¿Qué frecuencia es esa, Kenneth?: R.E.M. y la paranoia noventera

En 1994, cuando R.E.M. lanzó What’s the Frequency, Kenneth? como primer sencillo de su álbum Monster, la banda ya no necesitaba demostrar nada. Venían de una seguidilla de discos aclamados —Out of Time, Automatic for the People— que los habían convertido en los poetas laureados del rock alternativo estadounidense. Pero Monster fue otra cosa. Fue sucio, eléctrico, ruidoso. Una vuelta de tuerca estilística que tenía poco que ver con los arreglos de cuerdas y baladas introspectivas. Y What’s the Frequency, Kenneth? era el manifiesto de ese giro: una canción absurda, urgente y absolutamente irresistible.

El título de la canción no es una metáfora críptica ni un juego poético: es una cita directa de un episodio real de la cultura pop y la paranoia mediática. En 1986, el periodista Dan Rather fue atacado en Nueva York por un hombre que, entre golpes, repetía la frase “What’s the frequency, Kenneth?”. El agresor —más tarde identificado como William Tager, un hombre con problemas psiquiátricos— creía que los medios estaban transmitiendo mensajes subliminales para controlar su mente. El hecho fue tan extraño, tan surrealista, que se convirtió en una leyenda urbana. Y R.E.M., con el olfato afilado para los signos de los tiempos, decidió convertirlo en una canción.

Michael Stipe, líder de la banda y cronista informal de la alienación moderna, transforma la frase en un estribillo incómodo y frenético. No hay explicación clara en la letra, y no se necesita. Todo es fragmentado. Es una letanía de confusión, una radiografía de la desconexión cultural de los años 90, cuando la televisión por cable, el grunge, la Generación X y la crisis de sentido se superponían en un zapping interminable. No hay narrativa: hay síntomas.

Musicalmente, la canción es un garrotazo. La guitarra distorsionada de Peter Buck no busca la belleza sino la saturación. Suena como si viniera de un televisor descompuesto a todo volumen. El ritmo es más urgente que bailable, como si la canción tuviera prisa por decir algo que no puede ser articulado. Es ruido con propósito, caos controlado. Y en el centro de ese torbellino está la voz de Stipe, más desencantada que nunca, encarnando al narrador confundido, atrapado en una frecuencia equivocada.

Treinta años después, What’s the frequency, Kenneth? no ha perdido su filo. La paranoia ha mutado, pero no ha desaparecido. Ahora las frecuencias llegan por algoritmos, los delirios se esparcen por redes sociales, y la confusión es más viral que nunca. Y Kenneth, quienquiera que sea, todavía no recibe la respuesta.

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