Al escribir acerca de un tema tan trillado y a la vez fascinante como es el de la música de reggaeton se me ocurren dos posibles sendas. Una es adoptar la postura del músico y el melómano, la del amante de los sonidos, la de aquel que encuentra no solo placer sensorial sino conocimiento y expansión espiritual al escuchar música que ha sido generada como parte de un proceso artesanal riguroso. Pero también música que quizás expresa frenesí y control, sonidos que sopesan los desgarros del alma.
Otra senda a seguir es la del académico, la del musicólogo fascinado por los procesos sociales y las innovaciones culturales, por la teoría que abstrae el fenómeno real y lo sintetiza para explicar, en este caso, el apego de las masas a un producto elaborado en serie: el reggaeton. El académico en mí entonces se preguntaría:
¿Cómo explicar que un producto de venta masiva, musicalmente pobre, un mero objeto similar a un auto o una refrigeradora, repetitivo, carente de espontaneidad e inflexiones –el cual congrega productores sin intereses artísticos quienes se dedican, casi al desgaire, a copiar y pegar patrones de sonidos– pueda generar tanto poder de seducción?
Quizás el contenido social de sus letras, sería una de las posibles respuestas del académico. Pero, tras dedicarse a surfear la web por cinco minutos uno descubre que las letras de los artistas de reggaeton no tienen contenido más allá del sonido mismo de sus palabras. Es decir, las letras de las canciones solo simbolizan el hecho de ser palabras dispuestas rítmicamente. Ahora, los temas de estas canciones son, por decirlo de alguna forma, socialmente dañinos. Atacan a la mujer, carecen de sutileza, entronizan el despilfarro, el oropel, el consumismo, el machismo y la destrucción de la sensibilidad. Pero quizás también estas digresiones solo sean evidencia de mi propio envejecimiento y de mi consiguiente cerrazón a nuevas posturas estéticas.
Entonces el melómano en mí vuelve a intervenir y propone que la base rítmica del reggaeton constituye la solución a este interrogante. Proveniente del África, aquel potente patrón percusivo que se loopea una y otra vez en cada grabación es en sí un meme que contiene un tipo de energía vital que viene siendo almacenada a través de los siglos en el subconsciente colectivo de los humanos. De alguna forma, la insistencia de este ritmo convierte al oyente y al danzante en una especie de rehén musical, un zombie que se alimenta de la síncopa sin importar la carencia de cualquier otro contenido. A este nivel hipnótico, las letras misogenistas y vacuas no importan más, todo aquello que se añade a la base rítmica (la estridente producción musical) es accesorio, los mismos cantantes, quienes intentan enarbolar una cultura gang del consumismo ineducado son solo nubes en el viento, rostros y maniquíes que prestan sus voces para decorar el milenario mensaje de estos ritmos africanos. Es el ritmo (primordial, fecundo, movedizo, viscoso) el que incentiva a las almas y las obliga, literalmente, a lanzarse a la pista de baile y perrear hasta agostar las vísceras.
El diálogo entre estas dos voces, la del académico y del melómano, ofrece al final solo una aporía como resultado. Así, para cerrar esta nota, solo procedo a agregar algunos datos referenciales, sin mayores conexiones teóricas, datos que quizás esclarecen ciertas facetas ocultas del reggaeton, como por ejemplo las influencias musicales que impulsaron su actual entronamiento como la “música latina” más vendida en la historia. Estos datos demuestran, y aquí me adelanto un poco, que el reggeaton es un ejemplo de aquellos proyectos creativos que nunca se culminaron, una historia de amor que se tornó amarga, un ideal que se trastocó en lo opuesto, una carrera de caballos con parada de borrico.
La espina dorsal del reggaeton, su ritmo altanero y contagioso, no fue creado en Puerto Rico. Su base percusiva se puede escuchar en los conjuntos de djembe en Mali. Antes del reggaetón, el ritmo fue utilizado por décadas en el Jamaican Dancehall. También, artistas tan disímiles como el General y Selena, explotaron el rico potencial de este groove africano.
Parte del éxito inicial del reggeaton se basó también en su proceso underground y en el contenido racial y subversivo de letras propuestas por gente como Tego Calderón, quien exhortaba una revalorización de las culturas afro-caribeñas. Sin embargo, con el arribo del género a Miami y a las manos de la Sony Latin Music, el destino del reggaeton fue inexorablemente trazado: las ventas subirían y el contenido social se tornaría exangüe.
Así pues, estos datos casuales quizás muestran la naturaleza de una historia que se dislocó, un género que pudo cuajar, pero terminó siendo totalmente diluido.