He estado escuchando sonidos de Estambul. No me refiero al excelente documental Crossing the Bridge: The Sound of Istanbul (2005), del director Fatih Akin. Ese filme ofrece un maravilloso recorrido por la escena musical estambulita que atraviesa el Bósforo de este a oeste, de Asia a Europa, y de regreso, y que une mundos, culturas y tradiciones, incluyendo innovaciones sincretistas, como el rap, metal y hiphop turcos.
Me refiero a los sonidos de la ciudad, de día y de noche. Lo que escucho no es música sino voces, las de la naturaleza y la humanidad que, juntas, caracterizan a Estambul. En sus armonías y desarmonías, esos sonidos componen un (des)concierto sonoro análogo al mosaico visual que Orhan Pamuk describe en sus memorias, Estambul: Ciudad y recuerdos. En el capítulo “Hüzün”, sobre la forma de melancolía colectiva característica de los estambulitas, Pamuk describe librerías callejeras sin clientes, vendedores de simit en los embarcaderos, teterías frecuentadas por desempleados, mansiones otomanas dilapidadas, tekkes sufíes abandonadas y más.
En vez de mirar como Pamuk, yo escucho: la llamada a la oración desde los alminares de las mezquitas, de madrugada, más de dos horas antes de que amanezca; las sirenas o silbatos de los barcos que navegan el Bósforo y consuelan a los desvelados en el silencio de la madrugada; el grito bisilábico del señor que pasa con un carretillo de madera por el barrio de Kad?köy, quizá recogiendo chunches usados y tiliches viejos; las renovadas llamadas a la oración durante el día y al anochecer, ecos de una fe viva; las gaviotas sobrevolando los embarcaderos, riendo y reclamando atención; los cuervos graves y las cotorras agudas en el parque Y?ld?z; los gatos maullando en las callejuelas empedradas, los edificios abandonados y los muros de los patios; el golpeteo del Mar de Mármara contra el malecón de Fenerbahce; las voces sibilantes de los estambulitas; la suave voz de Ada conversando con Güne? en medio de la algarabía en la taberna Gugum.
Escucho sonidos de Estambul, aún ahora que me he marchado y estoy tan lejos, más allá del Mediterráneo, en orillas americanas del Atlántico.