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Siete discos del 2013

Por Mario Reggiardo

Desde hace mucho tiempo escojo mis 10 discos favoritos al final de cada año.  Pero con el tiempo hacer la lista se me va poniendo difícil.   Siempre salen discos muy buenos, pero ya pocos me emocionan.   Por eso ahora decidí romper la ortodoxia de la decena y recomiendo los únicos 7 discos que me han deslumbrado este 2013.

 

the knife

1. The Knife.  “Shaking the habitual”.  Estos años de silencio valieron la pena.   El regreso de los suecos es desconcertante y a veces perturbador.  STH es un álbum que primero   mueve y luego te remueve.   Es el tipo de obra a la que con cada visita le encuentras un resultado distinto.   Pop desquiciado, sonidos industriales y cantos humanoides crean un álbum político, crítico del codicioso sistema económico que vivimos, pero que al mismo tiempo es una declaración personal de cómo ser contestatario, marciano y cool sin caer en el corsé del activismo de izquierda.   En la gira de este disco el dúo además transciende los conciertos de música y se despacha con un espectáculo de danza y atavíos propios de un universo paralelo.   Esto sería el soundtrack del bar intergaláctico de “El Imperio Contraataca” desde que abre el local hasta que cierra, pero con los personajes en clave glam y la música en formato electrónico.  Ya no se hacen discos así.

2. Phosphorescent. “Muchacho”.  Matthew Houck  ya nos había honrado hace unos años con dos discos entrañables y curiosamente opuestos.    Uno de ambient electrónico y el otro de alt-country.   Consiguió así ser un músico de culto para un pequeño grupo de nostálgicos.   Hasta que en el 2012 deja Brooklyn y se escapa vivir a México.  El resultado fue que más allá de tomar tequila y aprender algunas palabras en español, en su improvisado autoexilio Houck sólo acentuó sus raíces.  Por eso de regreso a EEUU grabó un álbum donde encontró el equilibrio de los dos géneros que marcan su genoma sónico.  “Muchacho” suena a una banda de trip-hop que de pronto se puso a grabar con guitarras electroacústicas luego de encerrarse en Nashville a escuchar repetidamente Gram Parsons.  Este álbum además contiene “Song for Sula”, una de las  canciones más bellas del año, con unos violines secuenciados que demuestran que en este planeta todavía se pueden hacer cosas originales y encantadoras.

 

3. Jon Hopkins. “Inmunity”.  Las buenas juntas siempre funcionan y haber trabajado con Brian Eno le hizo mucho bien a este productor británico.   Los que aun piensan que la electrónica es un género frío y artificial, cambiarán de opinión cuando escuchen estas delicadas piezas que recogen como influencias los pianos de BT en “The Binary Universe”, los paisajes lisérgicos que cierran el “Play” de Moby y los sonidos clásicos de Jeff Miles.   Además este no es un álbum solo para flotar.    El inglés también proyecta los beats del futuro con un minimal house visceral.   Al joven Hopkins le gusta bailar.   Por eso se despachó con el track del año: “Open Eye signal”.  Una epopeya de graves demoledores que desde que uno la escucha por primera vez sabe que está frente a un clásico instantáneo.   Por favor invítenme si saben de un DJ que tocará esos 8 minutos que dura el track, durante las 8 horas que dure alguna próxima fiesta de año nuevo.

4. Peals. “Walking Fields”.  El proyecto paralelo de William Cashion y Bruce Willen es una delicia.  Me recuerda los momentos tiernos de Four Tet , al Fennesz más tranquilo y las pequeñas sinfonías impresionistas de Gastr del Sol.  Todos los tracks son instrumentales.  No hay voz ni bajos ni percusión.   Solo guitarras que flotan, repiques de campanas caseras, golpecitos discretos y texturas lisérgicas que contribuyen a trasladarte a una madrugada mágica.    Las melodías transmiten serenidad, mucha paz, hipnotizan con sutileza y continuamente llegan a picos  conmovedores.  Es lo que estos días escucho siempre que estoy con mi hijo de 3 semanas de nacido. 

5. Jason Isbell. “Southeastern”.  El ex Drive-by Truckers me hace sentir que yo hubiese sido como él si yo hubiese crecido en Alabama.   Isbell logra que el southern-rock, género que me gusta pero que lo siento muy extranjero, se vuelva algo que forma parte de mi ADN.  Y lo logra con un disco que entrega canciones impecables, una virtuosa pero sutil ejecución de los instrumentos y varias historias envolventes.   Un álbum suave para escuchar pero intenso para revivir.   Muestra la etapa sobria y psicoanalizada de un compositor cuasi-maldito que acaba de cicatrizar sus heridas, empieza a purificarse e invita a disfrutar de una vida apacible sin resaca, síndromes de abstinencia ni cargos de conciencias.   

6. The National.  “Trouble will find me”.  Vas a cumplir 40 años.  Te gusta mucho la música.  Y también te gusta leer y hablar poco y tomarte un trago y que la gente joda lo menos posible.  Ese es el contrato social.  Uno tampoco jode a otro.  Pero a veces la música también jode.  Lo que hacen algunos jóvenes es incomprensible (reggaetón, electro) pero la que hacen algunos viejos es ya insoportable (latin-pop, bandas tributo).  Ya casi nada te sorprende.  Casi nada te emociona.  El piloto automático cerebral funciona como un libro de autoayuda.  Ya no quieres más bulla. Los ritmos de medios tiempos empiezan a ser tus mejores acompañantes.  Entonces el último disco de The National de pronto toma sentido y lo puedes dejar sonando una y otra vez sin que aburra a pesar de que casi todos los tracks parecen uno solo. Olvídate de sus primeros discos donde eran unos Joy División más calmados.   Ahora son unos viejos sofisticados.

7. Boards of Canada.  “Tomorrow Harvest “.  El dúo regresa después de una década con un disco de electrónica fantasmagórica.  Pero no se imaginen música de terror, sino los escenarios hechizados de Escocia, con siluetas borrosas, mucho frío y una tensa calma.  El regreso más esperado de la electrónica en los últimos años no es una demostración de vanguardia tecnológica.  Por el contrario, grooves análogos y sonidos vintage hacen que estemos ante un chillwave nostálgico para cerebros retorcidos.   El futuro se presenta monocromático.

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