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SU SINIESTRA MAJESTAD

España, como todo el mundo debería saber, es en la actualidad una joven democracia con muy pocos años de rodaje. El orden constitucional imperante, una república, se rompió a causa de un golpe de estado militar inspirado en los principios fascistas tan en boga en esa época, 1936, en lo que fue un ensayo a pequeña escala (un millón de muertos frente a sesenta) de la Segunda Guerra Mundial. El golpista general Franco, un militar cruel y acomplejado, gobernó durante cuarenta años de forma feroz mi país hasta su muerte. Antes de que esta sucediera, se inventó una restauración monárquica trasnochada que se saltó el orden sucesorio (le correspondía el trono a Juan de Borbón) y nombró a su hijo Juan Carlos I de Borbón. Cuando, por una serie de circunstancias (presión popular pero también intereses económicos: había que repartir el pastel dejado por la dictadura entre los poderes fácticos ávidos por hacerse con las empresas públicas), se reinstauró la democracia, fue de una forma muy sui generis porque no se recuperó la república sino una trasnochada monarquía y un rey impuesto por el dictador fallecido. El ruido de sables que se escuchaba en los cuarteles y un terrorismo rampante por parte de dos organizaciones de extrema izquierda, ETA y GRAPO, pesó sobre una constitución elaborada bajo presión y que tiene algún que otro aspecto rechazable e insólito como la inviolabilidad del jefe del estado, es decir, del rey impuesto a dedo por el dictador Franco.

     Todo esto viene a cuento de la actual situación procesal del antiguo jefe del estado, el ahora rey emérito, en situación de prófugo en un lugar tan democrático como los Emiratos Árabes que lo acogen en un establecimiento hotelero de lujo a 2524 euros la noche. La huída del personaje se produjo a raíz de una serie de escándalos sexuales (en eso sigue la tradición de sus antecesores y la lista de amantes es interminable) y cuando estaban aflorando los financieros (comisiones por el AVE a la Meca y por cada barril exportado de Arabia Saudí a España, fraude fiscal).

     La justicia internacional (el personaje tenía una causa abierta en Suiza y otra en el Reino Unido, además de ser investigado en España por la fiscalía) topa, siempre que acredita los numerosos delitos financieros del emérito, suficientemente probados (blanqueo de capitales, cobro de comisiones ilegales, sociedades pantalla en todos los paraísos fiscales conocidos) con la inviolabilidad del sujeto labrada a fuego en esa constitución que parece haberse elaborado ad hoc. Ese maldito artículo es el que le ha permitido al emérito personaje cometer un sinfín de delitos financieros durante buena parte de su reinado. Esa inviolabilidad de la que goza exclusivamente le hubiera dado carta blanca para violar, asesinar y descuartizar (también saluda muy afablemente al descuartizador de Jamal Khashoggi, Mohammed bin Salman, el príncipe heredero de Arabia Saudí) a quien se le hubiera antojado en esos años en los que su conducta estuvo blindada.

     Entre la clase política de mi país, buena parte de ella heredera directa del franquismo, se sigue defendiendo a ese personaje exiliado que hubo de huir a una satrapía árabe que conculca todos los derechos humanos por miedo a comparecer ante la justicia y por el bochorno producido por todos los escándalos que se iban conociendo. Si viviera Luis García Berlanga, un cineasta que retrataba esta España de pandereta que aún subsiste con un acerado sentido del humor, se habría inspirado en el rey Juan Carlos para rodar alguna de sus comedias satíricas. Entre los méritos que aducen los que todavía cierran filas sobre ese personaje corrupto están los que dicen que salvó la frágil democracia de su país de ese golpe de estado de opereta, que parecía una película de los hermanos Marx, el 23 F y cuyo icono internacional fue un guardia civil con tricornio asaltando pistola en mano el Congreso de los Diputados. Es vox populi que ese golpe de estado fue frenado por el ahora exiliado en Abu Dabi cuando se cercioró de su fracaso y malas lenguas, y no tan malas, aseguran fehacientemente que el dichoso emérito estaba a la cabeza de la intentona golpista y traicionó a los suyos.

     Poco me importa la vida disoluta del personaje, los hijos bastardos que iba dejando por ahí con cada una de sus cortesanas, pero sí me duelen los regalos que hacía a algunas de ellas (esos 65 millones de euros en la cuenta de Corinna Larsen, una aristócrata germana que tuvo el sueño de ser reina, que no se sabe de dónde salieron) o las partidas que destinaba el Centro Nacional de Inteligencia en tapar la boca de otras con el dinero de los contribuyentes. Durante años le estuvimos pagando al personaje sus juergas de alcohol y sexo.

     Bien mirado, sobre el Emérito podría escribirse una novela negra porque bajo su aire campechano y sus gracias (era muy bromista y siempre estaba de buen humor), se esconde un psicópata de manual. Siendo presidente honorífico de Adena, una sociedad para la protección de la naturaleza asesinó a un enorme elefante en Botsuana y se hizo una foto con él, rifle en mano (anteriormente había liquidado osos en Rumanía y cientos de ciervos en España, porque le va lo de apretar el gatillo). Tuvo además la mala suerte de tropezar, saliendo de su tienda o entrando en la de su amante Corina, y romperse la cadera (el Emérito es buen bebedor y seguro que no habrá perdido la costumbre en ese país en el que reside y rige la sharía, y allí puede seguir haciéndose pedazos en cada una de sus caídas). Entre sus hazañas con el sexo femenino está la de haber arrojado literalmente por la borda a una de sus muchas amantes cuando estaba en alta mar y sus escoltas divisaron que la reina venía en otra embarcación a hacerle una visita de cortesía (se ignora el tiempo que estuvo flotando la mujer, si era buena nadadora y cómo fue rescatada del agua).

     En el haber más siniestro del personaje está la muerte, accidental, de su hermano Alfonso de Borbón cuando tenía 14 años y estaban ambos jugando con un revolver cargado (lo de apretar el gatillo le viene de jovencito), el suicidio de una de sus presuntas amantes cuando estaba embarazada (¿de quién?), la actriz Sandra Mozarowsky que saltó por el balcón de su casa, y la muerte en muy extrañas circunstancias de su primo Alfonso de Borbón Dampierre, literalmente guillotinado por un cable de acero, cuando esquiaba por las Montañas Rocosas, suceso que no se llegó a investigar y se cerró con un acuerdo económico.

     Hoy el emérito desterrado, detestado por su nuera la reina Leticia, ignorado por su todavía esposa la reina emérita Sofía y excluido de la Casa Real por su propio hijo, el ahora rey Felipe VI, por temor a que enfangue aún más el escaso prestigio de la institución monárquica, espera regresar a España puesto que sus causas judiciales abiertas topan todas ellas con ese anacrónico artículo de la Constitución Española que le salva de todos los delitos cometidos, y encima pone condiciones para ello: que se le restituya su sueldo anterior y se le dé alojamiento en el Palacio de la Zarzuela, junto a su queridísima nuera. Su Siniestra Majestad.

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