Este 20 de julio se cumplieron seis meses desde que Donald Trump volvió a la Casa Blanca. El saldo de este período de su segunda presidencia es profundamente alarmante. Son seis meses, pero por el trastorno que ha causado –tanto al nivel nacional como en el internacional– se sienten como si fueran seis años.
En lugar de liderar buscando consenso y unidad en el país, desde su regreso a Washington ha gobernado con amenazas, castigos y una visión estrecha de la nación que excluye a quienes no piensan como él. Sus primeros seis meses han estado marcados por el miedo en la numerosa comunidad inmigrante de Estados Unidos, el caos y la tirantez en las relaciones internacionales, y un preocupante retroceso institucional.
En el ámbito migratorio, Trump ha instaurado una era de terror. Las redadas masivas del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE) han sembrado el pánico no solo entre personas indocumentadas, sino también entre residentes legales e incluso ciudadanos estadounidenses, sobre todo entre aquellos de origen hispano y también asiático. Se han producido detenciones y registros en operativos sin órdenes judiciales, y se ha generado una atmósfera de persecución que recuerda épocas de injusticia y racismo institucionalizado. El mensaje es claro: si no encajas en su definición de “americano”, estás en peligro. Estamos sufriendo políticas gubernamentales crueles y profundamente divisivas, que han sacado a flote ideologías racistas y muy peligrosas.
En el terreno internacional, la promesa de Trump de restaurar la “paz a través de la fuerza” ha fracasado visiblemente. La guerra en Ucrania continúa con ferocidad, sin una estrategia coherente por parte de Washington. Trump ha amenazado al presidente ruso, Vladimir Putin, con subir los aranceles a Rusia el 100 por ciento, pero en el Kremlin no parecen inmutarse.
Entretanto, en Gaza, el apoyo incondicional de Trump al gobierno israelí ha contribuido a escalar el conflicto, con decenas de miles de civiles palestinos muertos, muchos de ellos mujeres y niños, lo que ha dado lugar a una creciente condena internacional. La Franja de Gaza es hoy un lugar destruido minuciosamente por las bombas lanzadas por Israel contra edificios residenciales, hospitales, escuelas, campamentos de refugiados, en su despiadado plan de limpieza étnica. Trump podría detener el genocidio, pero ha optado por seguir enviando miles de millones de dólares a Israel para que continúe su política de exterminio del pueblo palestino.
Lejos de estabilizar el mundo, Trump lo ha incendiado aún más.
En el plano económico, Trump ha apostado por el viejo truco del nacionalismo comercial, aumentando aranceles a países como China, México y Vietnam, y amenazando a la Unión Europea. El resultado no ha sido la recuperación del empleo industrial ni la mejora del poder adquisitivo de la clase media y trabajadora en Estados Unidos, sino un aumento notable de los precios al consumidor. Productos básicos, electrodomésticos, materiales de construcción y alimentos importados han subido de precio. La inflación no se ha reducido, como prometió Trump en su campaña electoral, sino que ha aumentado.
Trump se ha mostrado decidido a reducir gastos del gobierno, aunque sin disminuir ni un centavo la cuantiosa ayuda a Israel para que siga cometiendo matanzas en Gaza. Trump busca compensar la pérdida de ingresos que causará la reducción de impuestos bajo su recién promulgada ley de reforma fiscal –su “gran y hermosa” ley–, una reducción tributaria que beneficia especialmente a los más acaudalados. Con ese objetivo, ha ordenado recortes en agencias que considera “innecesarias” y ha debilitado al Servicio Meteorológico Nacional. La capacidad de respuesta de esta importante entidad ante fenómenos climáticos extremos se ha visto afectada por las reducciones de presupuesto y de personal. Las recientes inundaciones en Texas, que tomaron por sorpresa a miles de personas y han dejado un saldo de más de 130 muertes y más de 100 personas desaparecidas, son un ejemplo del riesgo de debilitar instituciones de importancia vital. En un país como Estados Unidos, vulnerable a huracanes, tornados y fuegos forestales, reducir el presupuesto del servicio meteorológico es irresponsable y peligroso.
En estos seis meses, Trump no ha gobernado para todos. Ha priorizado la revancha política, el espectáculo y los beneficios para los suyos. Ha debilitado la confianza en las instituciones, ha polarizado aún más a la sociedad y ha convertido la presidencia en una máquina de propaganda permanente.
La pregunta ahora es si la nación —la prensa, los jueces, el Congreso, y sobre todo la ciudadanía, o al menos la parte numerosa de la ciudadanía que no está de acuerdo con las políticas de Trump— podrá frenar el rumbo destructivo que ha tomado su gobierno. Estos seis meses han sido difíciles y alarmantes, y todo indica que lo que viene podría ser aún peor si no se detienen las medidas nocivas y autoritarias que emanan de la Casa Blanca de Trump.