nunca antes había modelado, y eso detonaba un odio muy peligroso en sus competidoras. Una chica proveniente de un pequeño pueblo en el centro del país, con el inmensurable sueño de conquista no conocía nada de la industria. Solo confiaba que era hermosa, y así mismo la agencia se lo había confirmado consiguiéndole su primer performance. Para ella no existía algo más importante que el ser una supermodelo, plagar las carátulas de las revistas de moda con sus ojos azules, su cabello dorado hasta la cintura, su rostro de angel inocente; cerrar las pasarelas con su imagen fresca, virginal, envidiada, perfecta; además, no había otra alternativa para Jesse: ella sabía que no tenía talento para nada más.

Le dijeron que el estar frente al lente de Jack McCarther, uno de los fotógrafos más celebrados en el mundo del modelaje era un privilegio para las jóvenes más cotizadas. Pero las historias sobre el excéntrico fotógrafo eran surreales y bordeaban el horror. Jesse se agarraba las manos. Trataba de ver disimuladamente el inmenso espacio que servía de laboratorio para las creaciones de Jack. Miró a Ruby,  quién se había tomado su tiempo para abandonar el studio, y le suplicó en silencio que no se fuera, que no la dejara sola. Ruby, una joven hermosa a quién nunca le interesó estar frente a las cámaras, la miraba fijamente. Estaba segura que nunca había conocido una belleza como la de Jesse. Revivió los cientos de rostros que decoró para las cámaras y las pasarelas a lo largo de los años. Muchas de ellas, terminaron en su cama. Fue más allá. Recordó no solamente a las esculturas de carne viva bajo los flashes y las luces de neon; sino también a aquellas que quedaron inertes, sin pulso, sin vida. Ruby era sin duda la maquillista más joven y cotizada dentro de la industria de la moda y el espectáculo, pero su placer estaba en pintar y decorar a los cadáveres que vivieron sus últimas horas como víctimas de las drogas, el suicidio y el asesinato; provenientes las zonas más prestigiosas de Beverly Hills. Ruby trabajaba entre dos mundos; como escultora, estilista y maquillista exclusiva de la casa funeraria Fischer and Sons; y atendiendo el llamado a preparar a las supermodelos, idolatradas del momento, para sus momentos de gloria. En la mirada angustiosa de Jesse, Ruby no solo sentía que la deseaba; para su sorpresa, estaba segura que la amaba.

Jack giró hacia Ruby. La contempló con asco; una forma de mirar típica cuando le obedecen con lentitud. ‘No me molesta quedarme para ayudarte, no hay ningún problema…’ – ‘No, gracias. Estoy bien aquí. Por favor vete”.

Ruby abandonó el estudio agraviada, dejando a Jesse sola. Jack se dirigió al borde izquierdo, a una caja de metal en la pared, bajó una palanca y cortó la electricidad. La respiración fuera de control de Jesse se hacia eco y el momento pareció eterno. Escuchó los pasos de Jack desplazarse sobre el concreto desde donde estaba hasta caminar por detrás de ella. Otro chasquido metálico y cuatro lámparas de neón azul, formando un gigante cubo de luz, se encendieron de golpe, dejando a Jesse en todo el centro interior de la figura. Jack se escuchaba a la distancia. ‘Quítate la ropa’. Jesse giró y lo miró con miedo; pero al mismo tiempo se sentía atraída a él. Se imaginó huyendo a toda velocidad, pero no quería dejarlo. Lo miró de nuevo y dejó caer el vestido sobre sus pies, revelando solo la ropa interior ajustada a sus senos y muslos. Luego se volvió a agarrar las manos, esta vez con más fuerza. Jack se notaba frustrado, ’quítate toda la ropa’… Una serie de imágenes breves se descarrilaron dentro de la cabeza de Jesse. Recordó a su abuela, en el jardín de la granja, cepillando su cabello cuando era niña mientras las dos observaban como uno de los caballos se escapaba del establo del vecino. Recordó la horrible mordida que un perro infectado de rabia le dio en su mano derecha, y recordó todas las noches en las que se escapó de su casa. Pensó en Ruby y se preguntó si quizás seguía afuera esperándola. Recordó cuando salió sola de aquel motel asqueroso en la mañana, no tenía para pagar otro lugar; recordó el hombre sucio que la siguió hasta el autobús.

Descubrió a Jack, notablemente molesto, decepcionado, con el brillo del neón azul fosforescente acuchillándose en sus pupilas; ella miró las barras de luz que formaban su cubo, soltó sus manos, y llevándolas a su espalda, desprendió el sujetador. Dejó caer sus pantaletas, pisándolas contra el vestido que estaba en el piso, quedando totalmente desnuda. Jack sacó un maletín de metal desde las sombras. Lo abrió, mostró sin querer unos frascos mientras metía las manos en ellos y se dio la vuelta. Ella no pudo ver que había dentro de los contenedores. Los latidos pulverizaban su pecho en toda la mitad. El  aliento de Jack la humedecía por detrás. En los hombros, en la nuca, en el cuello. Era inminente que la besaría. Dejó caer sus párpados echando su cabeza hacia arriba, pero él la tomó por el cabello. Jesse, ya con la respiración furiosa, alucinó que en cualquier momento Jack provocaría un daño irreversible y el la excitación se transformó en pánico.

Pero Jack no le hizo daño. Tampoco la besó. Con sus manos llenas de pintura, comenzó a bañarla con salpicadas de oro líquido; frotando las palmas sobre sus senos, los brazos, luego la barriga, siguiendo el vientre, subiendo al cuello y rozando el rostro con sus dedos manchados, chorreando el sol líquido sobre la piel de la joven modelo. Hilos de aceite dorado se escurrían por su cuerpo desnudo hasta meterse entre sus muslos, acariciando las rodillas, goteando sobre los dedos de sus pies. Soltó la tapa de un segundo contenedor y vació la escarcha plateada en su palma, soplándola en impactos asimétricos sobre el rostro y los brazos de Jesse. Jack dejó escapar una sonrisa sin que ella se percatara. Jesse no abría los ojos. Ella estaba feliz.

El fotógrafo recogió su cámara del suelo, y concentrándose primero en los ojos turquesa de la supermodelo, le disparó repetidas veces. Jesse pudo descubrir, cuando abrió los ojos, y a través de las luces brillantes y de los dedos manchados sobre el lente, como una serie de lágrimas diminutas se escapaban de los ojos del fotógrafo.

Afuera, justo afuera del estudio, dos modelos envenenadas de odio, y cercanas a su fecha de expiración, conversaban con Ruby. Se preguntaban si acaso sería conveniente invitar a la nueva unidad de carne a un paseo especial, solo las amigas …

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