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Suicidios on demand

No hace mucho se produjo en España un suicidio bajo sospecha. Miguel Blesa, personaje oscuro ligado a esa inabarcable red de corrupción que envuelve al PP, partido que sigue rigiendo los destinos del país, se disparó en su coche con un rifle de caza en el curso de una cacería a las que era muy aficionado. El causante de la ruina de una de las entidades financieras más importantes de España, Bankia, salvada con dinero público después de haber sido saqueada, se dio muerte después de un opíparo desayuno campestre del mismo modo que el condenado a muerte en EEUU puede pedir un menú especial el último día de su vida antes de su cita con el verdugo.

La desaparición súbita de Miguel Blesa, que, por su personalidad, no entraba dentro de los parámetros de los suicidas (era un bon vivant amante del lujo, los viajes, las cacerías en África, las casas, yates y coches de alta gama) ha abierto un debate sobre si se suicidó o lo suicidaron, máxime teniendo en cuenta que hay una larga lista de muertos entre los implicados por casos de corrupción que atañe al partido que gobierna España.

La historia de la humanidad está llena de suicidios sospechosos. Roberto Calvi, el responsable de las finanzas del Banco Ambrosiano ligado al Vaticano, fue encontrado colgado bajo un puente de Londres. Sin salirnos de las catacumbas del Vaticano, territorio siniestro proclive a conspiraciones, el predecesor de Juan Pablo II murió a los pocos días de ser nombrado pontífice en muy extrañas circunstancias para dar paso a Wojtyla, personaje clave en el desmantelamiento del bloque soviético. Marilyn Monroe se suicidó cuando se convirtió en un personaje molesto para los hermanos Kennedy. Una conocida actriz española saltó por el balcón de su casa después de sospecharse que llevaba en su vientre el hijo de un personaje muy relevante que todavía colea.

El método que el suicida elige es variopinto entre los suicidios no sospechosos. El cantante Kurt Cobain se voló los sesos con una escopeta. Adolf Hitler se disparó en el paladar en su búnker de Berlín. El escritor Emilio Salgari se degolló agobiado por sus deudas. El genial Vincent Van Gogh se disparó con un revólver con tan mala fortuna que tardó días en morir. Jim Morrison optó por las drogas, dejando abierta la incógnita de si realmente quiso matarse. Paul Lafargue, yerno de Karl Marx y autor de “El derecho a la pereza”, se quitó de enmedio antes de ver el triunfo de la revolución bolchevique. Lucio Anneo Séneca se desangró en una bañera. El mismo método fue adoptado por el árbitro de la elegancia y autor del “Satiricón” Petronio para librarse de los infumables poemas de Nerón. El escritor Jack London se quitó del medio a los 40 años después de un proceso autodestructivo con alcohol. El suicidio de Yukio Mishima mediante el harakiri fue de los más sangrientos siguiendo escrupulosamente el ritual nipón. El vitalista escritor Ernest Hemingway se disparó en la boca con su escopeta de caza cuando vislumbraba su ruina física. La lista es interminable y quizá podría ser objeto de un tratado que escriba si no me suicido antes, claro.

A lo largo de mi vida algún suicidio me ha tocado muy de cerca. Quien se quita la vida, aunque esa no sea su intención, hace sentir culpable a su entorno que se lamentará hasta el fin de sus días por no haberlo detectado. El suicidio es uno de los actos más libres que puede cometer uno y su principal inconveniente es que no tiene vuelta atrás, no hay manera de rectificar. Por depresión, por no saber arrostrar responsabilidades o ante una enfermedad incurable y degenerativa, por un desengaño amoroso, por ruina económica, por sentirse acosados o acorralados, los seres humanos se quitan del medio.

Quien más quien menos ha coqueteado en algún momento de su vida con la muerte. El novelista tiene la ventaja de que antes de suicidarse él suicida a sus personajes. Yo lo he hecho en multitud de ocasiones. Ante esa tesitura vital (el tipo que soy ahora se dice que se largará cuando no se pueda valer por sí mismo, pero estoy seguro de que el tipo que no se pueda valer por sí mismo no opinará de la misma forma cuando llegue el momento) y dada mi aversión por la sangre quizá decida perderme por los bosques de las montañas que me rodean, pero me temo que prevalecerá mi extraordinario sentido de la orientación.

 

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