Aprender a tocar un instrumento demanda también aprender a practicar adecuadamente
Todo músico o aspirante a músico sabe que aprender a tocar un instrumento demanda tiempo. Se requiere horas de práctica, constancia, paciencia y un poco de soledad. Sentados frente al piano o agazapados sobre el lomo de la guitarra empezamos a desarrollar nuestra habilidad motora repitiendo escalas, construyendo arpegios, haciendo avances tímidamente primero, a través de pequeños estudios o progresiones de acordes. Luego nos atrevemos a aprender canciones. Los músicos buscamos muchas veces obtener complejidad en nuestro trabajo, añadiendo gradualmente un mayor nivel de dificultad y riqueza expresiva a las piezas que interpretamos, sin importar el estilo o género.
En suma: aprender a tocar un instrumento demanda también aprender a practicar adecuadamente. Las rutinas de práctica que desarrollan los músicos constituyen en sí mismas plataformas que pueden ser afinadas progresivamente para ayudarnos a alcanzar nuestra soñada meta de interpretar música tal y como la imaginamos o sentimos. En mi experiencia como músico e investigador de rutinas de práctica y técnicas de entrenamiento musical, he podido identificar algunas características que definen la formación de estas mismas:
- Las rutinas de práctica se centran en la repetición de frases rítmicas o melódicas.
- La repetición constante de escalas, fragmentos o ejercicios técnicos, sin embargo, deviene necesariamente en una modificación del material repetido.
- Tras un periodo de repetición constante, se logra alterar la rutina psicomotriz para de esta manera alcanzar aquella fase donde ocurre el verdadero aprendizaje.
- El desarrollo de esta capacidad de modificar una rutina a través de la repetición y el cambio gradual del material ejecutado constituye la meta de toda practica musical.
Un punto que hace más interesante aun la investigación de las rutinas musicales es que el mencionado modelo de repetición > modificación > aprendizaje puede ser aplicado a cualquier actividad humana que implique el desarrollo de ciertas capacidades mentales o físicas. Las rutinas de aprendizaje son largamente necesarias para la subsistencia de las sociedades humanas; todo somos entidades practicantes desde que nacemos. Algunos individuos sobresalen en las artes o en los deportes debido a un conocimiento intuitivo de cómo practicar eficientemente para alcanzar metas concretas y graduales por medio del desarrollo psicomotriz. Por ejemplo, aprender a hablar no ocurre de la noche a la mañana, sino que requiere la repetición de sonidos vocales para poder afinar la acción de los músculos y mecanismos psicosomáticos que permiten el habla. Además, la repetición de sonidos, muchas veces incomprensibles o fortuitos producidos por niños pequeños, se convierte en la plataforma por la cual nuestro aparato cognitivo temprano empieza a gestarse, casi siempre siguiendo una actitud de juego y exploración. Aprender a caminar también requiere el desarrollo de rutinas de práctica. Los niños primero exploran su cuerpo, reconocen sus piernas, adquieren la capacidad de flexionarlas, más tarde empiezan a arrastrarse o reptar, luego se lanzan a gatear y, finalmente, frente al terror de los padres que rezan porque estos no se caigan o tiren al suelo algún adorno caro o la laptop de trabajo, dan el primer paso que por cierto siempre será corto. ¡Tenemos que caernos muchas veces antes de alcanzar la estabilidad! Pero estas caídas que ocurren constantemente al principio, luego se espacian. Esto sucede porque la rutina ha empezado a ser modificada en la conducta del infante. La meta del niño ya no será entonces alterar los patrones de movimiento necesarios para gatear o caminar, sino aquellos imprescindibles para comenzar a correr o saltar. Y así seguirá hacia adelante a través de los años.
Estas y otras actividades quizás más complejas (por ejemplo, en el mundo de los deportes y la excelencia técnica), siempre conllevan la misma estructura básica de actividad repetida como pre-condicionamiento para la adquisición de capacidades psicomotrices más avanzadas. Inclusive la habilidad de relacionarnos unos con otros adecuadamente dentro de un ámbito social, y aquella de conocernos a nosotros mismos para entender nuestras necesidades, aspiraciones y miedos, requieren de una continua práctica, donde distintos modos de aproximación hacia situaciones cotidianas o inusuales se repiten hasta que, en muchos casos, mas no siempre, podemos alcanzar un bagaje ético y una aptitud social que nos permitan la comunicación y colaboración constructiva con nuestros vecinos, amigos, familiares, o compañeros de trabajo. Así, disciplinas ancestrales que conllevan la práctica de rutinas físicas aparejadas a un contenido ético, como por ejemplo el yoga o la meditación de diversos tipos, pueden entenderse como un conglomerado de ejercicios destinados a convertirnos en mejores individuos, siempre gradualmente por supuesto.
Aprender a practicar es, entonces, una tarea fundamental en la vida de todo ser humano, sin importar el bagaje cultural o étnico. Veamos un caso tomado de la música. La tradición afro-brasilera conocida como batucada se basa en la construcción de complejos ritmos ejecutados por instrumentos de percusión. Los músicos de batucada practican arduamente para memorizar y ejecutar patrones rítmicos. Una vez que los músicos han logrado alcanzar un nivel técnico adecuado en sus instrumentos para reproducir estos patrones, entonces la segunda fase del aprendizaje se inicia. La batucada requiere que ritmos disímiles tocados simultáneamente por varios músicos se entrelacen, siguiendo un compás muy estricto. Esto requiere desarrollar una coordinación motora, no solo individual sino grupal. Para adquirir dicha coordinación, los músicos deben ensayar distintos modos de interactuar musicalmente, los cuales les permiten funcionar como sólida unidad rítmica. Esta condición solo se alcanza a través de la repetición constante de los patrones rítmicos y el afinamiento de la ejecución individual. Cuando los músicos logran tocar sus patrones adecuadamente, y además coordinar estos con los patrones interpretados por los demás miembros del grupo, entonces se ha alcanzado la excelencia técnica.
Practicar un instrumento, practicar un deporte, practicar pasos de baile o practicar como ser un mejor amigo o amante, son parte de una misma capacidad y proceso humano. Esta capacidad nos hace seres impredecibles, ya que el aprendizaje de nuevos movimientos, nuevos conceptos o aptitudes nos muestra siempre también nuevos caminos y derroteros. Ya lo ha dicho el filósofo alemán Peter Sloterdijk:
“En cada práctica o entrenamiento llevado a cabo, una acción se ejecuta de modo que la ejecución misma pre-condiciona su posible ejecución futura. Podemos decir entonces que todo en la vida es una especie de acrobacia, aunque, en realidad, solo percibimos una pequeña porción de nuestras expresiones vitales por lo que ellas realmente son: a saber, el resultado de una práctica permanente y de rutinas que conciernen una existencia que se da en la cuerda floja de la improbabilidad.”
La modificación de nuestras actividades en campos de acción creativos o en los deportes constituye un modo de aprendizaje que nos hace crecer y expandirnos como seres humanos, ya que concierne a la adquisición de nuevos horizontes de acción. Aprender es también, entonces, una forma de hacer tambalear nuestras nociones más básicas sobre la vida y la existencia, aprender nos enfrenta al desconcierto de una vida que se entrega a la búsqueda constante y al goce de un camino plagado de sorpresas.