Soy de los que menos lloró a ese muerto

Entrevista a Garcilaso Pumar, editor y librero venezolano.

     Lejos de playas y centros comerciales, Miami es una ciudad híbrida, habitada por inmigrantes que llegan de todo el mundo buscando refugio y oportunidades, rebeldes que lo arriesgan todo por vivir en libertad, quizá sin saber el implacable esfuerzo que les costará subsistir. Muchos vienen huyendo de la pobreza, pero hay entre ellos un venezolano atípico que abandonó una existencia próspera y un negocio pujante para cruzar el umbral incierto de Norteamérica.

     El singular periplo de Garcilaso Pumar lo trajo al escenario de Artefactus Cultural Project, pequeña sala de teatro artesanal, situada en una de las ciénagas convertidas en urbanizaciones que abundan al suroeste de la ciudad. Es un hombre alto que viste con elegancia y lleva un sombrero liviano sobre el abundante cabello canoso y crespo. Se acomoda con cierta cortedad en una de las silla que han puesto en el escenario, junto a Sergio Andricaín, que lo entrevista. Mira en torno, alerta, y se gana la primera sonrisa del público al contar su infancia, transcurrida en un pueblo al interior de Venezuela: «Nací cuarenta años después que mi hermano mayor, y vine al mundo sólo porque mi madre quería tener un hijo poeta. A eso se debe mi nombre, pero yo no escribo. Soy editor y librero.»

     Había poca audiencia en la sala oscurecida, un viernes a las ocho y media de la noche; pero entre los asistentes estaban Vyana Preti, su mujer, y dos nóveles poetas, Lolbe? González y Legna Rodríguez Iglesias, autoras de poemarios publicados por Garcilaso, quien en su juventud tuvo acceso a una imprenta familiar, experiencia que lo llevó junto con unos amigos a fundar la editorial Lugar Común. Esto sucedía en 2012, cuando Hugo Chávez llevaba trece años en el poder.

     Los primeros éxitos alentaron a los nóveles editores a tomar en alquiler un local en Caracas, frente a la plaza Altamira, para instalar una librería, que llamaron igual que la editorial. El proyecto tuvo buena acogida, y entre estantes repletos de libros y mesones de novedades se formó una vibrante comunidad, un cálido espacio cultural donde se hacían charlas y se dictaban talleres, acompañados por el aroma del café recién colado, un oasis en un país donde el totalitarismo apretaba el puño.

     Murió Chávez y lo sucedió Maduro, encabezando un régimen que controlaba todos los poderes en complicidad delictual. El ambiente se hizo cada vez más sofocante, pero en Lugar Común se respiraba armonía. El negocio prosperó y en cuatro años abrieron cuatro sucursales, mientras la editorial publicaba decenas de títulos. Garcilaso fue comprando la parte de sus socios y tuvo un manejo tan notable que le dieron un premio por ser uno los empresarios más exitosos de Venezuela: «En ese momento me di cuenta de que le estaba haciendo un favor al gobierno.»

     En la plaza Altamira se hacían masivas protestas. La insostenible crisis económica y la desesperación general culminó con la rebelión popular de 2017. La ciudad entera se volcó a las calles con gritos y pancartas, pero las marchas fueron reprimidas con violencia: «La primera respuesta fue la resistencia, pero la lucha se perdió, fuimos derrotados.

     «La dictadura había logrado permear todo el quehacer de la vida humana, y también la vida empresarial. En un momento se ordenó un aumento salarial. El gobierno sabía que era imposible para el empresariado asumir el costo de ese aumento y dijo que iba a pagar los salarios. Para mí fue una gran alarma, porque era un contrasentido. Si otra persona iba a pagar el salario de mis empleados, ya no iban a ser mis empleados.» En ese momento decidió salir del país.

     «Para la gente es muy difícil entender cómo es una dictadura. Los autoritarismos permean la cotidianidad, cuando te estás comiendo algo o te lo dejas de comer. Cuando vas al baño y vas a bajar el wáter y no hay suficiente agua para que lo bajes. Ese es el momento en que realmente el autoritarismo se ejerce, tú vives cada una de las funciones vitales, cada aspecto de la existencia con la función autoritaria, empiezas a comer, a beber, a defecar, a respirar con el autoritarismo.»

     «Cerramos Lugar Común, y todo el mundo lloró. Fue como un duelo nacional. Había muerto la librería y mí que me tocó matarla, literalmente. Pero yo fui de los que menos sufrió con esa muerte. Nietzsche dice que el arrepentimiento no posible para el hombre sabio, porque pasa por un proceso de racionalización. Yo el cierre de la librería lo internalicé, lo pensé muy bien, lo evalué de todas las maneras y cuando decidí que la cerraba, la cerré completamente a conciencia. Entonces eso no me podía producir un dolor.» Dice estas palabras convencido, pero veo que llora sin lágrimas.

     ¿Tienes rabia? le pregunto después. «Mucha rabia, sí, sí, sí, sí, yo soy un resentido, en el sentido estricto del término. Yo a los autócratas los odio. No hay manera de que haya ningún tipo de armonía, y esa fue la razón por la que salí de Caracas. Yo no puedo convivir con eso, no hay convivencia posible.»

     Al salir me invita a la presentación de los libros de las dos poetas, que se hará el domingo en el taller de Roberto Mata, un fotógrafo amigo suyo, al noreste de Miami. Acudo puntual. Ha comenzado a llover. Adentro, Vyana ha dispuesto una mesa con los libros que trajeron de Venezuela en la maleta, más los nuevos que han comenzado a publicar con la ayuda de la Poetry Foundation, siempre bajo el paraguas de Lugar Común:

     «El combate se da de muchas maneras. Yo creo que para la dictadura venezolana es mucho más nocivo que yo siga haciendo cosas, que yo pueda continuar, que no hayan logrado apresarme. Si yo me hubiera entregado fácil, vendiendo barata mi entrega, hubiera sido un premio para ellos. Eso yo no lo iba a hacer de ninguna manera, tal como nunca, nunca, permití que Lugar Común cayera en esas manos. No lo hubiera permitido ni por un maletín de miles de dólares, ni por nada. Ese nombre es necesario protegerlo, y eso es parte del combate.»

 

 

 

 

 

 

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