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Reunión y discrepancia

     El hábito de la lectura es, por antonomasia, un acto solitario, elocuentemente egoísta, una expresión benigna de la antisocialidad. También es un prometedor encuentro entre la avidez del lector y el despliegue lingüístico del escritor. Escoges un libro, te aíslas de este mundo cada vez más histérico, más intolerante, más polarizado e ingresas de lleno en esas páginas cremas, blanquecinas, o quizás muy amarillentas, que funcionan como las cálidas guaridas frente al violento temporal.

     Hay gente que consume libros todas las semanas. No obstante, se muestran un tanto renuentes a compartir lo asimilado. Prefieren enclaustrarse en sus babélicas bibliotecas, redactar comentarios controvertidos en redes sociales con el fin de viralizarse, etc. Afortunadamente, existe otro grupo de lectores: jubilosos, que se integran, con amigable facilidad, a los clubes de lectura. Llevan consigo bebidas alcohólicas, chocolates, cachitos de manteca y, en algunos casos, a sus mascotas.

     Los clubes de lectura son los cauces idóneos para canalizar nuestra fascinación, casi irrefrenable, por las historias inventadas. Allí no sólo se analizan diferentes aspectos del ejemplar seleccionado, sino también intercambian opiniones respecto a la biografía del autor, se tejen vínculos para futuras actividades culturales, se confraterniza, se pierde el pudor, se rinde culto al disfrute. El detalle curioso lo protagoniza el cúmulo de comentarios vertidos. Estos forjan, sin darnos cuenta, un texto alternativo al original.

     Sin embargo, y aquí seguro seré objeto de un furioso escrache, me aburre cuando quien dirige el cónclave impone, desde el principio o durante las sesiones, leer textos escritos por mujeres por el sólo hecho de ser mujeres. ¿Y la calidad literaria dónde quedó? ¿Valoramos el arte o nos encolumnamos bajo la lógica feminista actual? No es un secreto para nadie que, así como hay malos escritores, pues, también hay malas escritoras, ¿o estoy equivocado?

     Bienvenidos los prejuicios, bienvenidas las descalificaciones, bienvenidos los improperios, bienvenidas las estigmatizaciones que, por supuesto, no leeré.

 

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