Sostiene Le Goff (Hombres y mujeres de la edad media, FCE, 2013) que ese periodo que los ingleses han llamado Dark Ages fue una larga meseta creadora y aún tenemos a la vista algunas de sus mejores inventivas: la música vocal, la arquitectura religiosa, los frescos, América…
Sostiene que la edad media, con sus zonas imaginativas y sus puntillazos de sombra, se alargó hasta el siglo xviii, periodo en que dos acontecimientos fundamentales crearon la modernidad: el nacimiento de la industria en Inglaterra y la revolución en Francia; y sostiene que el siglo xv, a contrapelo de la doxa historicista, es claramente medieval. Y por lo tanto le es difícil, a pesar de sus abundantes transformaciones (y a contrapelo de la invención de la perspectiva), pensarlo como un entramado “moderno”.
Sostiene Le Goff que hemos vivido, siempre, atravesados por varios renacimientos (lo que equivaldría a decir, por varios procesos de medievalización), y no exactamente por esto hay que encorsetar a un periodo bajo una inscripción determinada.
Sostiene que la edad media tuvo dos caras opuestas, una negra y diabólica, como la de Vlad III, conocido en sus tiempos como El Empalador, antes de que lo redujeran a Drácula (a propósito, la biografía de Ralf-Peter Märtin publicado hace unos años por Tusquets, aún se puede conseguir y es excelente). Y otra más amable, como la de Cristóbal Colón, quien tenía como ídolo a Marco Polo, y nunca dejó de ser, ni por lo criminal ni por lo civil, un gran explorador medieval, alguien aferrado a uno de los juegos mentales más practicados durante el periodo en cuestión: la profecía.
Sostiene Le Goff que una de las características fundamentales de la edad media es el de la creación (marionetización) de personajes imaginarios: Arturo, La virgen María, Robin Hood, Satanás… Y que invenciones como Melusina (hada benévola pero desdichada) o Morgana (hada poderosa y malévola) son recreaciones exactas de la imaginería “cristiana”. Imaginería obsesa por los límites y la jurídica religiosa, y por la línea, la atronadora línea que aún hoy separa (o une) el bien y el mal.
Sostiene Le Goff que en Hombres y mujeres de la edad media apenas menciona a arquitectos, por ejemplo, porque el nombre o identidad de estos últimos apenas se registró, ya que la idea de “autor” en la arquitectura románica y pre-románica no existía, y que la noción de artista, tal como la conocemos hoy, es un artefacto tardío (siglo xiii), con el Giotto y sus frescos y su campanile, cosa que resulta una contradicción para alguien que defienda ?como hace él? la tesis del estiramiento de la edad media por lo menos hasta la Bastilla, hasta aquellos pamphlets aderezados con latigazos que escribió Sade para soliviantar a las masas y de paso lograr su excarcelación.
Sostiene Le Goff que el barroco y el rococó se desarrollaron en tiempos medievales ?esto no lo dice, pero se sobreentiende?; y que Quevedo y Cervantes y Fernando de Rojas eran hombrecillos premodernos (¿cómo habría clasificado el francés a Lezama?). Hombrecillos que hacían su particular surf entre supersticiones, violencias y descubrimientos…
Y para rematar, sostiene, y con él los más de veinte colaboradores que participaron en este proyecto, que la edad media, en el fondo, nunca se ha ido, que está ahí, en el estómago de cada uno, observando y observándonos, mordiendo, como una bacteria.
Y nosotros leemos a Tabucchi y Duby y Eliade, y escuchamos puntualmente el noticiero a la noche: son tiempos medievales, sí, y asentimos.