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The Brood, la ira del Ser

Nunca he sido aficionada a los filmes de horror o de misterio. Aun así, después de reseñar por más de dos años, decidí comentar acerca de una obra de este género. Sin embargo, se trata de una propuesta que queda fuera de los parámetros que algunos definen como tal. De acuerdo a lo que advierten ciertos críticos, esta cinta puede catalogarse como ciencia ficción, drama o inclusive como fantasía. Lo cierto es que, sin hacer hincapié en el tipo de pieza cinematográfica que aquí se examina, The Brood (1979) o La camada de David Cronenberg es una inquietante película que presenta el desagrado y angustia que provoca la ira del ser humano. Se refiere, en particular, a la posibilidad de concebir seres producto de nuestra indignación, aptos para llevar a cabo las acciones más atroces, aquellos que quizás nuestros cuerpos no sean capaces de perpetrar.

Al momento de estrenar, los detractores reprobaron el filme, entre ellos Roger Ebert. Éste  consideró que el director canadiense arriesga demasiado y que incluso la obra carece de un favorable hilo narrativo. No obstante, fue premiada con una mención especial del jurado de crítica en el festival catalán de filme internacional en 1981 y, además, actualmente ha sido revalorada y señalada como una magistral pieza de bioterror en el que se exploran las consecuencias del proceso de divorcio en los niños que sufren la separación entre sus padres.  Me parece atinado este posterior análisis, después de todo, la protagonista se encuentra recluida en un centro psiquiátrico como consecuencia de su ruptura matrimonial. Candy, la hija de ambos, de unos aproximados cinco años, queda envuelta en la discordia entre los padres (como sucede en muchos casos de divorcio) y llega a ser una de las causas por las que su madre se muestra iracunda. Asimismo, es la razón por la que se desemboca en la escena final.

Por otra parte, el director propone un comienzo que busca confundir al espectador. De primera impresión podríamos pensar que la conversación entre los dos personajes que abren la historia es parte de una obra teatral. Se introduce así el tema del abuso: un padre maltratante (el psiquiatra)  charlando con su hijo (el paciente -que es un adulto-). Más adelante, se sabe que no se muestra una escena dramática, sino un medio que el doctor utiliza para dar terapia a sus pacientes. Luego, dichas sesiones psicológicas se suspenden, puesto que el psiquiatra debe hacerse cargo de Nola, personaje principal que está recibiendo un tratamiento para canalizar su ira. La figura inicial, en aquello que parece una pieza teatral, traduce su rabia en un sarpullido en la piel (unas especies de verrugas). Eventualmente, el público se da cuenta que, en el caso de Nola, su furia se encauza de manera diferente: es a través de la producción de seres (una camada de bebés) que arremeten en contra de quienes producen su ira. Con éstos, ella expresa  su coraje como método para curarse (para que la ira no se “la coma” por dentro), es decir, el remedio es exteriorizar y materializar su furia a través de la acción de las criaturas que produce.

Me parecen interesantes los roles femeninos  en este film. La protagonista, aunque parezca estar llena de odio y recelo, al mismo tiempo puede suponerse como una víctima del psiquiatra (quien experimenta un nuevo método terapéutico). De modo similar, Candy es testigo de la discordia de sus padres y después de los actos atroces que estos extraños seres llevan a cabo. Tanto ellas, que sufren las consecuencias del divorcio de sus padres, como la abuela (la madre de Nola, que es alcohólica) perciben como mujer(es)/niña diferentes formas en las que se debe lidiar con la realidad de un divorcio. Éstas se encuentran sujetas a la toma de decisiones de los hombres que se encuentran a su alrededor.

Al fin y al cabo, Cronenberg plantea por medio de un supuesto adelanto científico, una innovadora forma de manejar la indignación que surge de las relaciones humanas. En específico, se sugiere que el dolor o la rabia que se produce en los hijos de matrimonios divorciados, puede llegar a desastrosas consecuencias, sin importar que tipo de tratamiento se utilice para resolver dichos sentimientos (ni siquiera a través de adelantos científicos). Se concluye así que todo parece indicar que no hay forma propicia de evitar los estragos que se derivan de la ira.

 

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